Un conocido se me acercó mientras conversaba con un negro, a mí me estrechó la mano, a él le saludó, a una distancia prudencial, con un monosílabo agonizante.

Al instante le dio la espalda  y ejerciendo una variante de proxenetismo familiar, me mostró fotos semipornográficas de su prima por celular a la vez que le lanzaba piropos incestuosos.

Parecía el calendario de una de nuestras doctas presentadoras de televisión: en una de ellas ponía cara de pato y alzaba el trasero en una licra fucsia, en la otra fumaba una Hookah para demostrar que es una mujer virtuosa, y en la última, para rematar, aparecía en redecillas.

A pesar de reunir todas esas características antiestéticas, sentenció, sin el menor atisbo de ironía:

—En mi familia todos somos buenos mozos.

Para probar su afirmación me enseñó fotos de casi todo su árbol genealógico y pude notar algo: sus ascendientes se emblanquecían generación tras generación, de modo que su padre era más claro que su abuelo, el cual era a su vez más claro que su bisabuelo y así sucesivamente.

Comprendí de que se trataba: albergaban el plan macabro de emblanquecer la raza y al ritmo que iban, en dos generaciones más (con mi modesta contribución) el tumor de la melanina sería finalmente extirpado.

Era una empresa familiar, una meta a largo plazo, no sé quién pudo haberla iniciado, lo más probable algún antepasado en la época de Trujillo, cuando esas ideas locas estaban en boga y hasta el tirano impulsó políticas para atraer turistas caucásicos, incentivándolos a que establecieran colonias y se mezclaran con los dominicanos…

No le presté la menor atención a sus ofrecimientos, a sabiendas de que su prima iba en pos de mí con el único propósito de hacer ejem, ejem para engendrar nenes pálidos.

¡Cuál fue mi fastidio cuando días después me lo encontré e iba con la prima! sostenía una sombrilla para protegerse de los rayos ultravioletas que dan cáncer, y peor aún, ponen la piel morena.

Le dijo: «¡Mira! este es el muchacho del que te hablé », ella me examinó de arriba a abajo, para determinar si yo era un jabao que pasaba por blanquito o un mestizo con crema blanqueadora, tras verificar mi autenticidad cromática, declaró con gesto aprobativo:

—Un placer.

En su rostro noté la patética expresión de una mujer deseosa de quedar embarazada y en el mío advirtió la actitud huidiza de un hombre al que no le seducen los encantos de la paternidad y mucho menos motivada por la eugenesia.