Desde hace décadas mis incursiones en el tema dominicano tropiezan con la dominicanidad a ultranza de un segmento muy peculiar de la clase intelectual de la isla. Son pocos, pero ruidosos. Resultan fácilmente identificables por el anacronismo y la candidez de su retórica, afincada en la supuesta amenaza de Haití a la cultura dominicana.    

Estos paladines del ultranacionalismo suelen pronunciarse con chocante frecuencia en los medios para ventilar arengas trasnochadas sobre la necesidad de defender la dominicanidad, y lo hacen en la mejor tradición del trujillismo teórico que capitanearon plumas como las de Joaquín Balaguer, Manuel A. Peña Batlle y Julio Ortega Frier en los años más ominosos de nuestra historia.

Resulta poco menos que desconcertante ver repetidas una y otra vez las repudiables ideas en torno a los haitianos como "ingobernables, primarios, devastados por el sida y contagiosas enfermedades desterradas de todas partes". Y ni hablar de las absurdas y por demás indignantes razones sobre "su capacidad de reproducción incontrolable, su irrespeto absoluto por la naturaleza y sus hábitos de “resolver” sin ningún tipo de reparo civilizado cualquier obstáculo con el que tropezaran".

Estas citas no provienen de algún tratado o discurso de Balaguer, Peña Batlle u Ortega Frier en los años macabros de la dictadura. Quien así escribe es el encumbrado escritor Roberto Marcallé Abreu, dueño de una vasta y estéticamente ínfima obra narrativa cimentada en cuarenta años de oficio.

En su reciente artículo titulado "Dar el frente a una situación complicada" (El Día, 28 de enero 2019), Marcallé Abreu recurre a todos los lugares comunes del ultranacionalismo para establecer la "defensa de la nacionalidad dominicana" como el "imperativo de este momento".

No falta en el escrito del Premio Nacional de Literatura 2015 la consabida racialización del pueblo haitiano, en la más vituperable tradición del nazismo frente a los judíos. Tampoco queda fuera de su retórica la ridícula idea de la unificación de la isla, cuestión histórica que deslumbró a los líderes de la independencia haitiana en los albores del siglo XIX, pero que hoy día solo sobrevive en la imaginación febril de los adalides del ultranacionalismo dominicano.

Marcallé Abreu llega incluso a estadios más elevados que los de ese otro pastor del discurso xenófobo dominicano llamado Manuel Núñez, hecho que resulta por demás sorprendente. Al comentar la supuesta visita de "[p]arlamentarios de la Unión Europea que recorrieron por meses tanto la República Dominicana como Haití" y recomendaron "la unión de ambos Estados" como manera de solucionar la situación migratoria en la isla, Marcallé Abreu se explaya en el escarnio contra los haitianos como pueblo que "debido a sus magros niveles de civilidad y de empatía, representan una carga social insoportable para cualquier lugar donde se establecen (sic)".

Aparte de que Marcallé Abreu no provee información que permita corroborar cuanto dice sobre los "parlamentarios europeos", resulta sumamente curiosa la generalización a la que incurre en sus referencias a los haitianos. Ninguna sociedad que exporte gente en situaciones de crisis, como sin duda la dominicana de hoy, está exenta de la befa y agresión parroquiana de ciertos segmentos de la sociedad que la recibe. El caso del pueblo haitiano, esquilmado tanto por la corrupción de sus gobernantes como por la avaricia de los grupos de poder económico extranjero que urden planes de ayuda para enriquecerse, no es la excepción.

Ahora bien, no es cierto que los inmigrantes de Haití constituyan una "carga social insoportable para cualquier lugar donde se establecen (sic)". En República Dominicana la mano de obra haitiana es la base de grandes fortunas, sobre todo en el sector turístico, la agricultura, la construcción y la industria del azúcar. En otras palabras, el propio desarrollo del capitalismo dominicano ha galvanizado y sostenido esa inmigración por décadas. Entonces, ¿por qué no atajar el "problema haitiano" denunciando la estructura que lo vertebra? Parece que es más sencillo cebarse con el vulnerable que cuestionar la mano poderosa que da de comer.

Si Marcallé Abreu explorara sin gríngolas la historia de la emigración de nuestros vecinos, encontraría, por ejemplo, que el mundialmente reconocido escritor haitiano Danny Laferrière es, desde 2013, miembro de la Academia Francesa, o que la haitiana Michaëlle Jean representó a la Reina Isabel II de Inglaterra como Gobernadora General de Canadá durante el período de 2005-2010. Sin ir más lejos, ¿quién le quita la gloria al patriota y enorme poeta Jacques Viau Renaud, nacido en Puerto Príncipe y mártir de la gesta del 65?

Roberto Marcallé Abreu llama a la defensa de la dominicanidad como "el imperativo de este momento". A su llamado le contrapongo otro de carácter moral, en la mejor tradición hostosiana: el de no promover el odio entre hermanos.