La alegría está en la lucha, en el esfuerzo, en el sufrimiento que supone la lucha, y no en la victoria misma. Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa. (Mahatma Gandhi).
Más allá de la competencia y buenas intenciones que puedan tener los ejecutivos máximos del Poder Ejecutivo, en nuestra sociedad, el gran desafío es cómo articular una cultura competitiva desde el Estado que pueda aglutinar a los distintos sectores empresariales, sobre todo, lo más innovadores.
El Estado requiere un rol verdaderamente movilizador para crear las condiciones de que toda la sociedad pueda emprender un espíritu de creatividad, de innovación, que se expresen en cambio de Gerencia, en propiciar los necesarios cambios de cultura que hagan posible la creación de ventajas competitivas, más allá de todas las ventajas comparativas que en nuestro territorio existen.
El Estado nuestro debe ser un facilitador, con todo lo que esto significa, para los cambios tecnológicos, para impulsar, motorizar y desarrollar el Capital Humano; para tener como centro rector el desarrollo humano; para regular y supervisar todo lo que es dable de ser regulado, en función de las prioridades planificadas y bosquejadas en el concierto de los actores involucrados en cada proceso.
El Estado, con todas sus instituciones, tiene que asumir un cambio radical, dado que hasta ahora, no importa la instancia, sus protagonistas lo ven como una oportunidad para hacer negocios; negocios regulares e irregulares; como un botín de guerra, que le permiten privilegios por encima de los demás congéneres de la sociedad; como la gran oportunidad para hacerse ricos o más ricos y hacer cosas que como individuos no pudieran haber realizado, en función de su talento, de su profesionalidad y preparación. ¡La gran oportunidad de la mutación, de la metamorfosis social y económica!
Esa concepción que han tenido los ejecutivos, es lo que ha impedido que nuestra sociedad, en pleno siglo XXI, en su segunda década, no haya podido solucionar ningún problema estructural de nuestro cuerpo social. Muy por el contrario, a problemas coyunturales, de tanto postergarlos, los han convertidos en problemas cardinales, fundamentales. Desde el Estado hemos acelerado la dimensión de la desigualdad y el mantenimiento mayúsculo de la pobreza.
En cada época y en cada tiempo las sociedades tienen nuevos retos; acusan determinados problemas, nuevas necesidades. El rol del Estado es cómo crear una fisonomía distintiva, una marca diferenciadora que genere una mejor calidad de vida, un mejor bienestar para sus habitantes, ciudadanos y contribuyentes.
El Estado no puede ser ni constituirse en una fuente más de desmadre, de irrespeto, de desmán, de desenfreno; de despiporre, de desbarajuste, de desorden, de dilapidación, de derroche, de despilfarro. No puede ser el protagonista de los negocios turbios, de las sobre valoraciones y el centro mismo de la corrupción y violador sistemático de las normas que él mismo se ha creado.
Requerimos un Estado con autoridad moral, con decencia, para que coadyuve a la necesaria confianza que urge la sociedad dominicana; que como decía Solón, la sociedad engendra la desmesura y agregamos nosotros, y, el Estado hace posible encontrar el equilibrio.
Precisamos de un Estado que no se sienta por encima de la sociedad y que él sólo determine sus necesidades y prioridades, la mayoría de las veces desconectadas de ella. El rol del Estado hoy en día es de tener “la habilidad de ver, de manera consciente, lo que nos espera a la vuelta de la esquina”. Un Estado PREACTIVO y más PROACTIVO. Un Estado eficiente y eficaz. Un estado que sinergice y empatice con toda la sociedad. ¡Un Estado servidor que no pierda la perspectiva de su origen!
Nuestro Estado para cumplir con su verdadero rol de propiciar y generar una cultura competitiva en toda la sociedad, deberá de asumir una constancia pétrea en el diseño de una nueva arquitectura, que traiga consigo un sentido de rendición de cuentas; de creador de responsabilidades reales; que ausculte el papel de cada cual en el engranaje, para de una vez y por siempre no se oculte lo esencial en cada acción y decisión. Que cada colaborador no rehúya de sus obligaciones y compromisos; que no se exima a nadie de sus ejecutorias ni excluir responsabilidades subalternas.