A pesar de lo violento, tenso y convulso que fue 1970 (en contraste con lo que cantaba Johnny Ventura en el anuncio radial y televisivo de un ron: “Avívate. Cógele el pasito al setenta, ponte en el sabor que contenta”, jingle que hace poco mencionó Carlos Francisco Elías en un reciente artículo dedicado a Nadia Boulanger), lo recuerdo como un año emocionante porque, iniciando mi adolescencia, degusté la fruta prohibida al poder ver varias películas “no aptas para menores de 18 años”, y no películas del montón, sino piezas claves del cine de aquella época, como Easy Rider de Dennis Hopper, Zabriskie Point de Michelangelo Antonioni, Satiricón de Federico Fellini, Belle de Jour de Luis Buñuel, La Pasión de Ana de Ingmar Bergman, If… de Lindsay Anderson, y M.A.S.H. de Robert Altman.

Robert Altman

Aunque desde 1951 Altman había dirigido cinco películas, varios cortos y decenas de episodios de series de televisión, fue M.A.S.H. (1970) la que lo posicionó como un cineasta con reconocimiento internacional, al ser dicha cinta premiada en el festival de Cannes y nominada al Oscar y obtener un gran éxito de crítica y de público, lo que le permitió a su director emprender la realización de las películas que le interesaba filmar, abarcando y desmitificando diversos géneros, desde el western hasta el policial y desde el drama psicológico hasta la comedia, pero teniendo en común su estilo innovador y su constante temática acerca del fracaso, de los personajes perdedores, convirtiéndose en un director de culto, idolatrado por un sector, minoritario pero fervoroso, de la crítica y del público cinéfilo de distintos países.

En Santo Domingo en la década de los setenta fuimos afortunados de disfrutar cada año por lo menos una nueva película de Altman. A M.A.S.H. le siguieron El volar es para los pájaros (Brewster McCloud, 1970), Del mismo barro (McCabe and Mrs. Miller, 1971, con maravillosa banda sonora conteniendo canciones compuestas e interpretadas por Leonard Cohen), Imágenes (Images, 1972), Un Adiós Peligroso (The Long Goodbye, 1973), Los Delincuentes (Thieves Like Us, 1974), Racha de Suerte (California Split, 1974), Nashville (1975), Buffalo Bill y los indios (Buffalo Bill and the Indians, or Sitting Bull’s History Lesson, 1976), Tres Mujeres (Three Women, 1977), Un Día de Boda (A Wedding, 1978), Quinteto (Quintet, 1979) y Una Pareja Perfecta (A Perfect Couple, 1979), todas las cuales tuvimos la dicha de que se estrenaron en nuestras salas de cine en el mismo año o al año siguiente de su estreno en Estados Unidos.

Luego de finalizada la década de los setenta, dejaron de llegarnos las películas de Altman, a quien la industria hollywoodense no le siguió tolerando su rebeldía, sus experimentos y su falta de rentabilidad. En una entrevista, Altman declaró: “Para mí no es fácil hacer películas dentro del sistema. Hollywood trata de servir a un mercado que ya conoce. Es por eso que tienen todos esos números en cuenta y yo no hago eso muy bien. Yo sólo trato de ver algo que no he visto antes. Ellos quieren algo que puedan comercializar fácilmente y no confían en la clase de películas que yo hago”.

Miguel Alfonseca

Altman cayó en desgracia con el sistema y se dedicó a dirigir teatro, películas para la televisión por cable y filmes independientes, al margen de los grandes estudios. La mayoría de la veintena de películas que realizó a partir de 1980 tuvimos que verlas en video o en la televisión por cable (como, por ejemplo, Vincent & Theo, que mencioné en Tívoli del pasado miércoles). Apenas tres se estrenaron en nuestras salas de cine: Popeye, a principios de los ochenta, y The Player y Pret-a-Porter, a principios de los noventa. Pero aún prescindiendo de los filmes que dirigió antes de 1970 o a partir de 1980, las trece películas realizadas por Altman entre 1970 y 1979 constituyen un legado extraordinario en la historia del séptimo arte y lo sitúan entre los grandes creadores cinematográficos del siglo XX. De no haber fallecido en 2006, hoy miércoles 20 de febrero cumpliría 94 años y me imagino que estaría realizando películas para Netflix. Ojalá una retrospectiva de su obra pudiera ser presentada cuando la Cinemateca vuelva a tener abierta su sala grande que desde hace casi tres años está “cerrada por remodelación”.

René del Risco Bermúdez

Siguiendo en onda cinéfila y nostálgica, recordemos que una hazaña del compositor Henry Mancini (1924-1994), compartida con el letrista Johnny Mercer, fue la de ganar, en dos años consecutivos, el Oscar a la mejor canción: en 1961 por Moon River, de la película Breakfast at Tiffany’s (basada en la novela homónima de Truman Capote) y en 1962 por Days of Wine and Roses, de la película del mismo título (ambos filmes dirigidos por Blake Edwards).

Mancini ganó otros dos premios Oscar en la categoría de mejor música por la mencionada Breakfast at Tiffany’s y por Víctor Victoria (1982, también de Blake Edwards). En total recibió 18 nominaciones al Oscar y también ganó 20 Grammys, 2 Emmys y un Globo de Oro.

Compuso el famoso tema de La Pantera Rosa (1963), otra película de Blake Edwards en la que apareció por primera vez el personaje del inspector Clouseau (representado por Peter Sellers), quien debe investigar el robo de un valioso diamante llamado “La Pantera Rosa”. De ahí el título de la película, para cuyos créditos, Edwards quiso un dibujo animado de una pantera rosa, el cual fue creado por el caricaturista Friz Freleng (creador de Porky Pig, Piolín, El Gato Silvestre y otros personajes de dibujos animados) y luego se convirtió en uno de los más populares muñequitos de la televisión.

Curiosamente, Mancini está presente en la narrativa dominicana, tal como nos ha apuntado uno de nuestros más importantes editores e investigadores literarios, Miguel D. Mena, quien nos cita estos fragmentos de cuentos de René del Risco Bermúdez y Miguel Alfonseca:

“…Encenderé la radio, lo recuerdo bien, identifico esa melodía… es Days of Wine and Roses, y la orquesta si no me equivoco es la de Henry Mancini… la he escuchado otras veces, no estoy seguro ahora, pero creo que tiene algo que ver con una sala de cine en Caracas, pero aquí se me envuelve todo, se me hacen confusas las cosas…” (fragmento del cuento Del otro lado del día, de René del Risco Bermúdez, página 97 de su libro Cuentos Completos, Ediciones Cielonaranja, 2005).

“Es probable que fuera en un instante perfectamente idiota o que te resultara idiota porque ya no creías en el juego y explotabas al encender un cigarrillo, tirado sobre la cama mirando el techo inexpresivamente deseando quedarte ciego de repente, sintiendo a tu lado esa presencia que empiezas a odiar aun en contra de tu voluntad, luego de contemplarte y saberte desnudo en la penumbra nada convincente, atestada de calor y ropa revuelta, y de frases dramaticonas parecidas a las que se dicen en ciertas películas detestables musicalizadas por Henry Mancini…” (fragmento del cuento Este martes no mires el obelisco, de Miguel Alfonseca, página 108 de su libro Obra Esencial, Ediciones Cielonaranja, 2012).

Henry Mancini

Mancini compuso la música de muchas otras películas (que no son nada detestables, tales como ¡Hatari!, Charada, Arabesque, Two for the Road, Wait Until Dark, The Party, The Molly Maguires, The Great Waldo Pepper, Sometimes a Great Notion, etcétera) y de la serie de televisión Peter Gunn, música que les sugiero escuchar en Youtube. Una de sus primeras bandas sonoras fue la de Touch of Evil (Orson Welles, 1958), cuya antológica secuencia inicial pueden disfrutar en este enlace:

https://www.youtube.com/watch?v=E8AXd1ayxrg

Volviendo a Miguel D. Mena, en la página 136 del más reciente libro de su autoría, Lecturas de Santo Domingo (Ediciones Cielonaranja, 2019), escribe lo siguiente:

“De rehacer un “Atlas René del Risco, seguramente comenzaríamos poniendo uno de los temas más inspiradores de su tiempo: la pieza Days of Wine and Roses, de Henry Mancini. Compuesta en 1962 para la película del mismo nombre, se convirtió en todo un éxito popular, también de culto. Days of Wine and Roses operaba dentro de un principio de melodía abierta, tanto así como para fascinar a crooners pero también a esmerados jazzistas. Podía caer en las voces de Frank Sinatra y Ella Fitzgerald, en el saxo de Dexter Gordon o en el piano de Bill Evans y McCoy Tyner. A veces, hasta maravillas salían. Pero será Andy Williams su gran intérprete, o al menos a quien René mencionará en su poema “Tú que hablas”:

tú, que sientes esta pequeña sala

estrechándose contra la lámpara amarilla,

contra la botella de whisky,

contra este Andy Williams

que gira en tu consola…