Sin la menor duda, hay usos silenciosos, sin búsqueda mediática, ansiosa,  de la sotana honorable, en muchos lugares del mundo, incluido este territorio abusado.

¿Cómo no ponderar a un Anthony de Melo, sacerdote jesuita anti dogmático, no excluyente, que reunió en La Oración de la Rana, un vasto anecdotario y reflexiones espirituales magníficas, que cubre distintas creencias, no sólo su fe católica, y que muestran a un ser brillante, colocado por encima de las mezquindades dogmáticas, de los autoritarismos, de la doble moral, de la hipocresía disfrazada de pa$tora de alma$, de las palabras edulcorantes que esconden el estilete?

Un sacerdote honesto en estos mundos comerciales, sin la nariz puesta hacia donde soplan los vientos del poder, no vendido, sustituye eficazmente al psicólogo donde no hay una cultura de ir ante estos profesionales a practicar la catarsis, la liberación espiritual, la meditación.

Es un consejero esperado en los crecientes conflictos personales, familiares y sociales, no un santurrón de hojalata que no cumple la misión sagrada de acompañar a los que sufren, de sufrir con ellos.

Los hay que llevan la pobreza de los pobres, callados, que no ostentan el yipetón de lujo de los santos y humildes fariseos. No quisieron optar por un sacerdocio de gabinete y de competencia por ascensos clericales. No se mencionan nombres para no exponerlos con los cancerberos de la fe.

Los hay que han sido tendenciados por su sentir social, trasladados, humillados, amenazados incluso por sus “superiores”  por el temible y peligroso ejercicio de la sinceridad, de la batalla social, por ser consecuentes y no claudicar.

No todo es prohibir, condenar, signar, señalizar segmentar, estigmatizar.

El pueblo sencillo los conoce y reconoce, pero no lo suficiente, a los sepulcros blanqueados que enfocan solamente los problemas conveniente y defienden la vida de modo sesgado sin ver que los problemas de una sociedad son todos, en su integralidad, en su expresión dolorosa y cruel, y que la vida no lo es menos ni se concentra únicamente en un problema escogido  y una práctica que realizan muchachas pobres y jóvenes, con o sin iglesia, con y sin sermones, con y sin campañas ocasionales y coyunturales, y sobre cuya realidad socioeconómica, familiar, personal, hay que poner la mayor atención, la compasión, la comprensión,  ver por qué abortan las criaturas que en lo hondo de su espíritu, en su entrañable amor materno, quisieran tener y no pueden.

No todo es prohibir, condenar, signar, señalizar segmentar, estigmatizar. Hay otra ley poderosa: la de la vida, cuya continuidad cubre a todos los seres no sólo a los que van a nacer, no sólo a los que servirán de argumento al control social y al rasgarse las ciegas y lujosas vestiduras.