Los gobiernos, al verse amenazados por insurgencias populares, tienden a responder con políticas de control y represión, que prueban ser ineficaces por sólo resolver problemas a corto plazo. Estas medidas no buscan atender las causales principales del problema a gran escala, por lo que sólo tienen un poder de disuasión. No obstante, responder a las mismas con violencia y desorden incrementa el caos y desencadena, usualmente, en infortunadas consecuencias.
En los últimos días, al gobierno dominicano no le han faltado técnicas de opresión para coercionar a los ciudadanos de sus derechos a protesta, libre tránsito y libre expresión. Es normal que el gobierno quiera metafóricamente construir paredes a su alrededor, y estar permanentemente a la defensiva, pues esa es su reacción natural, pero no correcta, al aire de desconfianza e ilegitimidad que lo rodea.
Indudablemente, son momentos de mucha ira y angustia, no sólo para aquellos que han sido oprimidos directamente, sino para todos los que hemos decidido formar parte de la lucha, pero si bien es cierto que la autoridad no debe ser ejercida a través de abuso de poder, también es cierto que, para resultados óptimos, este abuso se debe rebatir con inteligencia, diálogo y, sobre todo, paz. Contribuir a un Estado de anarquía nunca ha sido, y nunca será la solución.
Las frases “ojo por ojo, y el mundo quedara ciego” y “el fuego no se combate con más fuego” no son populares por casualidad. A los intentos de agresión, se les responde con altura, y así se le enseña al atacante la manera correcta de comportarse.