Rubén Darío es uno de esos nombres que nació para quedarse girando siempre en el panorama literario y esto sencillamente por haber sido el impulsor fundamental y la figura más destacada del movimiento modernista, el primer gran aporte de las Letras Hispanoamericanas a la literatura mundial, fenómeno ocurrido a finales del siglo XIX.
Por ello es que cuando nos acercamos a Darío necesariamente tenemos que hacer referencia al modernismo con el que a veces parece confundirse, movimiento del que fue su gran impulsor y su máximo exponente. En cuanto a la importancia del susodicho movimiento se ha llegado incluso a afirmar que, en lo relativo al lenguaje literario, nada comparable desde el siglo XVII le había pasado al idioma español. En cuanto a lo concerniente a la literatura hispánica es el poeta que ha tenido mayor vigencia y que ha ejercido mayor influencia en al poesía del siglo XX. Ofreceremos algunas notas fundamentales sobre el modernismo para luego ofrecer algunos datos biográficos de Rubén Darío y su mundo poético y finalmente adentrarnos a algunos de sus poemas para comentarlos.
El modernismo hispanoamericano es una reacción contra el romanticismo. Se trata de un fenómeno extraordinario de grandes proporciones que revolucionó los modos de expresión del español. Se suele fijar el nacimiento del movimiento en el 1888, año de aparición de Azul de Rubén Darío, libro fundamental del movimiento y se toma la fecha de su muerte, ocurrida en el 1916, para marcar su final. Las características esenciales fueron: carácter cosmopolita, interés desmedido por lo exótico, por la evasión, por climas y culturas remotas sobre todo en su primera etapa. Como si los poetas quisieran escapar de los temas y de la realidad de nuestra América para refugiarse en un mundo fantástico creado por ellos, fuerte inspiración en los modelos franceses. De estos últimos tomaron las innovaciones, por ejemplo en la búsqueda de la perfección formal proclamada por los parnasianos, en la belleza plástica cuyo mejor ejemplo era Gautier. Asumieron también muchos principios de Verlaine y ¿los simbolistas como la musicalidad y la vaguedad en el verso. Todos estos aspectos lo encontramos en Azul, conjunto de poemas y prosas, que tiene un sello parnasiano que descubrimos en su cuidado por la forma y las imágenes. En este libro descubrimos con frecuencia alusiones a piedras preciosas, princesas y cisnes el ave predilecta de los modernistas que simboliza la belleza ideal. Se interesaron además por otras literaturas extranjeras: Victor Hugo, Walt Whitman, Poe y se sintieron atraídos por el esplendor oriental, la Edad Media Española, los romances y el Siglo de Oro. Sin embargo, aunque el modernismo haya bebido de todas estas variadas fuentes logró crear una poesía completamente nueva tanto en la forma como en los temas, el vocabulario, el lenguaje, la sensibilidad, el tipo de expresión y hasta en el sentimiento, supo aprovechar de todo un poco para ofrecer algo distinto y con un sello propiamente latinoamericano.
De Hispanoamérica pasó desde 1900 a España. La pujanza e influencia de esta renovación fue tan fundamental que incluso los grandes representantes de la modernidad en España (Valle-Inclán, Unamuno, Azorín, Benavente, Baroja, Ortega y Gasset) le deben mucho a este movimiento. Empero, antes que Darío precisamos recordar que ya se habían manifestado en otros poetas las tendencias modernistas: Martí y Casal en Cuba, Gutiérrez Nájera en México, Asunción Silva en Colombia entre otros. Después de este poeta hubieron otros autores indispensables que dejaron también su sello en la naciente escuela: Amado Nervo(México), Valencia(Colombia), Santos Chocano (Perú), Jaimes Freyre(Bolivia), José Enrique Rodó y Herrera y Reissig(Uruguay) y Leopoldo Lugones(Argentina).
En cuanto a Rubén Darío, anotemos que nació en 1867 en Metapa, Nicaragua, hoy Ciudad Darío y su niñez trancurrió en la ciudad de León. Su verdadero nombre era Félix Rubén García Sarmiento pero adoptó el nombre de Rubén Darío hasta su muerte ocurrida en León en 1816. Escribió sus primeros poemas a los once años, fue un hombre de una amplia cultura. Llevó una vida bohemia, vivió y trabajó como periodista en El Salvador (1882), en Chile (1886) y en Buenos Aires donde fue corresponsal de „La Nación" que era entonces el periódico de mayor difusión en Hispanoamérica. Desempeñó cargos diplomáticos en Argentina y Francia y viajó constantemente por casi todo el mundo. Fue un hombre de una vida agitada, de grandes pasiones y de amores tempestuosos y en varias ocasiones sufrió penurias económicas y de lucha amarga para ganarse el sustento. Contrajo matrimonio civil con Rafaela Contreras (1890), vivió corto tiempo en Costa Rica donde nació su primer hijo, Rubén Darío Contreras (1891), partió para España (1892) ya que el gobierno nicaragüense lo nombró miembro de la delegación que ese país enviaría a Madrid con motivo del cuarto centenario del descubrimiento de América. Muere su esposa en 1893 y en el mismo año se casa con Rosario Murillo, viaja a París y luego fue cónsul honorífico de Colombia en Buenos Aires en donde llevó una vida de desenfreno. Sus excesos con el alcohol fueron causa de que tuviera que recibir cuidados médicos en varias ocasiones.
En 1896 publica en Buenos Aires Prosas profanas (1896). Se suele decir que con este libro alcanza el autor su plenitud y consagración definitiva, además de considerada la obra más importante del movimiento modernista. Los poemas de este libro alcanzarían gran popularidad en todos los países de lengua española. En ella se siente una honda preocupación por la existencia del hombre aunque también domina el preciosismo formal tan típico en nuestro autor. Luego sucederá Cantos de vida y esperanza (1905) para muchos la mejor obra de Darío en ella se destaca su belleza lírica y su maestría técnica. En 1898 viaja a España como corresponsal de „La nación" y allí despertó la admiración de un grupo de jóvenes defensores del modernismo como fue el caso de Juan Ramón Jiménez, Ramón María del Valle Inclán, Jacinto Benavente entre otros. En 1899 conoció a Francisca Sánchez y aunque continuaba casado con Rosario Murillo, la primera se convertirá en la compañera de sus últimos años
En 1900 viaja por segunda vez a París donde fija su lugar de residencia y en 1903 fue nombrado cónsul de Nicaragua lo que le permitió un mayor desahogo económico.