El anuncio de los desalentadores resultados de la primera evaluación  diagnóstica nacional de lectura y matemáticas entre estudiantes de tercer grado de primaria ha desatado una nueva ola de escepticismo sobre la conveniencia de continuar con el gran sacrificio que hace la República Dominicana al invertir el 4% del PIB en la educación preuniversitaria.  Porque el desaliento es la antesala de la desesperación y el peor enemigo del progreso, es crucial profundizar en el origen de los pobres resultados de nuestro sistema educativo, procurar la aceleración de la mejora de la calidad de los aprendizajes de nuestros alumnos, y mejorar la eficiencia del sistema.

Los pésimos resultados del reciente diagnóstico de desempeño académico  eran de esperarse tomando en cuenta que nuestros actuales maestros padecieron la falta de verdaderas oportunidades de aprendizaje de calidad como alumnos en las aulas de las abandonadas escuelas públicas y liceos nocturnos. Esos maestros fueron a la escuela cuando la inversión en educación rondaba de 1 a 2% del PIB de entonces, y además la educación no era una prioridad de los dominicanos en esos tiempos.  El calendario y el horario de docencia nunca se cumplían rigurosamente por diversas excusas. Además, los actuales maestros (en su gran mayoría) provienen de la cohorte académica inferior de los alumnos de las escuelas públicas, pues eran bachilleres que no podían optar por carreras en las ingenierías, las ciencias médicas, los negocios y el derecho, precisamente porque carecían de una sólida base académica con dominio pleno de la lengua y la matemática. No recibieron alimentación escolar. Nunca tuvieron libros ni tiempo para leer y jamás practicaron la escritura. No dominan la esencia del pensamiento lógico-matemático. No han hecho ciencia experimental. No recibieron formación en ciudadanía responsable. Además, ellos se formaron profesionalmente en abreviados programas sabatinos, mientras afanaban a tiempo completo en labores inconexas para sobrevivir. Para rematar, las capacitaciones que han recibido en servicio no compensan las originales deficiencias sufridas en los años críticos de su formación, pues son eslabones perdidos en su desarrollo.  En la autoevaluación de los docentes, ellos salen muy bien posicionados, la mayoría con desempeño de “bueno” o “muy bueno”, haciendo obligatorio cuestionar su criterio al evaluar.  ¿Cómo pueden ellos enseñar muy bien, y la mayoría de sus alumnos no aprender?  ¿Podemos esperar que los actuales maestros, con tantas lagunas en su formación, guíen a sus alumnos a lograr lo que no pudieron hacer ellos mismos? ¿Podemos exigirles que den lo que no tienen?

A solo pocos años de haber revertido el abandono económico de la escuela dominicana, es preciso reconocer que con los actuales maestros, egresados de un sistema educativo colapsado, apenas los alumnos brillantes superarán a sus profesores. Los dominicanos tenemos que procurar que los futuros maestros provengan del 12% de alumnos de tercer grado que hoy están encaminados a dominar la lengua española porque ya leen satisfactoriamente para su edad y nivel escolar, y no del 50% que apenas en tercer grado experimenta un importante rezago en su aprendizaje, como ha ocurrido durante décadas. Pero además, debemos procurar que los jóvenes talentosos y esforzados, desde muy temprana edad, tengan todo el apoyo del sistema y la sociedad para formarse como educadores de excelencia, verdaderos líderes educativos. La clave está en identificar, reclutar  y acompañar a los mejores prospectos, los jóvenes que al finalizar la primaria sobresalen por su desempeño escolar y ciudadanía, dedicando en la educación media especiales recursos para ampliar su formación general con programas de verano, excursiones educativas, herramientas tecnológicas, mentores, acceso a las buenas lecturas y a la cultura, y otras inversiones que fomenten su dedicación completa a los estudios.

¿Estamos haciendo todo lo posible para acelerar el proceso de elevación del perfil del maestro? Ciertamente se están tomando importantes medidas para filtrar el ingreso de los estudiantes en nuestros institutos pedagógicos y hay adecuadas becas para estudios pedagógicos a tiempo completo; pero estas son medidas recientes que aún no impactan en la calidad de los actuales alumnos de tercer grado de primaria. Mientras tanto siguen llegando a los programas de formación docente inicial muchos bachilleres con importantes lagunas de conocimiento debido al déficit histórico de nuestras instituciones educativas y sobre todo de los docentes de los niveles inicial, primario y medio. En lugar de esperar a que nuestros futuros maestros ingresen a la carrera para entonces dedicar tiempo y recursos a programas propedéuticos, debemos invertir en los jóvenes talentosos y esforzados para que lleguen mejor preparados a los institutos pedagógicos y las universidades. Debemos contratar a educadores de excelencia como mentores de los jóvenes sobresalientes, y diseñar programas complementarios (vespertinos, sabatinos y de verano) de estudios avanzados en lengua, literatura y creación literaria; matemáticas y ciencias; así como formación ciudadana. Debemos trabajar con los institutos pedagógicos y las universidades para contar con buenos profesores que motiven y guíen a estos jóvenes sobresalientes a considerar la docencia como su primera opción de carrera profesional. Debemos crear programas que fomenten la vocación por educar en nuestros mejores prospectos y elevar su nivel académico y cultural.

Si seguimos escandalizados por los actuales resultados, lamentando el bajo desempeño de nuestro sistema escolar y el lento proceso de mejora, dudando si seguir el sacrificio del 4%, y sin solución alternativa a la vista, pasaremos del desaliento a la desesperación paralizante. No es momento para el desaliento, lo que tenemos que hacer es acelerar el proceso de formación de nuevos maestros de excelencia. Para formar maestros competentes debemos reclutar a los mejores prospectos adolescentes y prepararlos en programas especiales para poder concursar por las limitadas plazas en nuestras instituciones superiores de formación docente. Para garantizar la disponibilidad de suficientes egresados sobresalientes de nuestros liceos y politécnicos, tenemos que proveer oportunidades especiales para el desarrollo de los adolescentes talentosos. Eventualmente tendremos suficientes buenos maestros de educación inicial, básica y media para hacer innecesarios los programas complementarios, y no tendremos tantos niños de tercer grado de primaria apenas alcanzando niveles elementales de dominio de las herramientas básicas del conocimiento. Entonces habremos roto el círculo vicioso del sistema educativo, evitando que sean estudiantes defraudados por el sistema los que optan por la docencia, como ha sido desde hace décadas en la escuela dominicana. Nosotros también podemos romper el maleficio de la escuela abandonada.