Las pandemias nos arrojan a una situación de riesgo en que debemos calcular las posibilidades de daño. Pero contrario a como suele pensarse, calcular no se refiere solo a una actividad intelectual.

Como nos recuerda la antropóloga Heidi Larson -influída por el psicólogo Paul Slovic-, calculamos basándonos en una interacción entre el razonamiento y nuestras influencias experienciales. En otras palabras, los procesos intelectivos se ven afectados y orientados por nuestras emociones.

Por esto, debemos tener cuidado de no ver a la ciudadanía como un conglomerado homogéneo de fanáticos e ignorantes cuando diseñamos las políticas públicas, o cuando elaboramos estrategias oficiales para convencerla sobre la necesidad de las vacunas.

Larson (Stuck, How Vaccine Rumors Start–and Why They Dont Go Away), señala que actuamos desde el centro de un “campo de fuerzas” -El “espacio vital” de Kurt Lewin-, contituido por nuestros familiares, amigos, colegas y los distintos medios con los que interactuamos en nuestros días.

La referida red de relaciones posee una intensidad más impactante que cualquier información científica que podamos ver o escuchar, especialmente si los instersticios de dicha red están cubiertos con acontecimientos trágicos cercanos (el efecto dañino de una vacuna en un familiar o vecino; el recuerdo de un episodio traumático personal relacionado con algún proceso de vacunación anterior, entre otros acontecimientos).

El experto en comunicación de riesgos, Peter Sandman (Hazards vs. Outrage: Responding to community outrage) formula unas preguntas claves para intentar comprender el sentimiento de rechazo que pueden generar las vacunas en un determinado segmento de la población: ¿La vacunación es libre o forzada? ¿El proceso es controlado por mí o es controlado por otros? ¿Es justa o injusta? ¿Es natural o artificial?

Estas interrogantes no son académicas. Están dirigidas a intentar comprender un aspecto fundamental de todas las acciones relacionadas con los seres humanos: cómo se sienten con respecto a la acción que los involucra. Si no hacemos un mínimo intento de comprensión de los demás, no podemos esperar un esfuerzo de cooperación.

Es obvio que muchas personas se sentirán reacias a los procesos de vacunación forzados en función de sus biografías personales o de las experiencias políticas colectivas anteriores. De hecho, no deberíamos aislar las campañas de vacunación de estas últimas experiencias y, en el contexto de sociedades con tradición autoritaria, aprovecharlas para iniciar un proceso de educación cívica democrática incorporando a la ciudadanía a un papel activo en dichos procesos.

Los distintos movimientos o agrupaciones que conforman la sociedad civil pueden jugar un papel crucial en este proceso para hacer sentir a las personas que el proceso está en sus manos, que es justo, “natural” y no un producto de imposiciones económicas o políticas.