Cualquiera bien podría admirar al hombre que vive en su casa artesonada, de gran lujo y exhibicionismo material.
¿No es esa la tendencia del mundo?
Hasta a los santos se les exhorta a no dejarse arrastrar por la tentación de concentrar su atención en aquellos que son poseedores de enormes tesoros y grandes bonanzas.
Esa es la ambición, el anhelo, el deseo y la lucha de muchos.
Sí, es cierto que ahí están los buenos manjares, la ropa fina, el buen carruaje, las muchas joyas y los muchos placeres.
Pero, ¿y qué de la conciencia?
Hombre, no te alteres con motivo del que prospera. Mejor es lo poco del justo, que las riquezas de muchos pecadores.
Escuchad la voz de Jesús cuando grita: ""¡Ay de ustedes los ricos! Porque ya están recibiendo todo su consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís!, porque os lamentaréis y lloraréis.".
Hablamos de riquezas logradas con manos llenas de sangre, de rapiña, de robo, de abuso, de injusticia, explotación, violencia, maldad, corrupción e indiferencia.
Perturba su casa el que tiene ganancias ilícitas. El hombre fiel abundará en bendiciones, pero el que se apresura a enriquecerse no quedará sin castigo.
Oigan también la advertencia del hermano Santiago cuando dice: "¡Oíd ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que vienen sobre vosotros".
"Oíd ahora, los que decís: Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad y pasaremos allá un año, haremos negocio y tendremos ganancia".
¿Por qué no escucháis la advertencia del apóstol Pablo?
El dijo: "Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores".