El apoyo que ha suscitado entre muchos progresistas norteamericanos la candidatura del septuagenario republicano Ron Paul es un ejemplo típico de las maromas políticas de nuestro tiempo, que nos permite analizar hasta que punto se ha envilecido el concepto de las alianzas electorales.
Paul es un ginecólogo-obstetra y político que ha alternado su vida entre la práctica de la Medicina y la actividad de congresista del estado de Texas. El toque distintivo de este personaje es ser un libertario de derechas, que desde sus inicios bebió en la fuente de la Escuela Austríaca de Economía y se autodefine como un seguidor de Friedrich Hayek, Ludwig von Mieses y Murray Rothbard. Es decir, tiene una ideología anarco-capitalista.
Debido a lo anterior, algunas posiciones políticas de Ron Paul lo hacen parecer anacrónico frente a los otros candidatos republicanos y le dan un aire pseudo-progresista. Por esta razón de imagen, que no de fondo, es casi imposible que llegue a ser electo presidente (en el mejor de los casos, se le calcula una posibilidad de 7% de ganar las elecciones primarias de su partido).
Paul plantea que el Estado norteamericano gasta alrededor de la mitad del erario en actividades bélicas, por lo que se ha opuesto a todas las guerras en que se han visto envueltos los Estados Unidos durante sus gestiones en el Congreso, incluyendo las de Kosovo, Afganistán, Irak y Libia. Para reducir la deuda pública, Paul cree que su país debe cerrar todas las bases militares que están fuera de su territorio, y terminar las llamadas guerras contra el terror y las drogas. Está a favor de la legalización de la mariguana. Se autodefine constitucionalista y propone una restauración de la Carta de Derechos, por lo que rechaza la Ley Patriótica que se promulgó a raíz de los atentados del 9.11.2001. Dice que éstos últimos se debieron a lo que él llama, sin tapujos, actividades imperialistas de USA en el Medio Oriente. Afirma que la ayuda multimillonaria que reciben Israel, Egipto y Colombia debe recortarse.
El lector puede imaginarse como, a simple vista, pueden resultarles atractivas estas posiciones políticas a una persona de izquierdas. Sin embargo, si se adentra en la trayectoria de este señor se descubre a un verdadero conservador de derechas. De acuerdo a un artículo de la Revista de Ciencias Políticas Americana, Paul fue uno de los miembros más conservadores del Congreso entre los años 1937 y 2002.
Paul es un ultra-nacionalista que se opone a la participación de USA en las Naciones Unidas. Es un anti-inmigrante empedernido que propone la erección de un muro en la frontera México-USA y la eliminación del derecho a ciudadanía por nacimiento de los hijos de inmigrantes. Rechaza cualquier interferencia del gobierno en el mercado, por lo que cree deben abolirse el Banco Central, el Departamento de Comercio y la Oficina de Impuestos Sobre la Renta. Sostiene que el Seguro Social y los programas de asistencia social (Welfare) y de salud (Medicaid y Medicare) son pasos hacia el socialismo que deben ser eliminados por completo. Tampoco cree en un Sistema Nacional de Salud. Como era de esperarse, es un enemigo de los sindicatos y ha enfrentado el aumento del salario mínimo de los trabajadores. También quiere eliminar el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano, la Agencia de Protección Ambiental y el Departamento de Educación Pública.
Está en desacuerdo con las principales medidas de emancipación de la raza negra en USA, desde la Reconstrucción después de la Guerra Civil hasta la política de Acción Afirmativa, pasando por la Ley de Derechos Civiles de 1964. Aunque lo ha negado, se le tilda de racista. Esta última acusación está basada en unos boletines informativos que publicaba en las años 80 y 90 del siglo pasado, donde aparecieron opiniones de indiscutible corte racista en contra de los negros, así como insultos a la memoria de Martin Luther King. Se opuso consistentemente a hacer del natalicio de éste último un día feriado.
Como cristiano, Paul cree en la santidad de la vida y repudia tanto al aborto como a la pena de muerte. Sin embargo, se muestra mucho más militante con respecto a lo primero. A pesar de su cacareado libertarismo y de ser un ginecólogo-obstetra, propone revertir el derecho de la mujer al aborto voluntario y se opone a la planificación familiar. También cuestiona la separación de la Iglesia y el Estado. Ve con malos ojos la Ley de Protección de Discapacitados de 1990 porque cree se entromete en los derechos de propiedad privada.
Pienso que el apoyo de los sectores de izquierdas a Ron Paul es un gesto de frivolidad, incoherencia y desesperación, basado en la lógica del mal menor que tiende a perpetuar el bipartidismo. Además, es un reflejo de lo alienadas que están las ideas progresistas en la contienda electoral norteamericana.
Más allá de las razones ideológicas, en términos estrictamente políticos, una alianza de los grupos de izquierdas con Ron Paul es un error táctico. Primero, porque es muy difícil que éste gane las elecciones. Segundo, porque las posiciones antibélicas y constitucionalistas de Paul no son de corte moral sino económico, a tono con sus ideas libertarias reaccionarias. Tercero, de ser exitoso, tal acuerdo conllevaría a una meta donde las conquistas sociales que propone la Izquierda serían negadas.
Lo único que justifica el riesgo político de las alianzas electorales, donde se acepta poner de un lado principios ideológicos y se juega el prestigio de las organizaciones envueltas, es la probabilidad de resultados que permitan a las fuerzas progresistas imponer sus pareceres. De no ser así, no valen la pena. No vayamos más lejos, la historia de las agrupaciones de Izquierda en la República Dominicana es la historia de las alianzas tácticas con los partidos mayoritarios en que aquellas fueron devoradas por estos. Muchos de nuestros mejores cuadros de izquierdas yacen hoy en los cementerios o en el seno del bipartidismo, que para fines políticos es lo mismo.