Políticos, periodistas y académicos recurren a las improntas que dejaron Trujillo y Balaguer –algunos se remontan aún más lejos – para explicar las manifestaciones de irrespeto a la ley, del clientelismo político, de la corrupción política sin consecuencias, del patrimonialismo del Estado, de la ineficiencia de las instituciones públicas, de los acuerdos de aposento para beneficiar a unos pocos, del personalismo, de la débil inversión en educación y salud. Argumentan que ambos personajes siguen muy vivos en la sociedad dominicana. Y es verdad. Pero si bien es cierto que la historia condiciona las acciones posteriores de los pueblos, la misma no las determina. Si lo hiciera no habría nada que hacer, y los gobiernos que hemos tenido en pleno proceso democrático no tendrían ninguna responsabilidad; ellos no son los culpables, pues lo es la cultura que crearon los caudillos y dictadores a partir de una particular forma de manejo de lo público.

Las sociedades que gozan de una buena salud democrática en algún momento de su historia sufrieron de los males antes señalados, y soportaron férreas dictaduras. La diferencia está en que una vez que lograron iniciar su proceso democrático hubo una clase política dispuesta a romper con el pasado e inaugurar un nuevo estilo en la administración del Estado; en América Latina tenemos muchos ejemplos.

Si los gobiernos que se han sucedido durante los treinta y tres años de democracia se parecen mucho a Trujillo y Balaguer en la gestión de lo público, ellos no son las víctimas, ellos son los culpables, sobre todo por aprovecharse de la huella que dejaron esos gobiernos en la cultura política dominicana. Lo que pasa es que muchos de nuestros políticos, impulsados por un narcisismo desmedido, quisieron copiar los métodos de épocas pasadas para mantenerse en el poder, y les ha ido bien, pero no porque hayan gobernado con sentido de responsabilidad frente a los ciudadanos, sino porque no han creado la institucionalidad necesaria para que dejen de ser imprescindibles. Y es que la política, más que cualquier ejercicio de la vida en comunidad, condiciona de manera preponderante el comportamiento de los individuos. Si la cultura nuestra es clientelista, irresponsable frente a lo público y corrupta, como se argumenta, se debe, en gran medida, a la forma en que nos han estado gobernando. ¿Cuántos políticos han sido procesados por actos de corrupción? ¿Es que la opinión pública exagera y busca donde no hay cuando hace denuncias de corrupción? ¿Cuál es el mensaje que los políticos envían a la sociedad en su conjunto cuando violan las leyes que ellos mismos han aprobado? ¿Pueden los ciudadanos confiar en políticos que en campaña dicen una cosa y cuando llegan al poder practican otra? Los estudios que se han realizado apuntan que la sociedad dominicana aspira a una mejor institucionalidad, más educación, más salud, más seguridad ciudadana, más cumplimiento de la ley, pero muchos políticos han elegido la forma más fácil para ellos, aunque más funesta para el pueblo.

De manera que dejemos de arrojar las culpas al pasado de nuestra pobre democracia y exijamos a nuestros actuales políticos menos discursos y mayor compromiso con una democracia de mejor calidad para todos.