El último ranking de universidades latinoamericanas publicado hace unos días por QS situaba a la PUCMM entre las 201-250 mejores universidades de América Latina. En segundo lugar aparecía UNIBE, en la misma horquilla, y en tercera posición la UASD, entre las 250-300 mejores. Los indicadores que se tomaban en cuenta eran los siguientes: Prestigio académico de la institución (30%), prestigio entre los empleadores (20%), trabajos académicos publicados –papers– por facultad (10%), citaciones que reciben esos papers (10%), ratio de alumnos por profesor (10%), proporción de profesores con doctorado (10%) e impacto de su página web (10%). Detallo los criterios no sólo para atestiguar la calidad metodológica del análisis de QS, sino también como compendio de algunos aspectos que deberían tomar en cuenta las universidades dominicanas para crecer.
Entre ellos destaca el de la formación académica del profesorado, que muchas veces se limita a una maestría genérica (no disciplinar), y en muy pocos casos alcanza el nivel de doctorado. Es cierto que en este país escasean los programas de doctorado y, en consecuencia, también los doctores. Pero, siendo así las cosas, ¿por qué no crear programas de doctorado para formar a los docentes universitarios dominicanos de las próximas décadas? Y, entre tanto, ¿por qué no traer profesores extranjeros con doctorado, gente joven con alta formación investigadora pero que, con frecuencia, carece de oportunidades en su universidad de origen? O, ¿por qué no repescar profesores dominicanos formados en Estados Unidos y Europa, que ansían volver a su patria, y que tanto pueden aportar a la investigación y a la docencia en nuestras universidades?
Todos los informes nacionales e internacionales certifican lo que cualquier profesor universitario sabe: en las universidades dominicanas se investiga poco. La investigación, la creación intelectual, la innovación científica o humanística son el corazón de la Academia. Pues, al cabo, ¿cómo un profesor podrá enseñar a escribir si él mismo no escribe?, ¿o cómo enseñará investigación de laboratorio si él no aprovecha ese mismo instrumental para contribuir al desarrollo de la ciencia? Todo profesor universitario debe estar al tanto de los últimos desarrollos intelectuales en su campo; publicar artículos en revistas académicas; participar con ponencias en seminarios y en congresos nacionales e internacionales; investigar en bibliotecas o laboratorios, para poder destilar después ese caudal de sabiduría teórica y práctica en monografías y artículos académicos que sirvan al progreso de su disciplina.
Desde hace algún tiempo se está tratando de implantar en toda América Latina, incluyendo República Dominicana, el modelo europeo de competencias. No habría que educar por objetivos –se arguye–, sino por competencias. A partir de ahí, se están revolviendo todos los planes de estudio y currículos para adaptarlos al modelo foráneo. No niego algunas aportaciones del modelo competencial. Pero su aplicación me produce la impresión de alguien que, teniendo un árbol esmirriado y deshojado, se esmerase en adornarlo con las mejores bolas y estrellas para la Navidad. ¿No estaremos empezando la casa por el tejado? ¿Alguien cree que el prestigio internacional de Oxford, Harvard, Yale o Cambridge viene dado por la aplicación concienzuda de tal o cual modelo o moda pedagógica?
La universidad dominicana posee, además, una burocracia elefantiásica. Los departamentos administrativos son a veces mucho más grandes y mejor dotados que los académicos, con el sobrecoste que implica para la matrícula del alumno. Es preciso acabar con la hipertrofia administrativa y, en cambio, destinar muchos más recursos a la contratación de los mejores profesores: nacionales e internacionales. A la formación de equipos docentes de primer nivel, capaces de desarrollar maestrías y doctorados, de abrir líneas de investigación, revistas académicas, seminarios, congresos… Es preciso actualizar las bibliotecas, crear laboratorios equipados y exigir al máximo a alumnos y profesores. Para que ejerciten su musculatura intelectual; para que multipliquen su competitividad y aporten los frutos de su trabajo a la Academia y a la empresa, al país y al mundo.