En las selvas amazónicas, los indios jibaros practican el ritual Tzantza, utilizan mezclas vegetales capaces de reducir cabezas humana al tamaño de una naranja, sin alterar demasiado los rasgos del descabezado. Simbólicamente, pretenden neutralizar el espíritu del enemigo y apropiarse de alguna de sus virtudes. El escándalo de los Super Tucano me hace pensar en esa macabro ceremonial. Curiosa asociación.
Desde el Brasil, emprendieron nuevamente el vuelo los ignominiosos aviones Tucano. Llegan por aquí lanzando cohetes dirigidos por fuerzas internacionales. Caen altos mando, empresarios, y un senador. Gente del menudeo, abridores de camino, repartidores de una parte insignificante del soborno. Si se quiere, picoteadores de segunda: apenas tuvieron en sus manos tres millones de dólares de una coima probablemente quince veces mayor.
Parapetados detrás del poder morado, mandatarios, ministros y ex ministros (los tutumpotes políticos) siguen convencidos de que la metralla no les infligirá daño alguno. Quedarán sanos y salvos, sin un rasguño. Me refiero a esos que se zamparon alrededor de cuarenta millones- cuarenta millones de dólares- de sobreprecio; de los que se habla menos siendo más.
Comienzo a creer, que aun convencidos de su invulnerabilidad, sienten algo de miedo cuando se miran en el espejo de sus amigos brasileños. Pero no mucho: engrandecidos, obnubiladas por un narcisismo extremo, consideran eterna su inmunidad.
El estado psicológico más cercano al grandiosimo natural del niño es el engendrado por el poder político. No importa que se presida sobre una nación pequeña y destartalada, u otra rica y organizada; disponer de una nación al antojo es nutriente insustituible para el ego hambriento del liderazgo. Si a ese mandar y ser obedecido por muchos, agregamos – fatídica tradición tercermundista- riquezas, títulos, homenajes, y adulaciones, esos hombres entran en éxtasis de grandeza desenfocando la realidad. El mundo es auspicioso y sus directrices gloriosas. La euforia es frecuente, alcanzando en ocasiones el delirio.
El sistema presidencialista dominicano lleva implícito un absolutismo capaz de hacer sentir a quienes manejan el poder infalible y libre de culpa. Pasado y porvenir se desdibujan. Viven, sin tener conciencia de ello, un “viaje” que sólo promete "días de vino y rosas".
Esa transformación puede ocurrirle a listos y brutos, pragmáticos e idealistas. No importa, porque el mandar naciones y enriquecerse rápido trastorna al más bonito, llevándolos a la extravagancia. ¿Acaso no se hizo enterrar, entre honores y desfile militares, su pierna izquierda el general Antonio López Santa Ana, dictador Mexicano del siglo diecinueve, mientras presidia el funeral de su extremidad? (Una joya de narcisismo desbordado).
Pero esa grandeza tiene límites; el blindaje cede, y los dioses encarnan y se crucifican. ? Cuál será el escándalo, entre esos que aparecen y desaparecen, que hará descender a nuestros dioses del Olimpo para enfrentar punitivamente sus tropelías? Quizás sea ahora en un rasante de Super Tucano. Nadie lo cree posible. Si acaso, humillaran temporalmente a la avanzada del menudeo, a los de los chelitos…
En la selva política dominicana ninguna mafia que maneje cuarenta millones de dólares terminará con su cabeza achicada, al menos no por nuestros indígenas. En Brasil, donde habitan tribus jibaras, la justicia aplica sin contemplación el ritual Tzantza, pero no cocina las cabezas, sencillamente las aplasta con la ley reduciendo el grandiosismo.