“Nada nuevo bajo el sol…” es una frase archiconocida, extraída de las Escrituras Hebreas, conocidas entre los cristianos como Antiguo Testamento. Pues bien, de una manera o de otra, los partidos políticos tienen etapas de decadencia, de estancamiento o de retroceso como cualquier otra organización. Por otra parte, muchas veces los partidos se renuevan y hasta resurgen de las cenizas. Pensar que siempre ganarán elecciones o que competirán con fuerza por el poder sería otra de tantas ilusiones.

Cuando los partidos políticos sobreviven al inevitable paso del tiempo sería necesario estudiar los diferentes períodos. Por lo general han seguido existiendo, en parte, por grandes cambios realizados en un momento oportuno. De ahí que en Estados Unidos sigan funcionando dos poderosos partidos que representan quizás dos alas del sistema capitalista y del “American Way of Life”.

El Demócrata existe desde los primeros años del siglo XIX y considera a Thomas Jefferson como su fundador original, aunque el nombre actual se adoptó en la “Era de Andrew Jackson” que presidió el país entre 1829 y 1837. Los demócratas celebran su famoso “Banquete Jefferson/Jackson” para remontarse a sus orígenes. Aunque más abierto a los inmigrantes y las minorías religiosas que otros partidos, el Demócrata era en cierta forma el partido conservador, que incluso controlaba el Sur esclavista, aunque trabajaba con un ala algo más liberal en el Norte del país. Empero el liberalismo de entonces es más bien el conservadurismo de hoy. Después de los años sesenta del siglo XX todo cambió y el Partido de Jefferson y Jackson se convirtió en el partido más liberal, si entendemos cierta inclinación moderada a la izquierda como el liberalismo de hoy.

El Partido Republicano parecía ser, desde su fundación en la década de 1850, el partido liberal o progresista. En su seno convivían, curiosamente, un sector de partidarios de la abolición y otro que consideraba al catolicismo como cabeza de playa de la reacción y el tradicionalismo de los países del Mediterráneo occidental y central. A pesar de que había algunos católicos en ese partido, la actitud de gran parte de sus miembros la reflejaba el titular de un diario importante de tendencia republicana durante la Guerra Civil. Al producirse entonces la muerte de Roger Tanney, primer católico en presidir la Corte Suprema y partidario irrestricto de la esclavitud, que había sido designado por una administración demócrata, el periódico anunciaba su fallecimiento  añadiendo estas palabras: “Con su muerte, el Juez Tanney ha prestado su mayor servicio a la nación”.  Sorprendentemente, el partido más liberal, el Republicano de Theodore Roosevelt (no confundirlo con su primo demócrata Franklin Delano), se convirtió gradualmente en el partido conservador de Norteamérica.

Y muchos movimientos políticos han sobrevivido, pero su decadencia les convirtió en terceros partidos. El poderoso Partido Liberal inglés es un ejemplo de esa situación. El Partido fundado por Charles De Gaulle en Francia es otro ejemplo, sólo gobierna ayudado por una coalición. Un recorrido por la geografía europea revela situaciones similares, partidos que han desaparecido y otros movimientos políticos que no atraen más allá de un porcentaje pequeño del electorado. En cuanto a los partidos comunistas históricos, han sido reemplazados por los de “los antiguos comunistas” que no proclaman el “centralismo democrático” o “la dictadura del proletariado”. Los grupos de ortodoxia comunista son demasiado pequeños para ser tenidos en cuenta.

En la América Latina nada o muy poco queda de gigantescos partidos de los siglos XIX y XX. El viejo lema “Sólo el APRA salvará al Perú” tiene ahora poca vigencia. El poderoso Partido Acción Democrática de los dos Rómulos (Gallegos y Betancourt) sólo atrae unos cuantos puntos porcentuales de apoyo. Del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), que ayudó como Acción Democrática, a fundar otros partidos en la región es más bien un recuerdo del pasado.

No se asusten los lectores, ni siquiera el Partido Socialista Popular (el partido comunista histórico de Cuba), conocido como PSP, es exacta o aproximadamene el Partido Comunista de Cuba fundado en la Era de Castro en 1965. Claro que algunos disentirán de mi opinión y los respeto. Algunos historiadores prestigiosos del Caribe pueden haber olvidado, o más bien minimizado, el dato de que el PSP cubano, con permiso expreso de Rafael Trujillo, o más bien como gestión surgida de cierta manera en los planes del “Jefe”, y sugerida por algunos colaboradores de su gobierno, ayudó a darle forma al PSP dominicano en los días iniciales de la Guerra Fría a mediados de la década de 1940.

El PSP cubano, que obtuvo, como otros movimientos de tipo “revolucionario” y gobiernos liberales, logros apreciables para la clase obrera, controlaba los sindicatos y tenía en la década de 1940 miembros en el gabinete presidencial, el Senado y la Cámara baja de Cuba, sobre todo en la primera etapa de gobierno del general Batista, que era entonces su aliado en las urnas y era proclamado por el PSP como “el mensajero de la prosperidad”. Batista no gobernaba entonces como un político de derecha si nos guiamos por opiniones de Blas Roca, Lázaro Cárdenas, Pablo Neruda y otros.

No escojamos únicamente a los bien organizados y activos partidos comunistas latinoamericanos del pasado. También los partidos denominados Social o Demócrata Cristiano sólo se mantienen como vestigios del “Mundo de Ayer”, en el estilo del título de un libro de Stefan Zweig.

Y si vamos aún más hacia atrás, sólo quedan desprendimientos, bastante reducidos en tamaño, de los partidos demócratas y liberales de otras épocas. Todas las décadas surge un nuevo movimiento político. En algunos países se inscriben para las elecciones más de una docena de partidos.

El tema de hoy no son los nuevos partidos dominicanos y las divisiones de poderosos movimientos surgidos en Quisqueya, que requieren atención cuidadosa, sino que culminamos este trabajo con el caso de la Madre Patria y la nueva situación creada por el surgimiento del Partido Podemos. En este “mundo raro con extrañas criaturas”, por utilizar el lenguaje de Aldoux Husley,  continúa la tradición de nuevos partidos, aunque ahora sin demasiados componentes ideológicos.

Es posible comprender sin mayor dificultad que el nacimiento de Podemos representa la persistencia del cambio como elemento presente en otras situaciones. Podemos no sólo es una extensión europeo occidental del fenómeno del chavismo sino que tiene características propias. Si lo acusamos de sucumbir al caudillismo de su fundador y de algunos de sus flamantes líderes, algo que abunda entre nosotros en Iberoamérica, estaríamos cometiendo una injusticia. El caudillismo es parte integral de la experiencia política, acentuada en algunas regiones del planeta, como en España y en la “América nuestra” o “Nuestra América” de los sueños de Martí.

Los juicios definitivos no corresponden en este momento. Tanto los peligros por la probable repetición de experiencias que no necesariamente fueron triunfales como las esperanzas de sus miembros más entusiastas son evidentes en el nuevo partido como en tantos otros, pero reflejan algo de lo que hemos tratado de decir acerca de la decadencia, estancamiento o retroceso de los partidos.

El Partido Popular español (PP), actualmente en el poder, surgió después la muerte de Franco, aglutinando a elementos conservadores y de centro derecha. Unión de Centro Democrático (UCD) sólo duró lo que un merengue en la puerta de un colegio a pesar de las condiciones muy respetables de su líder Adolfo Suárez. Sin José Antonio Primo de Rivera, primero, y sin Franco, después, la Falange Española se redujo a la mínima expresión. Pero el PSOE existe desde tiempos bastante remotos, digamos que desde fines del siglo XIX. Izquierda Unida es sólo una agrupación de viejos y nuevos comunistas, no necesariamente el viejo Partido Comunista español aunque es en cierta forma su continuación. Hay otros partidos menores y también regionales, pero sólo dos grandes partidos nacionales, PSOE y PP, hasta la llegada de Podemos.

El nuevo partido entra al ruedo por la decadencia o retroceso, que puede ser temporal, del PP y el PSOE, por citar los dos partidos principales. Si se desea, podemos cambiar la palabra decadencia por “retrocesos”, “dificultades”, “crisis económica”, “movimientos regionalistas” y todo lo demás, pero el bipartidismo como estilo de vida político basado en dos partidos principales parece estar destinado a terminar en España. La correlación de fuerzas políticas en España parece destinada a cambiar en forma más o menos dramática como en muchos otros países. De nuevo acudo a las Escrituras: “El que tiene oídos para oir, que oiga”. Al tiempo.