El día de ayer se conmemoró un año más de la histórica epopeya de la Guerra Restauradora. Para muchos, la Restauración de la república debe ser considerada como la tercera independencia nacional, debido a que la misma fue precedida de dos independencias: la llamada Independencia Efímera del año 1821 y la Independencia Nacional del 1844.

La Restauración de nuestra soberanía, a diferencia de las independencias anteriores, constituyó la reafirmación del sentimiento dominicano de hacer de la nación una independiente de cualquier país extranjero. Naturalmente, para alcanzar el triunfo hizo falta la combinación no solo del esfuerzo y tenacidad con que los Restauradores lucharon para separar definitivamente a la Republica Dominicana de España, sino también de factores improbables de acuerdo a la razón de los próceres.

Sin embargo, invertir tiempo en reflexionar acerca de tan importante episodio histórico resulta interesante para fines puramente académicos, pero para fines prácticos, o de previsión a futuro, nos parece inservible. El criterio de que la “historia nos sirve de espejo” puede ser útil al momento de comparar la gesta restauradora con la necesidad de una 4ta. Independencia, aquella que debe romper para siempre con la desigualdad, la ignorancia, y los males sociales combatibles.

Desde nuestra independencia, la Republica Dominicana ha venido configurándose con males tan arraigados que parecen intrínsecos a nuestra condición como nación. En nuestros días, las desigualdades, existentes desde hace siglos, son terribles. Las diferencias que dividen a los dominicanos son tan marcadas, que toda la sociedad parece vivir en dos siglos distintos: Una parte (la minoría) vive en el siglo XXI, y otra parte de la sociedad (la mayoría de los dominicanos) en pleno siglo XIX.  

La manera en que el sector más humilde de la sociedad recibe los servicios que le son obligatorios al Estado conferir, como lo es la Salud o la Educación, dista mucho de aquellos que lo tienen todo. La sensación de desamparo que sienten muchos dominicanos es evidente, y el deseo de emigrar a otras naciones sigue siendo, por consecuencia, una realidad. Pero en nuestro país la desigualdad social aparece de todas formas y en todas sus dimensiones. El sueldo de algunos funcionarios públicos, por ejemplo, es abismalmente distinto al de un profesional de la salud o la educación, y ni mencionar al de un oficial de cualquiera de las instituciones castrenses, cuya condición, en muchos de los casos, resulta deprimente.

Cuestiones como la transparencia, aumento justo de los sueldos, o mayor inversión en la educación, es constantemente exigido por sectores populares que deciden hacer uso del único recurso que les queda: la protesta. Y es que muchas de las exigencias de aquellos sectores versan sobre cuestiones que el Estado debe ofrecer por derecho sin la necesidad de que se le sea exigido.

Definitivamente, debemos valorar el hecho de poseer una historia que contar; una historia que la escribieron héroes y heroínas como aquellos restauradores del año 1865; pero sin lugar a dudas hace falta una nueva restauración consistente en una verdadera manifestación de voluntad ciudadana para romper con el actual sistema de cosas que nos tiene embarcados en los ya tradicionales problemas del subdesarrollo.