La pasada fue puesta en circulación la obra “El dilema económico de la democracia dominicana: crecimiento, estabilidad y distribución”, de la autoría del destacado economista Rolando Guzmán, Rector del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC), uno de nuestros más acreditados centros de educación superior.
El trabajo del profesor Guzmán fue comentado por un panel integrado por el Ministro de Industria y Comercio, Temístocles Montás; el rector del Instituto Global de Altos Estudios en Ciencias Sociales, Marcos Villamán; el vicepresidente académico de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, el reconocido economista Pedro Silverio y el sociólogo Wilfredo Lozano.
En la obra que requeriría un espacio mucho más amplio y de criterio más calificado que el nuestro para ser comentada en toda su extensión y propiedad, resalta el contraste entre el crecimiento de la economía y la reducción del gasto social registrado en el medio siglo transcurrido entre los años 1961 y 2011. Al respecto, el profesor Guzmán señala que en tanto el mismo ascendía en el primero al 19 por ciento de PIB, en el de cierre que abarcó el estudio, fue de un 16 por ciento. Una significativa disminución de tres puntos porcentuales.
En lo que quizás pueda considerarse la más o una de las más importantes conclusiones de su dedicado trabajo, Lozano plantea que al presente el dilema que toca enfrentar al Estado es una mejor distribución de la riqueza, lo que, sin dudas, es un elemento indispensable para garantizar una estable paz social.
El tema de la reducción de la pobreza y la pobreza extrema en el país que no ha guardado proporción con el sostenido crecimiento económico mantenido en los últimos años, a partir del repunte registrado después de la grave crisis financiera internacional del 2008, se ha planteado en diversas ocasiones y foros.
Lo cierto es que durante todo este tiempo el aumento de la riqueza ha ido a parar en su mayor parte a un grupo muy reducido de la población, en tanto ha resultado mucho menor la proporción de bienestar que ha fluido hacia los estratos inferiores de la sociedad. De ahí, los todavía muy elevados niveles de pobreza y pobreza crítica que arrastramos.
Esto hace, además, que no pocos ciudadanos reaccionen con incredulidad más que asombro ante las cifras del crecimiento de la economía que reporta el Banco Central y avalan el FMI y otros organismos internacionales que siendo reales, sin embargo, no se traducen en mejoría en el nivel de vida del grueso de la población.
Vale señalar que la cada vez mayor concentración de la riqueza en una minoría y el agrandamiento de la brecha con el resto de la población, es un fenómeno que se registra a escala mundial. Trabajos diversos de investigación, entre estos el más reciente de la OXFAM, coinciden en señalar que apenas el uno por ciento de la población mundial recibe más ingresos que el otro noventa y nueve por ciento. Esta enorme diferencia ensancha cada vez más la distancia abismal entre los excesivamente ricos y los extremadamente pobres.
Obviamente, lo anterior no implica ni excluye en modo alguno que tengamos que resignarnos a esa penosa realidad de la que formamos parte y cruzarnos de brazos, mientras la abertura se sigue agrandando entre los pocos que reciben en demasía y los muchos que en no pocos casos ni siquiera disponen de los recursos mínimos para cubrir sus necesidades más elementales. Imposible pensar en términos estables de paz social bajo esas condiciones existenciales tan desiguales.
Tal es la conclusión que se extrae del importante estudio que ofrece el profesor Guzmán en su valioso trabajo comparativo, y que constituye un serio reto para el gobierno obligado a propiciar un modelo más equitativo que sin frenar el crecimiento económico, por el contrario estimulando el mismo, posibilite una mejor distribución del ingreso a través de la más acelerada creación de empleos debidamente remunerados, única forma eficaz de combatir la desigualdad así como la prestación de servicios públicos y de asistencia social, principalmente salud y educación, con mayor amplitud y mejor calidad.
Eso, entiéndase bien, no es comunismo. Todo lo contrario. Es justicia social que por el contrario, constituye el mejor freno al mismo.