Los motivos de Chávez, Ortega, Lula y seguidores para propiciar cambios revolucionarios en Venezuela, Nicaragua y Brasil estaban más que justificados.
Con Chávez hay que entender el gran contrasentido de un país inmensamente rico en petróleo junto a la extrema indigencia de millones de sus ciudadanas y ciudadanos. Con Ortega sólo recordar las atrocidades de la dictadura de Somoza, otro Trujillo. Con Lula la indigencia, la corrupción y las dictaduras que vivió y sufrió Brasil siendo él dirigente sindical.
Los motivos de sus procuradas reivindicaciones estaban a la vista. Sin embargo en los tres casos el camino de sus luchas condujo a grandes fracasos, diferente a José Figueres en Costa Rica que enfoca las transformaciones en anular el ejército para invertir en áreas esenciales como educación y salud e instaurar un sistema electoral efectivo y transparente. Hay quienes ante los fracasos buscarían otros culpables más allá de Chávez, Ortega y Lula, mas no sería justo interpretarlo así en el mundo real escenario de las acciones políticas y de los intereses nacionales y foráneos que siempre se entrecruzan, lo cual acontece en todas las naciones del mundo.
No hay forma de justificar que en Chávez, Ortega y Lula en el entorno de sus colaboradores más cercanos y familiares lograran por la vía de la corrupción recursos y privilegios extremos. En el caso de Nicaragua la primera dama ha trocado su fuste de escritora por el de una reina con todos y sus ornamentos y ante la pérdida de vidas de cientos de jóvenes nicaragüenses, el argumento terrible es “la defensa de la revolución”. En Lula más allá de las que podrían ser las debilidades de las pruebas de corrupción en lo personal, decenas de sus colaboradores han confesado millonarios enriquecimientos ilícitos, cual salta ya en Venezuela aún sin tener una Justicia relativamente independiente.
En los tres casos otro problema de fondo: el creerse, muy similar a muchos contra los cuales combatieron, de que hay líderes predestinados, imprescindibles en determinados momentos históricos.
De acuerdo a lo comentado es evidente que en los tres países esas intenciones revolucionarias se convirtieron en grandes retrasos; otro ejemplo más, no hay forma de entender por qué Brasil elige a Bolsonaro al margen de las grandes fallas en la conducción del Estado de Lula y su Partido de los Trabajadores, PT, principalmente en la demostrada corrupción. En Venezuela y Nicaragua se agrega además la gran inestabilidad política con más que dolorosas pérdidas de vidas inocentes.
Más allá de las intenciones, los aprendizajes están ahí.
Chávez, Ortega, Lula… ¿Revolución o Evolución?