Es difícil escribir desde la tristeza y el dolor que culturalmente hemos interiorizado como la manifestación clara del amor y el apego hacia seres humanos a quienes nos vinculamos afectivamente.

Reconozco el dolor y la tristeza pero también reconozco la tranquilidad y la paz de saber que Tony de Moya mi amigo, mi maestro, ha trascendido su presencia física con su sabiduría y su aporte.

Tony de Moya dejó un legado importante en el conocimiento de nuestra cultura y nuestra sociedad. Su trabajo investigativo totalmente novedoso  integra la psicología y la antropología, la etnografía y la psicometría en una mirada a la conducta sexual en toda sus diversidades y a todas las manifestaciones de nuestra cultura ocultas e invisibles tras el velo de lo prohibido.

Con Tony aprendí a conectarme con una mirada antropológica hacia las prácticas de la contracultura juvenil urbana desmembrando el velo de la sanción social e identificando su conexión con la religiosidad, la cultura y la búsqueda identitaria.

Mirar a Tony y el grupo Guabancex nos enfrenta a una relectura de la presencia cultural de nuestros ancestros indígenas en la vida cotidiana y desde el sincretismo, no como lo perdido, ni desterrado de nuestra vida social.

Hasta el último momento Tony impregnó en mi la fuerza y la vitalidad presente en su energía, en su espíritu másallá del silencio y la supuesta “inconsciencia” de su estado de coma.

Tener a Tony presente es tomar en cuenta que su sabiduría trasciende su cuerpo y su estancia en este plano e interpela a mirar toda la grandeza de su humildad. Los sabios se engrandecen en la humildad y el compromiso social. Ese compromiso que traspasa las puertas de la academia y conecta con la vulnerabilidad.