Inseguridad en mi forma de hablar es inseguridad en mi pensar y en mi vida diaria. Y si lo miramos amplia e históricamente, puede reflejar una falta de apreciación de nuestra identidad en nuestras familias y escuelas. En contraste, liberar mi lenguaje es liberar mi pensamiento, hacer los términos de muchas interacciones más equitativos, honrar a los que me criaron y mi cultura dominicana. Sentirme segura de mi misma me va facilitando el acceso a más información, a nuevos mundos y nuevas formas de hablar, y de ahí las experiencias positivas que me alimentan. ¿Me copian? Vean con dolor este ejemplo de Gloria Malone, una joven líder dominicana lamentando haber sentido esta dolencia mientras se dirigía a miembros de la Suprema Corte Estadounidense: http://www.cosmopolitan.com/politics/news/a38116/latina-reproductive-rights-activists/
Basta imaginar la vivacidad del lenguaje dominicano de la calle para darnos cuenta de la grandísima creatividad de los dominicanos y dominicanas. Y sé que preocupa el contenido clasista, racista, machista, misógino y homofóbico que observamos en la cultura popular, pero esto no es exclusivo del “pueblo.” El lenguaje popular es simplemente menos sutil. La preocupación que nos lleva a editar ese contenido es requerida por el estatus de pequeño burgués “educado.” Un análisis crítico de discurso revela la presencia de todas esas enfermedades sociales en los espacios más elitistas.
Por suerte, las teorías lingüísticas más avanzadas nos permiten reconocer que la capacidad cognitiva del pueblo, manifestada en la infinita expresividad del vernáculo dominicano, está, “muy bien, gracias.” En la Republica Dominicana el español de la calle evoluciona felizmente, con sus musicales raíces africanas, las cuales compartimos con haitianos y haitianas, su tempestuosa sazón ibérica, y con la más reciente infusión del inglés globalizado y arraigado en nuestra diáspora. Todo esto catalizado por el ritmo bravío de la supervivencia en la isla.
La inseguridad lingüística, en cambio, es el resultado de una educación clasista y racista que mantiene la expresividad, y por ende la cognición y la participación social de muchos dominicanos y dominicanas, amordazadas, víctima de un acoso odioso. ¡Y es aquí donde Rita Indiana podría salvarnos! Es aquí donde esta flaca brillante nos revela un importante misterio. Escuchar a Rita Indiana, sobre todo en el destierro, es una experiencia poderosamente terapéutica. Porque Rita Indiana nos regala una rica expresión de nuestra experiencia de vida cuando canta en buen dominicano, con poesía, crítica social y todo. Exhibir nuestro lenguaje en espacios vedados, como ella lo hace, es profundamente revolucionario y liberador. Experimentar ese pequeño pánico al escuchar a Rita Indiana, o a Junot Díaz, es un indicador significativo por el placer avergonzado que nos produce. Igual deja mucho que decir la reacción virulenta de la elite dominicana, que se guayó bien guayá al rechazar artistas nuestros cada vez más reconocidos internacionalmente por su gran calidad intelectual y musical.
Una educación clasista y racista utiliza y promueve teorías del lenguaje que le permiten a las clases más poderosas justificar la desigualdad en la distribución de los recursos naturales y sociales comunes, a partir de una estratificación de seres humanos según como hablan, lo que saben y lo que se les permite hacer. La inseguridad lingüística resultante nos hace sentir esencialmente inadecuados y sigue manteniendo en el poder a la élite que nos juzga. Esta profunda, permanente e inconsciente sensación nos deja incapacitados de desplegar nuestra creatividad lingüística y cognitiva en los momentos en que más lo necesitamos: cuando negociamos la realidad misma en y con palabras (otra importante teoría lingüística); cuando en los espacios formales como el trabajo, el hospital, la corte o la tienda, nos sentimos avergonzados y como consecuencia nos situamos en desventaja.
En conclusión, comprendo a los enamorados del “buen hablar” y el “buen escribir,” ya que hemos sido educados para apreciar la estética y la eficiencia de un desarrollo lingüístico programado y basado en teorías y reglas (o idealizaciones.) Y más, como le confesara a la Profe Zentella, yo también internalicé la “policía del lenguaje” en que se constituye la educación formal. Yo también creí en la Real Academia de la Lengua como en la Santa Iglesia Católica. Y a la sombra de estas instituciones lideradas por mortales, crecí constantemente autocensurándome, auto-editándome y a veces auto-silenciándome. Lo que necesitamos es libertad de ser y estar. Educarnos para ser multilingües, es decir, para hablar el español oficial y nuestro hermoso y divertido vernácula; para ser en verdad unos matatanes en los muchos mundos en los que debemos actuar. De hecho, varias personas me han dicho aquí en Gringolandia que las dominicanas y dominicanos somos “resourceful people,” es decir, emprendedores y creativos. En buen dominicano, bucaneros. Vámono!