En la segunda mitad de septiembre de 1975, un día lluvioso y desconsolado, salí rumbo a Moscú a estudiar ingeniería química. Unas horas antes de mi salida le dije a mi padre, fiel seguidor del doctor Balaguer y de las ideas democráticas: “Salgo para Francia a estudiar, fui becado”. Mi padre, que conocía mis correrías por los patios de la izquierda, me respondió: “que tengas suerte hijo. Estoy convencido que saldrás de ahí como hombre de bien, siempre que no sea a Rusia que vayas”. Fue una bendición del viaje a medias que ponía en evidencia la efectividad de la propaganda antisoviética y, en especial, anti rusa, de los tiempos de la Guerra Fría.

Solo mi convencimiento de que la URSS era la otra opción política vedada que la humanidad debía aceptar sin escatimar sacrificios, me hicieron abordar el pequeño y tembloroso avioncito que nos llevó a Curazao, junto a otros dos estudiantes, para de ahí volar a Holanda.

Para Occidente siempre fue así: todo lo que salía de la URSS era malo. No obstante, a pesar de la inmensa cantidad de recursos que se gastaba en establecer una línea divisoria entre el bien (capitalismo) y el mal (socialismo), cientos de miles de ciudadanos soviéticos y de otros países llegaron a creer en la utopía del hombre nuevo, en la posibilidad de una sociedad justa y más igualitaria, el poder del conocimiento y el Estado benefactor y guía.

En ese contexto, con una cierta oposición interna callada pero creciente, la URSS alcanzó grandes conquistas científicas, técnicas, aeroespaciales, educativas, literarias y de salud. El desarrollo del transporte y de las comunicaciones e infraestructuras vitales fue concluido en tiempo récord. El gran complejo militar soviético competía con muchas ventajas con el coloso norteamericano y las demás potencias occidentales.

Detrás actuaba la temible nomenklatura, fortificada con los congresos del partido. Todo estaba decidido de antemano. Esa poderosa élite dirigente, que tenía en sus manos uno de los dos maletines nucleares del apocalipsis, no dudaba en aplicar medidas extremas y brutales cuando la disidencia osaba sacar sus pancartas pidiendo no maniatar la creatividad a normas uniformes o coartar las libertades fundamentales.

El derrumbe reveló muchas miserias del primer ensayo del socialismo. Quedó revelada la diabólica dinámica del dominio político absoluto del grupo instituido oficialmente como padre ejemplar de la utopía. Un desmorone repentino y sistémico que nosotros no pudimos imaginar nunca estando en el interior del gran imperio de 22.4 millones de kilómetros cuadrados y fronteras que se extendían a lo largo de 62.7 mil kilómetros.

Las potencias occidentales, en el caso de Rusia, insisten en exaltar los aspectos negativos de aquella odisea social y no dudan en exagerarlos. Lo hacen a pesar de que muchas realidades no requerían dramatización para convencer sobre la maldad y el despotismo que encerraban. Lo mismo es válido para decenas de aventuras militares y bochornosas complicidades de poder de las potencias occidentales. Lo cierto es que los admirables logros de la URSS y Rusia en particular fueron y siguen siendo deformados, embrollados o sacados aviesamente de contexto.

Al parecer hoy se acepta a Rusia como una potencia capitalista sui generis que avanza a pasos firmes hacia una posición cimera en el mundo postsoviético. Pero Rusia sigue siendo la amenaza principal, la congregación de todos los demonios, la mejor síntesis del mal. ¿En realidad todo lo ruso es malo? ¿La satanización occidental de Putin afecta por necesidad la calidad científica de los esfuerzos rusos en la lucha contra la actual pandemia? ¿Estamos en realidad frente a la continuación simple de los protervos artificios de la Guerra Fría para justificar a un enemigo que insiste en tender la mano amiga?

Sputnik-V, la vacuna rusa. Buen ejemplo. Si recibes la inyección te convertirías automáticamente al comunismo. Además, “estamos frente a un problema étnico”, afirma convencido nada menos que un reconocido escritor mexicano. Sí, la vacuna de Putin… ¡parece ser efectiva solo para los rusos blancos! ¿Pasaría lo mismo con el famoso sancocho de los dominicanos? Digamos que sería susceptible de ser disfrutado solo por nosotros, dadas “las peculiaridades de los tipos raciales prevalecientes”.

Junto a estas sandeces, la vacuna rusa tuvo y tiene enemigos más serios. Ellos apuntan, yendo por diferentes vericuetos argumentativos, a la negación sistemática de la evidencia científica. Es un producto “apresurado” notablemente inferior a las vacunas occidentales. No es sueco, ni alemán ni norteamericano. Procede de Rusia, la impredecible, la misteriosa, la salvaje, la iracunda e irracional enemiga de Occidente.

 A pesar de ello la vacuna de Putin encontró formidables aliados en el mismo bando que intentó desprestigiarla El reconocimiento final y de mayor alcance lo hizo recientemente The Lancet, una prestigiosa revista médica británica, publicada semanalmente por The Lancet Publishing Group. De acuerdo con su inesperado veredicto los resultados de la fase III de los ensayos clínicos de Sputnik V confirman que el antídoto tiene una eficacia general de más del 91 %, no causa efectos secundarios graves y es adecuado para todos los grupos de edad.

Bloomberg colmó la copa del reconocimiento al esfuerzo científico de los satanizados eslavos. Calificó a Sputnik como posiblemente el "mayor avance científico" de Rusia desde la era de la URSS. Reconoce abiertamente que la vacuna rusa… ¡es la favorita y que muchas naciones hacen cola para recibirla! Eficacia, precio, facilidad de almacenamiento y cero efectos colaterales explican las crecientes colas globales.

 Los contingentes de defensores del producto ruso siguen aumentando. El jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, afirmó, desde el mismo Kremlin, que Sputnik era una buena noticia para la humanidad y expresó su deseo de que la Agencia Europea de Medicamentos la aprobara para su uso en el territorio del bloque. A Borrel se le suman grupos de expertos y científicos de varios países que declaran que Sputnik "debe tomarse en serio y rápido", sobre todo considerando los problemas de suministro en todo el mundo.

Es así como la frase del director del centro ruso que creó la vacuna Sputnik V se ha hecho célebre repentinamente gracias a The Lancet, Bloomberg y grupos de científicos independientes: Hemos engañado a todos, al virus, al sistema inmune.

 Mi difunto padre no tenía razón. No todo lo que sale de Rusia es malo como no todo lo que sale de Occidente es bueno.