Este 16 de agosto se conmemora el 153 aniversario del inicio de lo que se conoce en la República Dominicana como la Guerra de Restauración, que duró hasta que los españoles con sus tropas abandonaran el suelo patrio el 11 de julio del año 1865, movimiento popular de carácter nacionalista que devolviera la independencia perdida mediante la afrentosa anexión a España impulsada por Pedro Santana en 1861.
Los dominicanos se emplearon cabalmente, y por todo el territorio de nuestra media isla llevaron a cabo hechos de valentía y arrojo que resultaron en episodios gloriosos de nuestros héroes independentistas y restauradores. Por ejemplo, casi inmediatamente darse la anexión y llegar las tropas españolas, estas tuvieron que enfrentar acciones de oposición armada, como la de José Contreras que hizo amotinar a la población mocana siendo apresado y fusilado junto a un grupo de sus seguidores.
Otro movimiento contra anexionista fue el llamado La Regeneración, en el que sus principales dirigentes eran Francisco del Rosario Sánchez, Pedro Alejandrino Pina, Valentín Ramírez Báez y José María Cabral. Ya todos sabemos la suerte corrida por el patricio Sánchez que fue hecho preso cuando movilizaba a los pobladores de El Cercado y mandado a fusilar por Santana.
El 21 de febrero se llevó a cabo el llamado Levantamiento de Guayubín, con resultados exitosos, pues logró sorprender al cuartel de la guardia española consiguiendo armas y convirtiendo la plaza en un punto importante de la rebeldía.
Pero el disgusto de los dominicanos era cada vez mayor y el 16 de agosto, Gregorio Luperón, Santiago Rodríguez, José Cabrera, y Benito Monción, al frente de un grupo considerable de hombres tomaron el Cerro de Capotillo, y en lo que se conoce como el Grito de Capotillo, izaron la bandera dominicana, lo que oficializa el inicio de la Guerra de Restauración. Un gran liderazgo y arrojo demostró Gregorio Luperón al frente de los rebeldes. Así se fueron uniendo a la rebelión las ciudades del Cibao, una tras otra, hasta reunir un ejército de unos seis mil hombres en la Fortaleza San Luís de Santiago, donde el 17 de agosto se instaló un gobierno presidido por José (Pepillo) Salcedo que tuvo que enfrentar a Santana que había vuelto a encabezar las tropas españolas en contra del movimiento rebelde, haciéndosele imposible doblegar a los patriotas.
Y así, a sangre y fuego, fue restaurada la independencia de la República que se había visto malograda por la anexión a España. Murieron una gran cantidad de valiosos héroes nacionalistas que entregaron sus vidas en pro de mantenernos libres, independientes y soberanos.
Es muy breve esta reseña que hacemos para recordar nuestra gesta restauradora, y es que el vocablo “restauración” nos conduce a cavilar sobre el derrotero que lleva nuestro país en los últimos años, que conduce a los graves problemas sociales que vivimos, que se ponen de manifiesto por medio de la falta de institucionalidad a todos los niveles, la falta de transparencia en las actuaciones no sólo gubernamentales, sino también en diversos sectores, la pérdida de valores humanos, de manera principal los éticos, morales y sociales, y una falta de liderazgo en todos los ámbitos.
Pero entiendo que el gran mal que nos mantiene anquilosados como país, como pueblo y como Estado que aspira al bien común, es la falta de valores democráticos, por lo que en esta fecha conmemorativa de la gloriosa gesta de la Restauración de la República, mi reflexión va en el sentido de “restaurar” el civismo, la moral, y el patriotismo; valores estos que vemos como se van perdiendo y se cambian por los antivalores. En ese sentido nuestro país necesita una restauración de los siguientes valores democráticos:
El Bien Común, mediante el cual todos los ciudadanos, a la cabeza de los cuales debe haber verdaderos líderes, no los que se hacen mediante el clientelismo, contribuyan al bien de la colectividad, compartiendo las riquezas y beneficios generados por el trabajo de todos.
Una verdadera Soberanía Popular, comprendida como doctrina que entiende que el gobierno es producto de la voluntad libérrima del pueblo, cual se hace interpretar cabalmente por representantes que responden al mandato de este, no de diputados y senadores que desde su curul defienden intereses muy alejados de los deseos de sus “representados”.
Una Justicia igualitaria e independiente de otros poderes, para todos, en la que la venda de la dama no sea transparente, y una balanza cabalmente nivelada en cuanto a su imparcialidad, donde no haya dudas de discriminación o favoritismos, donde se juzguen a políticos y ricos con los mismos presupuestos jurídicos que a civiles, y a pobres.
Por último, queremos destacar El Patriotismo, que cada día se hace más opaco, de manera principal en los sectores que deben servir de ejemplo al pueblo. Se hace necesario que como país se impulse una campaña haciendo todos los esfuerzos pertinentes para restaurar el patriotismo y el civismo perdidos. A esta deben integrarse principalmente el gobierno a través de los planes de educación y de los medios publicitarios, sectores empresariales y educativos, entre otros. Hablo de un patriotismo bien entendido donde no tenga cabida el chauvinismo, la xenofobia ni el racismo.
¡¡Restauremos la impronta de Duarte, Sánchez, Mella y Luperón, así como de los demás héroes de la Restauración de la República!!