En días pasados tuve la oportunidad de leer dos misivas del autodenominado cristiano evangélico José Alberto Ortiz; una dirigida a un supuesto “homosexual orgulloso”; la otra a una “lesbiana” genérica. Aunque, indudablemente, considero una actividad fútil tratar de razonar con personas que se enorgullecen de pertenecer a un “rebaño”, mi vocación pedagógica es más fuerte que mis prejuicios y heme aquí, escribiendo una breve respuesta que busca esclarecer el debate para beneficio de mis lectores, que no responder directamente a Ortiz, quien, a todas luces, es un caso perdido. De esta forma, dirijo mi carta a un evangélico orondo que puede ser cualquier evangélico orondo.

Como toda buena “persona de fe”, es decir, igual que todos esos individuos que consideran una virtud suspender voluntariamente sus facultades intelectuales a favor del pensamiento irracional y mágico, Ortiz intenta la cuadratura del círculo utilizando estadísticas científicas para justificar la ideología de los pastores de cabras que habitaron los desiertos de Medio Oriente durante la edad del bronce. Por un lado, Ortiz cree firmemente que un ser supremo, mágico y omnipotente, se le reveló a una belicosa tribu de semisalvajes (seleccionándolos como su pueblo favorito, nada menos), y que luego ese mismo dios fue padre de sí mismo y llegó a la adultez y se ofreció como sacrificio humano a sí mismo para borrar una mancha que él mismo causó, risible, folclórica y pintoresca noción que no resiste el más escuálido análisis científico… y por otro lado, utilizando las mismas neuronas y el mismo cerebro, Ortiz se vale de ese mismo aparato científico (contra el cual sus creencias chocan y se vuelven polvo) para tratar de demostrar que la homosexualidad no es natural y que, en efecto, es perjudicial para la salud.

Por supuesto, esto no supone nada inesperado. Querer estar en la misa y en la procesión, querer tener el pastel y comérselo también, apoyar la ciencia si les permite validar su fanatismo, pero rechazar esa misma ciencia si demuestra la evolución o el Big Bang, es una de las características fundamentales de los creyentes modernos. No quiero, sin embargo, discutir esa famosa deshonestidad intelectual del hombre y la mujer de fe. Me interesa seguir la misma línea empezada por Ortiz, y como ha demostrado que valora el método científico, quisiera compartir con él, y con todos los demás evangélicos orondos que piensan como él y que apreciaron positivamente su incursión en la matemática estadística, otros datos numéricos interesantísimos y relevantes.

De acuerdo a una encuesta de FASICLD (Francis A. Schaeffer Institute of Church Leadership Development), discutida por el pastor Dr. Richard J. Krejcir y publicada en el website cristiano Into Thy Word:

  • Ochocientos ocho (808 o 77%) de los pastores que entrevistamos sentía que no tenían un buen matrimonio.
  • Setecientos noventa (790 o el 75%) de los pastores que entrevistamos dicen que estaban sin calificar y / o mal entrenados por sus seminarios para dirigir y gestionar la iglesia o para aconsejar a otros.
  • Setecientos cincuenta y seis (756 o 72%) de los pastores que encuestamos declaró que sólo estudian la Biblia cuando se están preparando para sermones o lecciones. Esto dejó sólo un 38% que lee la Biblia para devociones y estudio personal.
  • Ochocientos dos (802 o 71%) de los pastores afirmaron que estaban quemados, y que semanalmente, e incluso a diario, luchan contra una depresión más allá de la fatiga.
  • Trescientos noventa y nueve (399 o 38%) de los pastores dijeron que estaban divorciados o actualmente en un proceso de divorcio.
  • Trescientos quince (315 o 30%) dijeron que han tenido relaciones sexuales con uno de sus feligreses o que mantienen todavía una relación sexual con un feligrés.

 

Estas cifras son ciertamente alarmantes, y si bien es verdad que la muestra fue tomada en los Estados Unidos, no nos queda si no maravillarnos sobre cuál podría ser la situación de las sucursales evangélicas de la República Dominicana.

A renglón seguido Barna, Focus on the Family, y el Fuller Seminar derivan de sus estudios las siguientes observaciones y predicciones:

  • Mil quinientos pastores dejan el ministerio cada mes debido a un fallo moral, agotamiento espiritual, o discordia en sus iglesias.
  • El cincuenta por ciento de los matrimonios de pastores terminará en divorcio.
  • El ochenta por ciento de los pastores se sienten inadecuados para, y desanimados en, su papel pastoral.
  • El cincuenta por ciento de los pastores están tan desanimados que dejarían el ministerio si pudieran, pero no tienen otra forma de ganarse la vida.
  • El ochenta por ciento de los graduados de la escuela del seminario y de la Biblia que ingresan al ministerio dejará el ministerio dentro de los primeros cinco años.
  • El setenta por ciento de los pastores luchan constantemente contra la depresión.
  • Casi el cuarenta por ciento de los encuestados dijeron que han tenido una relación extramatrimonial desde el inicio de su ministerio.
  • El setenta por ciento dijo que el único tiempo que dedican a estudiar la Palabra es cuando se están preparando para sus sermones.

En sus cartas, Ortiz se vale de la ciencia para moralizar desde un pedestal claramente evangélico. Sin embargo, la ciencia, desde un pedestal también claramente evangélico (los estudios fueron todos organizados y dirigidos por instituciones evangélicas) descalifica al evangelismo (desde la figura principal del pastor como cabeza de rebaño) como estándar moral según el cual pueda juzgarse el comportamiento de ninguna persona y mucho menos que permita orientar a otros sobre la manera en que deben vivir sus vidas. Esto deja a Ortiz al desnudo en ese aspecto base: invalidado el respaldo de su posición como “cristiano evangélico de convicción”, y desprovisto del disfraz de la religión para justificar sus catilinarias, solo le queda el prejuicio puro y simple, y su intención, lejos de pretender moralizar desde una posición de ventaja o de sabiduría, es mucho más siniestra: deshumanizar al homosexual desde una perspectiva falsamente forense.

De la misma forma que el estudio citado en su carta le permite a Ortiz generalizar sobre el homosexual y derivar juicios y reconvenciones, me siento yo, también respaldado por estudios, capaz de generalizar sobre los evangélicos y descartarlos sumariamente como voces relevantes de un debate moderno sobre moralidad y ética. Si la muestra del estudio citado por Ortiz le permite llegar a la conclusión de que todo homosexual, por ser homosexual, contrae más enfermedades que una persona heterosexual y sobrelleva una vida más promiscua e inestable, entonces me siento en la entera libertad de derivar de los estudios que yo cito la conclusión de que todo evangélico, por ser evangélico, es un hipócrita depresivo y adúltero con una vida familiar inestable, o que probablemente pertenece a un rebaño apacentado por un pastor depresivo, hipócrita y adúltero con una vida familiar inestable, de ninguna manera cualificado para emitir juicios morales ni orientar a su feligresía en cuestiones de moralidad. Cualquiera de mis lectores que no acepte el proceso argumentativo que me llevó a mis conclusiones, necesariamente rechaza también el proceso argumentativo de Ortiz y sus conclusiones.

Alguien podría, no obstante lo dicho arriba, insistir en que utilizo mal mis estadísticas. ¿Las usa correctamente Ortiz? Podríamos quizá referirnos al artículo del autor cristiano Christian Smith publicado en The Christian Review, en el que el autor acusa a sus correligionarios de malinterpretar estadísticas con demasiada frecuencia. ¿Por qué? El autor responde: “Mi observación es que por lo general tratan desesperadamente de atraer la atención y suscitar la preocupación de la gente con el fin de movilizar recursos y acción para una causa”. En el caso de Ortiz, esa causa es la deshumanización del homosexual.

¿Estoy siendo injusto con Ortiz? Quizá. Pero no más que él con los homosexuales. Acaso Ortiz esté, efectivamente libre de pecado (según lo definen las escrituras), lo cual le da licencia para lanzar la primera piedra. No obstante, tiendo a creer que no existen en la realidad personas que vivan a pie juntilla lo que emana de la Biblia, y si me dejo llevar por el autor evangélico Ron Sider, autor de The Scandal of the Evangelical Conscience, donde menos voy a encontrarla es entre los evangélicos: “El meollo de la cuestión es el escandaloso fallo en vivir lo que predicamos. La tragedia es que encuesta tras encuesta realizada por Gallup y Barna muestran que los evangélicos vivimos igual que el resto del mundo. Compara eso con lo que el Nuevo Testamento dice sobre lo que sucede cuando la gente viene a vivir la fe en Cristo. Se supone que haya una transformación radical en el poder del Espíritu Santo. [Pero] la desconexión entre nuestras creencias bíblicas y nuestra práctica es, creo, desgarradora.”

Ortiz adorna su escrito con varias citas bíblicas, y aunque me parece una práctica sandia, impertinente y de mal gusto, aparte de una petición de principio, a la luz de los párrafos anteriores, Mateo 7: 2 se ajusta mucho a la ocasión: “Con la misma vara que medís, seréis medidos”.

Textos como el de Ortiz no son nuevos y su argumento no es original. A través de la historia todos los grupos de opresión han contado con Ortices que facilitan discursivamente la deshumanización de ciertos grupos humanos. Los negros africanos también fueron en su momento definidos como vectores de enfermedades, los indígenas Taínos, los judíos, los gitanos, los kurdos, los palestinos, lo haitianos, la lista es interminable. Lo cual nos lleva al nombre de su columna, “Contra la corriente”.

Las ideas propagadas por Ortiz no van contra la corriente: son la corriente. Solo una persona presa de un serio desorden disociativo puede creer que pregonar la intolerancia, la conformidad biológica y la verdad literal del viejo y el nuevo testamento contravienen el orden establecido y encrespan el statu quo. Que una persona ofrezca el Infierno con su eternidad de tormentos a quienes no se ajustan a las normativas sexuales privadas que ha adoptado personalmente e incite a la condena pública de los desobedientes no es ningún acto de rebeldía, sino precisamente aquello contra lo cual toda persona sensata y pacífica debe rebelarse. Las ideas de Ortiz son exactamente las mismas ideas que la Iglesia ha venido inculcándonos desde hace dos mil años utilizando diferentes métodos de persuasión, todos violentos…

No… Contracorriente fue Giordano Bruno, quemado en la hoguera por los cristianos. Contracorriente fue Jan Hus, quemado en la hoguera por los cristianos. Contracorriente fueron todas las mujeres que quemó la Inquisición por brujas. Contracorriente fue Nicolás Copérnico, Tycho Brahe, Johannes Kepler y Galielo, que se salvó de la hoguera por un pelo. Contracorriente fueron todos aquellos hombres y mujeres que, a riesgo de sus propias vidas, enfrentaron el estado totalitario de la Iglesia para insistir en una visión científica de la realidad y ayudaron a crear los avances tecnológicos de los que hoy en día se benefician hasta los mismos perpetuadores de la ignorancia y la persecución. Contracorriente fueron Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci, Alejandro Magno, Alan Turing, Sappho, Tchaikovsky, Walt Whitman y todos aquellos seres humanos de la historia (mejores que tú, que me lees, mejores que yo, que escribo, y ciertamente mejores que José Alberto Ortiz), que desde su homosexualidad han contribuido más a la felicidad del mundo en que vivimos que todos los diseminadores del odio desde su heteronormidad. Contracorriente es un título que no concuerda con la escuela de pensamiento a la que dice pertenecer Ortiz, cuyos predecesores disfrutaban demasiado con las piras y el olor a carne chamuscada.

Hoy, si los dejamos, levantarían esas mismas piras y quemarían nuevamente.

Yo les digo basta. Piensa qué les dirás tú.