Pedro Francisco Bonó ha sido el intelectual más original que tuvimos en el siglo XIX. Autodidacta, crítico del liberalismo y del progreso injusto que no toma en cuenta la caridad cristiana en la repartición de las riquezas materiales de la nación. Escribió una serie de ensayos sociohistóricos que merecen la pena enseñarse en las aulas universitarias dominicanas. Por igual, merecen reeditarse sus textos de comprensión de la realidad dominicana del momento en ediciones anotadas que permitan al lector de hoy sacar lo mejor de este pensador, probablemente nuestro primer sociólogo. De él solo se reedita su novela El Montero, la primera novela dominicana conservada ya que hay noticias de otras noveletas previas de escritores dominicanos, hoy perdidas.
De este pensador me ha dado vuelta en estos días dos conceptos. En anteriores lecturas no los tomé en cuenta; pero dada la situación que vemos en la prensa nacional con las autoridades salientes y los que han salido en otros cuatrienios y por los que probablemente llegan o los que comienzan a anunciarse para que les tomen en cuenta, creo que ambos conceptos son muy actuales. Estos conceptos son “presupuestívoros” y “privilegiomanía”.
Ambos conceptos se explican solos y se advertirá de inmediato la necesidad de traerlos al momento en que vivimos y que nos enteramos no solo por la prensa nacional también a través de las redes sociales. Como decía en el anterior artículo de opinión, da la sensación, cuando leemos a estos autores del inicio de la experiencia republicana en el país, que no hemos avanzado en muchos aspectos de la vida pública y la administración de los fondos que corresponden a todos. Parece que vivimos permanentemente en una comedia de Trespatines quien fue acusado, ante el señor juez, de vender al tonto de Rudecindo el río Almendares. En su defensa, el chistoso argumentó que como el río era de todos los cubanos, él era cubano, había vendido al gallego la parte que le correspondía.
Así andan nuestras autoridades en este país en sus días de salida, pero ha sido una tradición de larga data en la que el ideal es, como dice Bonó, engancharse al presupuesto nacional para resolver sus propios problemas. No hay una obra del estado en que no haya un escándalo de corrupción y en la que no esté abultado el presupuesto inicial para su realización. La cogioca es en todos los niveles y estratos sociales.
El 6 de marzo de 1880, en el periódico puertoplateño El Porvenir, denuncia Bonó que “la tendencia de todo el mundo aquí es la de obtener privilegios, pero ¡qué privilegios!, es decir, el derecho de gozar del sudor del pueblo y de las rentas del gobierno”. La referencia que tiene en mente nuestro sociólogo no es solo la conducta acaparadora de los servicios en pocas manos, sino también el entreguismo de las autoridades en concesiones y exoneraciones a extranjeros en detrimento del obrero dominicano que deja de ser un ciudadano libre para convertirse en un peón-obrero. Piense usted en los contratos onerosos dados a particulares nacionales o no y verá lo actual de este pensamiento.
El primer concepto aparece en sus Apuntes sobre las clases trabajadoras de 1881, considerado su mejor texto en términos de rigurosidad conceptual y análisis de la realidad dominicana. Su visión en dos bloques de las relaciones sociales, las clases gobernantes y las clases trabajadoras (los campesinos), constata la costumbre, que nos viene desde la época de la colonia, de engancharse al presupuesto de la nación. Este hábito de las clases gobernantes es la principal amenaza de nuestra sobrevivencia en vista de que impide “la felicidad de esta nación mulata, blanca y negra”. Este debe ser resuelta desde el Estado. A su juicio, el modo de resolverlo es a través de la caridad cristiana y la legislación oportuna. No seremos tan místicos como Bonó, abogamos por la aplicación de las leyes, que como bien señalan casi todos los autores dominicanos del siglo XIX, las tenemos y muchas.
El borrón y cuenta nueva es uno de los causantes de nuestro atraso en equidad social, es la continuidad de la cultura de la que se hizo eco Bonó hace más de un siglo. Esperamos. ¡No más!