El registro narrativo de “El retrato” de Gógol se abre como quien dice en abanico en la segunda parte de la historia. El autor muestra como de costumbre, con su peculiar lujo de detalles, fondo y trasfondo del escenario en que se mueven los personajes.
En primer lugar abre un espacio para la crítica social. Gógol describe con agrias pinceladas, en un tono exaltado casi panfletario, lo que parece ser el sector más desfavorecido de la fastuosa urbe, su miseria física y moral. En ese tono exaltado, casi panfletario, que merece toda mi admiración y respeto, han sido escritas algunas de las más gloriosas obras de la literatura.
Gógol es muchas veces panfletario, domina el difícil arte del panfleto político literario de calidad. Agita en su descripción una bandera de denuncia que podría enarbolar cualquier partido de izquierdas. Es, de hecho, una manifestación de protesta o por lo menos de solidaridad con los desposeídos. La paleta de Gógol tiene tintes, matices, colores, escorzos inapreciables:
“Todos ustedes conocen la parte de la ciudad llamada Kolomna –comenzó el desconocido–. Allí nada es igual que en las otras partes de San Petersburgo: no es provincia ni es la capital. Al entrar en las calles de Kolomna tiene uno la impresión de que lo abandonan todos los anhelos y los impulsos de la juventud. Hasta allí no penetra el futuro; allí todo es silencio y retiro; allí está todo el sedimento del ajetreo de la ciudad. Allá se mudan los funcionarios jubilados, las viudas y gente modesta que, habiendo tenido algo que ver con el Senado, se condena a morar en ese sitio casi de por vida; cocineras que dejaron de servir y se pasan el día husmeando por el mercado, que charlan tonterías con el dueño de alguna tiendecita y compran a diario cinco kopeks de café y cuatro de azúcar y, por último, toda esa clase de gente a la que se suele llamar gris porque su ropa, su rostro, sus cabellos y sus ojos les dan el color desvaído y ceniciento de los días en que no hay en el cielo tormenta ni sol, sino que reina un ambiente indefinido y la niebla se difunde quitando todo relieve a los objetos.
“Se puede incluir también a varias categorías de jubilados, como conserjes de teatro, consejeros titulares o émulos de Marte con un ojo menos o un labio medio partido. Son personas carentes de pasiones: caminan sin posar la mirada en nada y callan sin pensar en cosa alguna. Su menaje es escaso. En ocasiones todo se reduce a un frasco de vodka ruso puro, cuyo contenido van apurando monótonamente a lo largo del día sin que su cabeza experimente el impacto provocado por una de esas fuertes dosis que suele absorber los domingos el joven menestral alemán, campeador de la calle Meschánskaia y dueño absoluto de la acera cuando pasa de medianoche.
“La vida en Kolomna es sumamente recoleta: rara vez aparece un carruaje, como no sea el que usan los actores, que altera el silencio general con su estrépito, su crujido y su rechinar. Por allí todo el mundo anda a pie. Si acaso, pasa un coche de punto, por lo general sin cliente, cargado con una brazada de paja para el barbudo jamelgo. En Kolomna se puede encontrar alojamiento por cinco rublos al mes, incluyendo el café de por la mañana.
“Las viudas que disfrutan de una pensión constituyen allí la aristocracia. Observan una digna conducta, barren a menudo su habitación y comentan con las señoras amigas suyas la carestía de la carne de vaca y de las coles. Con frecuencia tienen una hija jovencita, criatura dócil y callada, incluso linda a veces, un perrillo odioso y un reloj de pared cuyo péndulo va y viene con triste tic–tac. Siguen luego los actores, cuyos emolumentos no les permiten alojarse en otra parte que en Kolomna, individuos enemigos de cualquier traba, como todos los artistas, que viven para el placer. Andan por casa en bata, dedicados a reparar una pistola o a fabricar diversos objetos de cartón que pueden ser de utilidad en el hogar, juegan a las damas o a los naipes con algún amigo que se acerca por allí, y así pasan la mañana, haciendo casi lo mismo por la tarde, con el solaz de un ponche de vez en cuando. Aparte de estos magnates y aristócratas de Kolomna, lo demás es morralla y gente de poca monta. Denominarlos a todos resultaría tan difícil como enumerar la multitud de bichejos que genera el vinagre ya pasado. Hay viejas que se entregan a la beatería y viejas que se entregan a la bebida, hay viejas que hacen las dos cosas y viejas que subsisten con medios inverosímiles, llevando a cuestas, como las hormigas, trapos y ropa vieja desde el puente de Kalinkin hasta el baratillo para venderlos por quince kopeks… En una palabra, suele verse allí al estrato más infortunado del género humano, seres cuya suerte no hallaría medio de aliviar ni un especialista en economía política bien intencionado”.
Después de la tempestuosa descripción viene la calma. Gógol se cura en salud. Destina ahora un espacio para rendir prudentemente, en los términos más lisonjeros, tributo al poder, homenaje de gratitud devoción respeto, sobre todo al poder que encarnaba la inmensa Catalina, la grande, la sanguinaria, la uxoricida, calenturienta Catalina, zarina de todas las rusias. En gobernantes ilustrados como ella, se depositan las más rancias virtudes.
La lisonja, en la pluma de Gógol, también es un arte, al igual que el panfleto. Un arte rigurosamente y delicadamente panfletario:
“La benévola soberana se horrorizó y, con la nobleza de espíritu que es patrimonio de la realeza, pronunció palabras que, aunque no han podido llegar hasta nosotros en forma literal, dejaron impresa en muchos corazones su profunda significación. La emperatriz señaló que las monarquías no sofocanlos sublimes impulsos del alma, ni desdeñan o persiguen las creaciones del entendimiento, de la poesía o de las artes; que, por el contrario, únicamente los monarcas han sido protectores; que los Shakespeare y los Molière florecieron bajo su benévolo amparo, mientras que Dante no pudo encontrar ni un rincón en su patria republicana; que los genios verdaderos surgen en las épocas de esplendor y poderío de los soberanos y sus Estados y no en las épocas de monstruosos fenómenos políticos y terrorismos republicanos, los cuales no han dado al mundo ni un solo poeta hasta el presente; que se debe ensalzar a los poetas y los artistas porque lo que vierten en el alma es paz y sosiego maravilloso y no inquietud y protestas; que los científicos, los poetas y los que producen obras de arte son, de hecho, perlas y brillantes de la corona imperial: con ellos se embellece y adquiere mayor esplendor la época de un gran soberano. En una palabra, que la emperatriz estaba divinamente hermosa al pronunciar estas frases. Recuerdo que los ancianos no podían recordarlas sin lágrimas en los ojos. Todos se interesaron por el asunto. En honor de nuestro orgullo nacional –se debe señalar que el corazón ruso alberga siempre el hermoso sentimiento de solidaridad con el oprimido”.
Estas son virtudes que por igual se reconocen o debemos reconocer a nuestro querido emperador, al zar de nuestra res pública, de todas las reses públicas, de los millones de ovejas que poblamos esta res pública.
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