Todo en Brasil es grande, desde el Amazonas pasando por Iguazú hasta el Zika. Las cifras espantan a los acostumbrados a manejar los modestos números y proporciones en esta fracción de isla caribeña. Así tenemos que hasta finales de 2014 se había intentado destituir constitucionalmente a Dilma en 10 ocasiones durante su primer mandato. Lula sustenta el record- posiblemente de Guinness- con 34 solicitudes ciudadanas de impeachment en ocho años de gobierno, a razón de una denuncia trimestral. En total son 44 solicitudes de destitución de los dos presidentes petistas, de 61 expedientes de impeachment en total- todos amparados en el artículo 85 de la Constitución de 1988- después del proceso que llevó a la renuncia de Fernando Collor de Mello en 1992, contabilizados por la Cámara de Diputados a requerimiento del diario de

Curitiba, la Gazeta do Povo.*
El proceso de impeachment es tan grande como Brasil, pues la Constitución (desde la primera republicana en 1891 hasta la actual de 1988) deja abierta la ventana- en circunstancias excepcionales- para defenestrar al primer ejecutivo, pero hace el proceso harto difícil, sobre todo en un país con representación legislativa atomizada. El resultado es que desde 1945 solo los casos de tres presidentes han sido instrumentados por las dos terceras partes o más de los diputados al Senado, y en realidad nunca ha sido destituido el primer ejecutivo de la Unión, pues Collor de Mello renunció antes de juzgarlo el Senado, al igual que hiciera Richard Nixon cuando el caso de Watergate, presionado por la amenaza de destitución.
A pesar de que cualquier ciudadano puede por un quitametapaja presentar una solicitud de impeachment siempre que sea acompañada de pruebas documentales o el testimonio de al menos cinco ciudadanos, los filtros establecidos en el complejo proceso de varias etapas decantan las necedades y archivan los expedientes fatuos, generalmente en la primera fase de evaluación en la Cámara de Diputados. El primer cedazo es el Presidente de la Cámara de Diputados, quien decide si admite la denuncia para ser analizada por una comisión de diputados, representando todos los partidos, en base a la documentación presentada. Solo si la mitad más uno de los diputados en la comisión designada considera que la denuncia tiene méritos, el expediente es sometido al plenario para discusión y conocimiento de la defensa del mandatario en los plazos estrictamente establecidos. Luego se requiere el voto favorable de al menos dos terceras partes de la matrícula de la Cámara de Diputados para someter el caso al Senado.
En el Senado Federal de nuevo hay dos fases: en la primera, después de estudio y discusión, la mitad de los senadores debe refrendar la decisión de los diputados, antes del inicio del juicio. Si los senadores aprueban el sometimiento de los diputados, el presidente queda separado del cargo mientras es juzgado por el pleno de los senadores con un límite de 180 días. De nuevo dos terceras partes de los senadores debe aprobar la destitución, y en caso contrario el Presidente vuelve a ocupar el cargo hasta el término de su mandato. Es un proceso muy riguroso que no se puede festinar.

Gigante es el espectáculo pre-olímpico que escenifican dirigentes políticos brasileros, sainete que mantiene a todo su pueblo, al continente y más allá embelesados con el striptease moral que escenifican con total descaro. Pues resulta que los que con vehemencia reclamaban la destitución constitucional de Collor de Mello en el pasado y lo llevaron a la renuncia, hoy olvidan ese episodio y su destacada actuación en el proceso cuando era su contrario el acusado.** Ahora insisten en llamar “golpe” al proceso previsto en la Constitución y detalladamente reglamentado para agotarse de manera pública y contradictoria, enjuiciando el proceso de impeachment antes de agotarse. Por otro lado, muchos legisladores de todos los partidos- en su mayoría salpicados o embarrados por diversos actos de corrupción y cuestionados por el electorado- también hacen el ridículo con sus declaraciones y actuaciones, desacreditando a la clase política ante el electorado.
La protagonista principal del sainete montado en Brasilia salió rumbo a Nueva York a escenificar la misma farsa de declararse víctima de un golpe de la derecha para sacarla del poder. Sin embargo, no se sabe quién le aconsejó que el sainete no es un género teatral del agrado del público en las Naciones Unidas, y a última hora cambió el libreto para no exponerse como farsante ante un auditorio que no cae en ganchos.