Riqueza Ajena es el título en español de la película “Other People’s Money”, del año 1991.  La semana pasada pensé por un momento que se había filtrado un corto video del rodaje de una criolla inspirada en su trama.  La similitud, de hecho, apuntaba más a un “remake” de esa película que contaba hace tres décadas las peleas de accionistas por el control de compañías que cotizan en la bolsa de valores. 

Pero el caso es real y noticia: dos grupos están enfrentados por la administración de una de las empresas más importantes en la distribución de botellones de agua a los hogares y negocios del país.  Parte del duelo se presenció en las redes con el video donde se denuncia y se impide, temporalmente, el intento de los nuevos accionistas mayoritarios para entrar al local y colocar una nueva administración.  Demandas legales también se han iniciado para invalidar la venta de títulos de propiedad accionaria. El guion de ficción y novela autobiográfica sirven para interpretar el caso.

Riqueza Ajena presenta a un empresario exitoso como administrador, único dueño, amo y señor del destino de su compañía que fue convencido para entrar a la bolsa de valores para aumentar capital con la venta pública de acciones.  El guionista no incorporó detalles importantes de ese proceso en la película: la calidad de “único dueño, amo y señor” muere con la primera venta exitosa y nace la incertidumbre para las de “socio mayoritario y administrador”. 

El apego a la ética y la obligación de cumplir normas con sanciones severas, hacen que banqueros de inversión se aseguren que los debutantes entiendan perfectamente lo que están abandonando.  En la trama de la película, sin embargo, las reacciones iniciales muestran un administrador que estaba ajeno a esos riesgos. Un grupo que fue adquiriendo acciones hasta tener un porcentaje importante para inducir cambios, hace su primer movimiento para cambiar la gerencia y poner en marcha sus ideas sobre el futuro de la empresa. 

La prensa amarilla sataniza al líder de la operación como “Pirata Corporativo” y pone en papel de víctima al dueño amenazado sobre una calidad que perdió al abrir su capital.  Pero con diarios que no deciden y sólo aportan simpatías que no se manifiestan en aportes económicos solidarios, la opción es sacar a la empresa de la bolsa comprando las acciones tienen terceros o vencer al retador en la asamblea de accionistas. Vea como concluye la historia en esa película sobre la que escribí en Acento.  La utilizaba en la sección de cinefórum financiero de un programa de pasantía de verano para jóvenes que diseñé e impartía hace unos años.

De lo que conozco del caso local similar a esta historia, encuentro una diferencia en el aspecto legal.  En la película no hay cuestionamiento a la legalidad de la adquisición de acciones. Se adquieren las necesarias para lograr un porcentaje significativo permita someter al voto de la asamblea nuevas ideas.  Esto se deriva de que se hacen en la bolsa de valores.  Aquí son transacciones privadas y el tema principal es la legalidad de la operación en que un socio ha adquirido mayoría le permite hacer cambios en los puestos directivos.

Pero en ficción y realidad, el escenario del desenlace tiene las mismas opciones.  Hay una intención de venta de un accionista que otorgará más del 50% al que compre. Si la logra el grupo que es mayoritario y la administración familiar de la empresa, Fray José tendrá que hacer el milagro de armonizar a esas dos cabezas de familia de las que recibe tanto apoyo a sus obras sociales.

Eso tiene que ir unido a cambios importantes que acerquen los indicadores de rentabilidad de la empresa al costo de oportunidad del capital invertido que tiene el grupo que, con derecho y justicia, los demanda.  Dejando de lado leyendas urbanas, se participa en capital de una empresa con aspiración de recibir dividendos o apreciación del precio de las acciones en línea con indicadores de referencia que estén en rango razonable a los mejores del sector.  Se venden las acciones, o se trata de asumir control de la empresa, cuando los resultados históricos o las expectativas se consideran tan deficientes que se esfumará su aporte de capital.

Los empresarios dominicanos no confían en abrir el capital de sus empresas. Ciertamente se puede escribir de haber caminado La Ruta del Coraje para atraer a un socio del que destaca sus aportes como un “…soplo solidario y fiduciario” que “nos permitió sortear las grandes dificultades financieras derivadas de un proyecto sobreactivado pero carente de la liquidez apropiada”.  Recordar la ausencia de ese accionista y amigo como un soporte que dejó “huellas imborrables” por “sus enseñanzas, creencias y desprendimiento”, y también que sigue presente porque esos atributos han sido “ratificados por los continuadores de su obra (familiares y representantes)”, con quienes existe un espíritu de “permanente y recíproca lealtad”.

Espero que en el desenlace no pierdan sentido esas palabras de Don José Santos en su libro, aspiro a que se logre un acuerdo razonable y se sanen las heridas dejan estos procesos cuando se someten al veredicto de los jueces o las redes. ¿Ya hablaron con Fray José?