Regresamos a la realidad, a la rutina que nos hace cumplir los horarios rigurosamente. Resulta que, por lo menos yo, me paso el año escolar atrás de los muchachos, para saber si hicieron las tareas, ¡no dejes de llevar el trabajo!, ¡no me dijiste que tenías tarea ayer! ¡la profesora me escribió diciendo tal y cual! y esas cosas que uno vocifera.

Resulta que en vacaciones también ponen tarea.

El trabajo de verano consiste en el reporte de un libro asignado para ser leído durante el tiempo libre. A mis hijos, los que parí, mencionarles la palabra leer es como hacerles un insulto importante. Sí.

No sé si es rebeldía, si luchan en contra mis actividades preferidas para generar una lucha de poderes. Mientras tanto he decidido no presionarlos con ese tema, entiendo que, con el ejemplo brindado, algún día se interesarán por el placer de la lectura (o por la lectura como placer). Pero no me quiero desviar, porque el asunto es que la madre decidió que no iba a sostener peleas en vacaciones.

¿Entienden? La madre, necesitaba vacaciones.

Obviamente al iniciar las clases, los profesores han solicitado el trabajo pendiente. Ahora hay un “corre corre” en la casa. Cada cual resuelve el problema a su manera y he tratado de mantenerme distante. Pero una de las profesoras ha solicitado que le envíe una nota explicándole la razón de la entrega tardía. Y bueno, qué puedo decir aparte de la verdad. “Estimada, disculpe, usted sabes, estos muchachos. ¡Ay profe!, que tampoco la madre quería bregar con ese tema…”

No imagino su cara, tampoco pido comprensión. Solo que las cosas suceden y luego llega el tiempo de reflexionar. En definitiva, pasé unas muy hermosas vacaciones.