De acuerdo a reputados organismos internacionales la dirección y gestión del Estado dominicano se ha caracterizado por altos niveles de deshonestidad e ineficiencia.
La deshonestidad se manifiesta en la corrupción pública que de acuerdo al Índice Global de Competitividad presenta en dos renglones la siguiente situación: en el despilfarro del gasto gubernamental la República Dominicana ocupa la posición 144 de 144 naciones del mundo y en el desvío de los fondos públicos la 142.
La eficiencia en una definición simple es la capacidad de resolver los problemas. Para referir sólo algunas áreas, uno de los máximos grados de ineficiencia corresponde al servicio de energía eléctrica. Peor sucede con la calidad de la educación que 20 años después de concertar democráticamente un plan decenal que alcanzó el reconocimiento internacional, la RD está en el lugar 143; sólo supera a Yemen y se encuentra 4 puntos por debajo de la hermana República de Haití que ocupa el lugar 139. En cuanto a seguridad ciudadana la grave situación ha llevado al nuevo gobierno a hacer otro plan reconociendo el fracaso de los anteriores.
Lo dicho toma otro matiz cuando se examinan desde una perspectiva histórica los grandes sacrificios del pueblo dominicano por una correcta dirección y gestión del Estado. El Museo Memorial de la Resistencia ha estimado en más de 50 mil las muertes provocadas por la dictadura de Trujillo y si se toman en cuenta además otros periodos aciagos, la deuda de honor ante tanto dolor es gigantesca.
La palabra revolución puede ser percibida como muy fuerte pues se le puede asociar a la violencia; pero Bosch por ejemplo calificaba su gobierno como democracia revolucionaria por el propósito transformador. Y en el plano internacional tomando sólo el caso de Brasil, Dilma Rousseff una ex guerrillera y el sindicalista Lula Da Silva han encaminado en su país una verdadera revolución de la honestidad y la eficiencia en un ambiente político de absoluta paz y por la vía de la democracia electoral.
En una parada por el camino heroico de la historia nacional traigamos al presente a un hombre y una mujer, Juan Pablo Duarte y Minerva Mirabal e imaginemos sus reacciones ante tan alto grado de deshonestidad e ineficiencia estatal. O incluyamos otra mujer y otro hombre recios también en la lucha por una mejor sociedad, Amín Abel Hasbun y Florinda Soriano Muñoz y mediante métodos pacíficos de lucha y por la vía de la democracia electoral no hay dudas que proclamarían ante la situación descrita, la imperiosa necesidad de la Revolución de la Honestidad y la Eficiencia.