A Richard Vásquez

Como si se tratara de un milagro, Rafael Cunillera (alias Rafi) recibió la noticia de que Beatriz resignación, la instructora religiosa de su infancia, estaba a punto de perecer destrozada por un cáncer estomacal. El regocijo del joven no solo provino por el hecho en sí mismo, sino principalmente porque creyó que su amo al fin lo complacería en lo que había sido su más ferviente deseo: que no lo dejara morir sin antes contemplar el cadáver de la persona que más odiaba en este mundo.

Desde su más tierna infancia, Rafi Cunillera padeció el embate de una inteligencia anormal, expresaba en una enorme curiosidad interrogadora; quería conocer el por qué y la razón de todo, pero entendía que siempre lo engañaban y quienes lo hacían eran a su vez víctimas y continuadores de una práctica habitual.

Cuando doña Beatriz le decía a los niños del catecismo que Dios era el ser más bueno y poderoso que existía y que nos amaba más que al resto de su creación, todos estaban de acuerdo, menos Rafi. El primer día que lo dijo, él se atrevió a expresarle que si era como ella decía por qué el mundo era este gran desastre. Al instante la mujer se llenó de ira y le dijo a la imprudente que era por el pecado de los hombres, y por el abuso que éstos hacían de la libertad que el Señor les había concedido. Además, agregó que aquello era un misterio para el cual solo Dios tenía clara respuesta y que el deber de todo cristiano era ceñirse a lo que establecía el catecismo.

En noches de luna plena incursionaban en el cementerio municipal con el objetivo de hurtar algún cráneo de un muerto memorable para celebrar alguna de sus misas oscuras… no albergaban remordimientos por sus actos, ni creían en lo que llamaban “retórica del pecado”

Otro día Beatriz les dijo que Dios era un espíritu  que estaba en todas partes y que “no nos quita la vista de encima, pendiente hasta del más insignificante  pensamiento o acto de cualquiera de nosotros”. Entonces Rafi Cunillera expresó resueltamente que dudaba que Dios pudiera estar pendiente de las tantas tonterías que hacíamos los Humanos y que estaba seguro que el Señor a veces se dormía o distraía. De inmediato doña Beatriz empezó a galletearlo y luego a golpearlo  con una ingrata tablita que siempre tenía a manos para castigar cualquier irreverencia. Aquel maltrato se produjo varias veces por las mismas razones, y siempre en presencia de los condiscípulos de Rafi, freno a quienes la catequista designó al rebelde como el “pequeño diablillo”. El odio que el chico había alimentado contra su verduga, hizo que tal colocación le agrada.

Ante la imposibilidad de encontrar respuestas a sus interrogantes, y ante los abusos físicos y psicológicos perpetrados contra él por quien entendía debía cuidarlo y respetarla, Rafi Cunillera decidió abandonar el catecismo y luego la casa de sus padres, cuando éstos también empezaron a maltratarlo por la forma como se había portado con su instructora religiosa, y frente a los valores cristianos Que “nosotros tan generosamente te hemos inculcado desde que naciste”. Antes de haber cumplido quince años, y después de haber sido mendigo obstinado, vendedor de huevos, limpiabotas, ratero, mula de algunos traficantes de drogas, oledor de cemento, pipero, lavaplatos en un restaurancito chino, a cambio de una precaria comida de mediodía, embullo sexual de algunos turistas extranjeros y de varios parroquianos, Rafi Cunillera logró fundar y comandar su propia banda de metálicos, después de haber militado con primacía en el grupito despiadado de Rogelio Bonilla, alias “La Rata”. Entendió que aquella era la manera más eficaz de vengarse de quienes los  habían maltratado, aunque en el centro de su odio se movía, como una maldición superior a las otras, la imagen de Beatriz resignación golpeando con la terrible tablita.

Su grupo estaba formado por siete criaturas, todas decepcionadas de sus semejantes. En la casa de Rafi [una pequeña construcción en ruinas, ubicada en las afueras de la ciudad, a la que su dueño bautizó como “La Cueva Sagrada"], escuchaban música psicodélica, fumaban marihuana y bebían ron criollo hasta el punto más alto de la embriaguez. En noches de luna plena incursionaban en el cementerio municipal con el objetivo de hurtar algún cráneo de un muerto memorable para celebrar alguna de sus misas oscuras. Aunque no albergaban remordimientos por sus actos, ni creían en lo que llamaban “retórica del pecado”, todos habían leído con entusiasmo aquella parte del libro sagrado donde se afirma que no hay perdón de pecados si no hay derramamiento de sangre. Por eso, en honor a su Señor degollaban pollos, perros, gatos y otros animales, excepto culebras, a las que veneraban porque entendían como la más sublime encarnación de su amo. Alegaban que no había ninguna diferencia entre sus sacrificios y los holocaustos de cabras, ovejas, becerros, corderos y otros animales que los antiguos judíos ofrendaban a su Dios. La maliciosa superstición le atribuía al grupo rapto de niños cuya sangre ofrendaban eufóricamente a Belcebú. Luego se supo que el jefe nunca cometió hechos tan horrorosos, y que tampoco hubiera permitido que alguno de sus discípulos lo ejecutara.

Cuando Rafi Cunillera recibió la buena nueva de que Beatriz agonizaba, convocó a sus correligionarios y les ordenó que fueran preparando el tan esperado ritual de celebración, porque la tan anhelada presa estaba al borde del precipicio. Al día siguiente Rafi Cunillera se presentó a la casa de su antigua catequista, con el único propósito de contemplar a su enemiga en tan penoso estado. Procurando no ser reconocido, se quitó sus aretes, anillos y guillos de plata, recortó sus cabellos, abundantes y enmarañados como un cadillar, se puso en atuendo decente que encubría la parte de su cuerpo tatuado con culebras, dragones y escorpiones y se presentó a la humilde vivienda de Beatriz. Una hermana de esta, enana y misteriosa, le abrió la puerta. El visitante se alegró al comprobar que no había sido reconocido por la diminuta mujer. Antes de permitirle entrar al cuarto de la enferma, la hermana de ésta le comunico que a Beatriz pocas personas la visitaban y que se le había dificultado bastante conseguir los medicamentos. Cuando por fin Rafi penetró a la habitación de quien había sido su maestra de instrucción religiosa, contempló, lleno de horror y asco, a un cuerpecito florecido de llagas y tan delgado como la sábana que la envolvía. Se acercó lo más que pudo al lecho de la desahuciada, y la hermana de está hizo igual. A seguidas la enana, con la clara intención de que la enferma la escuchara, le dijo al visitante: -Beatriz se ha negado a recibir la extremaunción. Cuando el sacerdote se presentó con esos fines, ella lo rechazo y le dijo que no necesitaba salvoconducto para el cielo, que ella había vivido en largo y equivocado contubernio con el Dios de su fe y que no deseaba que ese Dios, que era el mismo del cura, la perdonara. Sí, cometió el sacrilegio de decir que se iba con gusto y resignación para el infierno.

En ese momento Rafi Cunillera comprendió por qué las compinches de la iglesia la habían abandonado y por  qué había tenido tantas dificultades para conseguir las medicinas. En medio de la confusión  de la enana, Beatriz abrió los ojos y le sonrió a Rafi en señal de que no había reconocido. Esto, sin embargo, no inquietó al visitante, quien se había trasladado al pasado, exactamente al día en que  recibió de manos de la mujer su primera golpiza, pero,  extrañamente, no sintió odio, sino el estremecimiento de una pena  avasallante. Rápidamente  emergió del pasado, lavado de rencor, precisamente en el momento en que la moribunda le dijo, con voz casi inaudible y una inocultable mueca de frustración  en su rostro: -Tú tenías razón  mi pequeño diablillo: Dios a veces se duerme o se distrae.

Profundamente conmovido por aquellas palabras, Rafi se puso de pie casi al instante y se marchó hacia su “Cueva Sagrada”. Una Vez en su refugio acudieron sus discípulos y encontraron que el maestro estaba sumido en una honda depresión. Le preguntaron por el estado de la enferma y le dijeron que tenían prácticamente listo los Preparativos para el ritual, pero él guardó un silencio rotundo. Intentaron fortalecerlo con algunas piezas de Guns’ and Roses y de Sepultura, pero en vano.  Luego le buscaron dos jovencitas llenas de gracia y depravación, también inútil. Sólo habló para  su pipa, su yerba y su harina, y se auto sepultó en su “Cueva”. Cuando días después sus con marginales acudieron a darle la noticia que entendía lo sacaría del letargo, lo encontraron íntegramente vestido de negro. Antes de que sus muchachos se repusieran del asombro e indagaran la razón del fúnebre atuendo, él les dijo: -No sé ustedes, pero yo no faltaré al velatorio.