Hace unos días me animé a buscar en el diccionario el significado de la palabra odio. A ver: 1) Sentimiento profundo e intenso de repulsa hacia alguien que provoca el deseo de producirle un daño o de que le ocurra alguna desgracia; 2) Aversión o repugnancia violenta hacia una cosa que provoca su rechazo. Lo leí una vez, otra vez, y sentí un dejo de tristeza. El odio procura infligir daño, afectar y perjudicar, y esto puede hacerse de muchas formas, incluso también desde la ignorancia y no necesariamente porque se odie. A propósito de esto, alguien me dijo que el odio es la antítesis del amor, y que para que éste último pueda validarse es necesario reconocer la existencia del primero, al menos es lo que interpreté. Pero, ¿no es suficientemente fuerte el amor en sí mismo como para que necesite del odio para encontrar su sentido?
La neurociencia no termina de especificar si la naturaleza humana es tendente a la bondad o a la maldad, al menos no tengo información que recoja evidencia en este sentido. Yo insisto en que salvo la presencia de sociopatías, el ser humano es esencialmente bueno y varias corrientes psicológicas plantean lo mismo. Sin embargo, como ser social, víctima inevitable de la cultura, las personas cometen actos violentos, discriminatorios, dolorosos, y que le perjudican directamente y a sus pares.
Nueva vez, desde hace semanas y como sucede de tanto en tanto, las redes sociales están sumergidas en una ola de odio, racismo, discriminación y malquerencia. Y sí, vuelvo con el tema haitiano. Basta con colocar cualquier publicación relacionada al dilema de estos hermanos para que le siga una retahíla de opiniones adversas y dolorosas. Nunca es suficiente. Salto de una noticia a la otra y cuando no es más de lo mismo es porque se pone peor. No importa si la noticia es falsa o manipulada, si solo es media verdad o media mentira, -como si tal cosa existiera-. El tema Haití saca siempre lo peor de nosotros y también saca lo mejor, solo que el odio produce demasiado ruido.
De igual forma hay mucha ignorancia, mala educación y se manifiestan en formas tan parecidas al odio que hace que este se luzca mucho más, y para remate, como toda forma de energía, se contagia. Toda expresión de odio es una invitación a más odio, así como toda manifestación de amor atrae más amor.
Y aquí viene una parte sobre la que deseo insistir. Cada vez que una noticia sobre Haití es reproducida en redes, se convierte en un espacio adicional para comentarios odiosos. No siempre importan las intenciones de aquel que publica, generalmente sucede lo mismo, es lo que observo. La prensa nacional, cuya obligación es informar sin desvirtuar ni disponer una tendencia hacia tal o cual interés que no sea la defensa de la verdad, opera como ente disparador. Ellos solo colocan la noticia, siempre o casi siempre utilizando calificativos amarillistas y mediocres que no son más que irrespeto y desprecio, hacen de mecha para un público que está presto a arder. Así el ciclo se repite mes por mes, año tras año. Es lo mismo de siempre.
Y muchos caen en la trampa. Somos, más que experimento, un recurso gratuito para diseminar un sentimiento que solo sirve para segregar y dividir, en pos de un nacionalismo y patriotismo falso. Terminamos reproduciendo oportunidades para el odio en un dos por tres. Me he dado cuenta que cuando decido contrarrestar comentarios racistas y discriminatorios es más positivo si publico un análisis o reflexión haciendo referencia a la noticia puntual original, mientras que al reproducirla y acompañarla de mi comentario creo un nuevo espacio igual al que pretendo combatir.
Lo más irónico es que también hay mucho amor, lo hay, pero es necesario poner ese sentimiento a sonar. Hacer ruido con buena onda, con buena energía, no prestarse al juego del odio desde el silencio, no compartir imágenes, comentarios, noticias, lo que fuere, solo porque sí, sin que haya un propósito mayor mejor. Opino firmemente que en situaciones como la que vivimos actualmente es obligación mostrar el amor, la empatía y la solidaridad, hacerlo en forma tangible y explícita. ¡Es necesario! Cómo única forma de ganar al odio. Conozco muchas personas que observan el drama haitiano desde una mirada solidaria y humana. Esas personas, entre las que me incluyo, tienen la obligación de mostrar esa mirada siempre que puedan, desde una plataforma distinta a la que ponen a nuestro alcance como imposición. El tiempo lo exige. De lo contrario, el ruido del odio seguirá ensordeciendo y esparciendo su veneno por todos lados. ¿Y qué bueno podemos esperar desde el odio? Nada.