Luis Abinader, quien tiene una relevante posibilidad de ser presidente, y de incidir de una manera significativa en los destinos del país por mucho tiempo, ha escogido a Rudy Giuliani como asesor en materia de seguridad pública.

Giuliani es un hombre de la ultraderecha de los Estados Unidos de Norteamérica, y aunque no lo sea, es improcedente que un dirigente político extranjero, defina, o haga de asesor, en cualquier esfera de la política del país.

Escogerlo como asesor, es un mal mensaje para un país y pueblo en el que todavía hay muchos que pensamos el desarrollo y vida general desde una visión de soberanía plena e identidad con lo propio; que respetamos los avances y creaciones culturales de otros pueblos, cuáles sean, pero sin convertirlos jamás en modelos a asumir, dejando en bajo perfil lo mucho e interesante que podemos, y hemos construido como nación y pueblo.

Debe de haber cientos de dominicanos y dominicanas conocedores de las causas de fondo de la violencia e inseguridad en el país, y con condiciones técnicas y profesionales para definir y hacer gerencia de políticas públicas encaminadas a superar ese grave y creciente problema.

Esa escogencia solo se "justificaría " en un interés de ganar la patente gringa en la búsqueda del poder, y eso no es para nada bueno. Se puede ganar el poder en el país sin la bendición de ningún extranjero.

Sienta tan mal como aquella divisa de "construir un Nueva York chiquito", planteada por Leonel Fernández hace años.

Y todavía quedarían razones de mucho peso para estar en desacuerdo con esa decisión.

Aunque el mundo se haya globalizado, las causas de la violencia e inseguridad en Nueva York, son diferentes a las de la República Dominicana. Son dos realidades marcadamente distintas.

El politólogo dominicano Daniel Pou, estudioso de este tema, ha demostrado que las causas de la violencia difieren en zonas hasta del propio país. Son diferentes en sustancia, por ejemplo, en barrios de la zona norte de la capital, a las de algunos de Santo Domingo Este; o de los de zonas residenciales donde viven las élites sociales y de otros. Y por tanto, el combate a la misma, si va dirigido a la fuente que la origina y no a los efectos, tiene que contar con políticas y programas específicos, focalizados para cada realidad específica.

Aquí no puede haber un modelo único de combate a la inseguridad ciudadana y menos un "enlatado" traído del extranjero.

El modelo de Rudy Giuliani tiene como marco "la teoría de la ventana rota", aparecida en los últimos años de la década de 1960 en la Universidad de Stanford, de California, donde se hizo un estudio sobre el efecto negativo en cadena que generan los hechos que contravienen las normas establecidas en la sociedad. De donde Giuliani y sus asesores concluyeron en una política de "tolerancia cero", de castigo "en la base de la sociedad", a todo hecho que riña con esas reglas; no importa lo insignificante del mismo, para evitar que se convierta en algo habitual.

En el esquema del ex alcalde de Nueva York, de acuerdo con la teoría citada, si un ciudadano cualquiera comienza el día viendo robos, asaltos, tirando basura en las calles, sin que esos hechos sean castigados, terminará en la noche contagiado, y hará lo mismo, generándose "un crecimiento de la incivilidad".

De ahí su política de "tolerancia cero" frente a cualquier infracción pública, con énfasis en lo policial.

En su modelo, la misma matriz preventiva del delito se fundamenta en el papel de la policía. Más policías en las calles y movilizadas con más eficiencia y eficacia, se constituyeron en un componente esencial para prevenir hechos delictivos en sectores de Nueva York en los tiempos en que fue alcalde de esa ciudad. Fue una política dirigida hacia las áreas populares, donde por concepción de clase, suponía que estaban los focos de violencia/ delincuencia.

Solo suponer a la policía y a más efectivos de esta, subleva reservas sobre la efectividad que pudiera tener una política para garantizar la seguridad ciudadana que se sustente en ese cuerpo del Estado, atravesado, por las mismas afecciones que debe combatir; y por el enorme peso en dinero público que tendría en el presupuesto nacional.

En la República Dominicana, todo esfuerzo serio para garantizar la seguridad y tranquilidad ciudadana, tendría que incluir de manera coherente, armónica entre sus partes, y sistemático, un programa que integra muchas acciones, entre las cuales podrían destacar la eliminación de la pobreza y la exclusión social; garantizar la educación pública desde la niñez temprana hasta el nivel superior; crear empleos seguros, estables y bien remunerados; superar el modelo de policía actual, creando un cuerpo preventivo comunitario, y otro nacional, profesional y especializado en la persecución y encauzamiento del delito por ante la justicia; acabar con la corrupción y la impunidad, comenzando en el Estado, porque estas se han convertido en una causa esencial de la delincuencia, toda vez que han dado lugar a que se instale en la conciencia colectiva la idea de que se puede hacer riqueza malhabida y ostentarla, delinquir o llevar a cabo acciones punitivas contra las leyes, sin el temor de recibir castigo alguno.

Si un mal ejemplo hay que golpear primero, es ese. Porque además, ha desacreditado las instituciones, dado que ha implantado la creencia de que estas no impiden la corrupción, ni la castigan.

Un programa como ese, no puede ser concebido por ningún Rudy Giuliani que no conozca la realidad dominicana, no le interese el desarrollo integral del país. Ni puede hacerse en el marco de un ordenamiento institucional desacreditado como el actual. No puede ser.