Una sociedad abierta posibilita la creación y el sostenimiento de espacios para el debate. Sin ellos, el diálogo, la crítica y la reflexión sobre nuestras creencias y acciones quedan reducidos a círculos minúsculos y aislados de intelectuales, sin ningún impacto real sobre el desarrollo de nuestra comunidad.

Como señaló la filósofa norteamericana Martha Nussbaum (1947-  ) la vitalidad de una sociedad democrática requiere de tres grandes capacidades;

  1. El pensamiento crítico
  2. La actitud cosmopolita
  3. La empatía

El pensamiento crítico alude a nuestra capacidad para analizar las situaciones problemáticas, así como las opiniones y puntos de vista que se nos presentan en la vida cotidiana. Sin esta competencia, los seres humanos quedamos reducidos a la condición de simples animales gregarios sin discernimiento propio y por tanto, alienados.

La actitud cosmopolita se refiere a un modo de entender y sentir el mundo que nos ayuda a trascender los límites estrictos impuestos por las tradiciones, normas y perspectivas del lugar donde hemos nacido para pensar los problemas en una perspectiva global.

La empatía alude a lo que Nussbaum denomina en su obra Sin fines de lucro: “la capacidad de imaginar con compasión las dificultades del prójimo”. Es la capacidad de situarse en lugar del con-ciudadano, de identificarse con sus problemas, de percibirse a sí mismo como “un ser con los otros” que se interrelaciona con otras personas viéndolos con respeto y dignidad, no como meros medios para obtener el lucro, la fama o el poder.

Sin el desarrollo de estas capacidades, las sociedades se convierten en meras aldeas donde la brutalidad, el nacionalismo chovinista y la instrumentalización de las relaciones personales se imponen día a día socavando la humanidad de nuestras vidas, retornándonos a la vida salvaje de la cual emergimos.

La filosofía y las denominadas “humanidades” tiene como función la promoción de las capacidades mencionadas. Su erradicación de la educación y la asunción de su “inutilidad” en beneficio de los saberes que fomentan la rentabilidad y la competencia económica establecen un modelo de civilidad que nos distancia de la educación de las mencionadas capacidades con las terribles consecuencias que esto implica para nuestra condición y para el ejercicio ciudadano.

Si no fomentamos el pensamiento crítico, ¿podemos aspirar a tener una democracia, una comunidad de individuos que se reconocen como sujetos de deberes y derechos? Sin una actitud cosmopolita, ¿podemos aspirar a ser una comunidad donde las situaciones problemáticas no intenten resolverse a espaldas del resto del mundo? Sin empatía, ¿podemos tener una sociedad de personas solidarias?

Cuando comprendemos estas problemas también comenzamos a entender por qué la apuesta por un tipo de educación particular no es solo un asunto de pedagogos y “técnicos en educación” , sino un problema político que nos concierne a toda la ciudadanía.