Lo que ha movido a los auténticos revolucionarios a través de la historia es el interés de contribuir al progreso humano principalmente en cuanto a justicia social o igualdad de oportunidades para todas y todos, y la libertad; pero como se puede entender mejor hoy a partir de tantas experiencias vividas por las naciones del mundo, esos inspirados cambios abruptos desde la política, es decir desde el Estado, no son posibles; y acontece que en la búsqueda de esos cambios radicales en no pocas veces se ha hecho más mal que bien al progreso humano.
Parece indicar que mejor se hace concentrándose en los que podrían ser relativamente y en una gran escala en el tiempo, pequeños pasos pero de profundos impactos en el progreso de la humanidad. Por ejemplo Martin Luther King no se propuso transformar radicalmente el Estado norteamericano, pero logró contribuir efectivamente en cambios fundamentales en la vida de millones de afroamericanos.
Francia y el Reino Unido presentan dos grandes y contradictorias lecciones para la humanidad. La Revolución Francesa (1789) aún se sigue presentando como un modelo de transformación política, y sucede que fue todo un desastre por demás muy sangriento; con un resultado que devino en lo político en el golpe de Estado de Napoleón Bonaparte 10 años después, 11 de noviembre de 1799, y luego coronado como emperador (Napoleón I) el 18 de mayo de 1804.
Mientras que 100 años antes de la Revolución Francesa en lo que sería el Reino Unido, exactamente en el 1689 se firmaba el Acta de Declaración de los Derechos acordando, entre otros, mantener a rey o reina como parte del Estado con poderes muy limitados. Aun en la actualidad en el Reino Unido existe la corte aunque la verdad como figuras de decoración; y que más allá de las ficciones han demostrado ser tan comunes como los más comunes de los mortales, siendo además en la actualidad más bien interés de la farándula que de la política.
Esa transacción en la política, desde el 1689 con el Acta de la Declaración de los Derechos, condujo al Reino Unido en un ascendente proceso a ser una potencia hegemónica en el mundo y más aún a partir de la caída del Napoleón Bonaparte, engendro de la llamada Revolución Francesa.
El más reciente informe del Índice de Desarrollo Humano-IDH- (2018) presenta a Noruega como el país de mayor desarrollo en el mundo y sucede que su forma de gobierno es Monarquía Constitucional, conservando esa antiquísima y no menos banal reliquia del muy lejano pasado.
¿Revolución o Evolución?