Uno de los artículos que más he pensado si publicarlo o no ha sido este, por temor a herir sentimientos pues cuando ocurre cualquier tragedia, sobre todo si incluye menores de edad, lo ideal es ponerse del lado de la víctima y no es momento para reprochar, pero hay algunos acontecimientos ocurridos últimamente que lamentablemente no puede uno dejar de cuestionar también el papel que estamos jugando como familia y como sociedad.

Este hecho ocurrió hace mucho tiempo pero quiero recrearlo porque llamó mucho mi atención. Un señor de 60 años asesinó a una niña de 15 años en una cabaña. Cuando se entrevistó a la familia la madre decía entre llantos que su niña salió con unas amigas a compartir para un drink y ahí me surgieron algunas preguntas ¿qué hace una niña de 15 años en un lugar de expendio de bebidas alcohólicas? ¿No se supone que eso está prohibido a los menores de edad? El problema que se dilucida en los medios es el del asesinato, pero no la historia que hay detrás, algo andaba mal en esa familia como también en la sociedad que tampoco velamos porque las leyes se cumplan, ahí hemos fallado todos.

Una niña de 16 años es asesinada cuando salió a compartir con unos amigos a las once de la noche y aquí hay otras preguntas ¿Desde cuándo una niña de esa edad sale a las 11 de la noche a pasear? Claro está que aquí hace falta más información porque la familia alega que fue asesinada por resistirse a una violación mientras los exámenes forenses sostienen que falleció por un accidente vehicular.

El mismo caso de Emely Peguero también es complejo porque esta niña empezó una relación a los 12 años de edad. Este tipo de relaciones siguen siendo muy comunes en nuestros campos y casi siempre tienen la misma connotación: los padres deciden aceparle la relación con la excusa de que entonces lo harán a escondidas o porque es con el hijo de los ricos del pueblo y eso asegura mejor futuro.

El niño que fue asesinado por un sacerdote aprendió a chantajearlo, según las declaraciones en la prensa y, supuestamente, la primera vez que el sacerdote le dio dinero le entregó una suma de 180 mil pesos. ¿La familia nunca cuestionó de dónde ese niño estaba trayendo dinero a la casa? ¿nunca se interesaron en saber de dónde sacaba dinero para comprar celulares y tenis caros? Si bien son alarmantes todos estos sucesos también es un drama de ponerle cuidado al papel que están jugando las familias y la sociedad en todo esto.

Pero no solo esos casos llaman la atención. Dos adolescentes de la Vega llevaban dos días desaparecidas y cuando la familia lo publica en la prensa y todas las redes sociales, las jóvenes se comunican diciendo que estaban en una finca de Villa Altagracia. Otra menor adolescente de Villa Mella desaparece y cuando la familia la denuncia como desaparecida la niña se comunica con una tía y le dice que está en San Cristóbal y yo vuelvo a preguntarme ¿qué carajos nos está pasando? ¿Quiere decir que una niña menor de edad puede desaparecer de su casa sin decir hacia dónde va, durar hasta dos días sin sin saberse de ella y después informar que está en tal sitio? Definitivamente como sociedad y como familia debemos cuestionarnos porque estamos en una sociedad donde hoy es normal lo que antes era una razón más que justificada para una buena pela.