7. Una vela que arde por ambos lados
El nuevo partido, el PCA/Espartaquistas, decidió el 4 de enero llamar a una huelga general y que los trabajadores se manifestaran en las calles para hacerle un pulso al gobierno y ver cuál sería la reacción de Ebert. Las masas salieron a las calles y tomaron edificios sin interés táctico. Además no había ninguna consigna ni intención real para tomar el poder y tampoco tenían los medios para ello. Mientras, Ebert preparaba a las tropas leales al Gobierno, que era la mayoría con sus jefes incluidos, para pacificar Berlín.
En las elecciones previstas para celebrarse el 19 de enero de 1919, los Espartaquistas, ahora Partido Comunista Alemán (KPD), habían decidido no participar, pese a que la posición de la dirección, incluida la de Rosa, era favorable a su participación. La ponencia de la Dirección defendiendo la participación electoral la hizo Paul Levi.
Perdieron la votación de manera aplastante, 62 votos contra y 23 a favor de la participación electoral propuesta por la Dirección del PCA. Rosa Luxemburgo defendió la participación en las elecciones a la Asamblea Nacional y explicó que no se podía imitar lo ocurrido en Rusia porque, entre otras cosas, cuando los bolcheviques disolvieron la Asamblea Nacional ya tenían un gobierno dirigido por Lenin-Trotsky, mientras en Alemania el Gobierno estaba en manos de sus adversarios, Ebert-Scheidemann.
Argumentó Rosa que el arma que sus enemigos querían usar contra ellos tenían que volverla contra él y, además, que aún las masas estaban inmaduras. Por otra parte dijo que era una contradicción que pensaran algunos que en quince días podían ser capaces de derribar la Asamblea Nacional y, a la vez, temieran los resultados de unas elecciones. Concluyó diciendo:
“Yo no temo educar a las masas para que juzguen en su propio valor los motivos de nuestra participación en las elecciones. Vuestra acción directa es posiblemente más simple y más cómoda, pero nuestra táctica es justa porque tiene en cuenta que el camino a recorrer es más largo de lo que vosotros suponéis”. (G. Badia, 1971, I,p.247)
El resultado electoral para la Asamblea Nacional fue que Ebert fue designado Presidente de la República alemana y Noske nombrado Canciller, o sea, Primer Ministro. En Berlín, Múnich, Sajonia y Alemania Central estallaron huelgas y movimientos insurreccionales. Noske investido de plenos poderes organizó la represión y los insurgentes fueron aplastados por el Ejército y los paramilitares. En el último escrito de Rosa el 14 de enero titulado El orden reina en Berlín señala:
“¡El orden reina en Berlín!, proclama triunfalmente la prensa burguesa(…) así como los ministros Ebert y Noske y los oficiales de las “tropas victoriosa”, para quienes la chusma pequeño- burguesa de Berlín agita sus pañuelos y emite sus hurras…los que se batieron miserablemente en Flandes y en la Argonne pueden ahora restablecer su nombre mediante la brillante victoria obtenida sobre trescientos espartaquistas que se les han resistido en el edifico del “Vorwaerts” (Adelante, periódico del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania) (…) Los delegados de los sitiados (…)enviados como parlamentarios para tratar de su rendición, fueron destrozados a golpes de garrote por la soldadesca gubernamental, y esto ocurrió hasta tal punto que no fue posible reconocer sus cadáveres. En cuanto a los prisioneros fueron colgados de los muros y asesinados de tal forma que muchos de ellos tenían el cerebro fuera de su cráneo (…) “Spartakus” es el enemigo y Berlín el campo de batalla en el que solamente saben vencer nuestros oficiales. Noske, el “obrero” es el general que sabe organizar la victoria allí donde Ludendorff fracasa”. (R. Luxemburgo y C. Liebknecht, 1971, pp.69-70)
El orden reina en Berlín, es un texto que destila ironía y amargura, se burla de que los generales que perdieron tantas batallas en la guerra se inflaban de orgullo cuando aplastaban a unos cuantos cientos de militantes y trabajadores mal armados o desarmados y que Noske, el primer ministro, ex dirigente obrero socialdemócrata, fuera quien diera la orden de ese baño de sangre. La amargura y a la vez el realismo político, se muestra cuando se pregunta si aún era posible una victoria contra el gobierno de los socialdemócratas y sus aliados de la derecha y responde que no.
Estimaba Luxemburgo que el punto vulnerable de la causa revolucionaria era en ese momento:”la no madurez política de la gran masa de soldados que todavía permiten a sus oficiales que les manden contra sus propios hermanos de clase”, lo cual era un síntoma de la falta de condiciones, de madurez, en que estaba, parte importante de la clase trabajadora y, por ende, la revolución alemana.
Sigue exponiendo Luxemburgo, en lo que sería su testamento político, que la revolución es la única forma de “guerra” en la que la victoria final sólo se logra alcanzar a través de una serie de derrotas. Todo el camino del socialismo está asfaltado de derrotas que se constituyen en la garantía de la victoria, pero ello implica saber la circunstancia de cada derrota: “si ésta ha sido el resultado de unas masas inmaduras que se lanzan a la lucha, o el de una acción revolucionaria paralizada en su fuero interno por la indecisión, la tibieza y la falta de radicalismo” (de los dirigentes).
Si no se analizan cuáles han sido los errores cometidos, que se hizo o se dejó hacer, que fallos humanos se pueden detectar, cual ha sido el papel de la dirección, en fin, sin una evaluación con todo rigor también de las acciones del adversario o del enemigo, nunca se podrán sacar las lecciones que deben servir para aprender y así poder evitarlas en otra situación. Si no se hace de ese modo el corolario impepinable será no aprender nada de lo sucedido y se volverán a repetir los errores cometidos.
Entonces nos refugiaremos en la liturgia laica de los homenajes, recordar a las víctimas, lamentarnos de los fracasos y, pasado ese momento, estaremos de nuevo dispuestos a repetir las mismas acciones, aunque en diferentes contextos históricos y con gran probabilidad, se volverá a caer en iguales o semejantes fallos.
Hay que aprender de los fracasos para ser extremadamente cautos en evitar repetirlos. Ese es el mensaje permanente que nos muestra Rosa Luxemburgo con su apelación a que con cada fracaso se debe aprender a ser menos iluso, más maduro y apegado a la realidad concreta, aunque no menos sino más socialistas.
La conclusión, pues, del último escrito de la mujer teórica marxista más importante del movimiento socialista mundial, nos insufla un impulso vital de triunfo, no de derrota, de voluntad de lucha, no de rendirse a los poderes establecidos, de recordarnos que habrá otras batallas y que el triunfo final será de la gran mayoría del pueblo, del conjunto del trabajador colectivo:
“¡El orden reina en Berlín!… ¡Ah! ¡Estúpidos e insensatos verdugos! No os dais cuenta de que vuestro “orden” está levantado sobre la arena. La revolución se erguirá mañana con su victoria y el terror se pintará en vuestros rostros al oírle anunciar con todas sus trompetas: ¡FUÍ, SOY Y SERÉ! (Ibidem., pp.74-76)