Se mantienen frescas en mi memoria las relaciones amistosas y de camaradas entre los dirigentes y cuadros políticos revolucionarios a finales de la década del 60 y en el 70. Daba gusto observarlos en los barrios, en particular en San Antón, en la universidad, centrales y sindicatos de trabajadores. Guardaban las diferencias para expresar solidaridad en todo momento.
Esas relaciones se transmitían en forma espontánea a toda la estructura partidaria. A pesar de las disputas por el control de las organizaciones de masas, graso error, el trato entre la cúpula era respetuosa. Llegando al extremo de compartir casas de seguridad y contactos internacionales.
Los insultos, los desagravios y descalificaciones no eran frecuentes, salvo las diferencias por las disputas por posiciones internacionales y la interpretación del marxismo leninismo. Es bueno aclarar que esto ocurría entre sectores específicos de la izquierda revolucionaria.
Nadie puede negar que las relaciones entre los dirigentes, cuadros políticos, militantes y simpatizantes del MPD, Línea Rojas, Corecato, Los Palmeros, etcéteras, eran buenas, aceptables. Se llevaban bien. No se veían como enemigos ni mantenía un acoso permanente. De todos, Los Palmeros fueron los más reservados y cuidadosos.
¿Por qué viene a colación estos señalamientos? Porque esa misma amistad y solidaridad se mantiene entre los dirigentes de aquellas épocas que se encuentran activos. Y debe ser imitado por la actual generación que se apresta a sustituirlos.
Disfruté al contemplarlos en la calle el Conde en la XVII Exposición Testimonial de Izquierda, Feria de Libros, y en el Acto del 56 Aniversario de la Revolución de Abril 1965, frente al Monumento al coronel Caamaño.
Ese precioso gesto debe de llegar a todas las estructura partidaria como manera de oxigenar una conducta cargada de acusaciones, calificativos, insultos que condensan un estado de frustraciones y de profundas limitaciones teóricas.
No es prudente implementar una política de unidad si no existe un ambiente apropiado de entendimiento y buenas relaciones entre los revolucionarios y comunistas. Hay que practicar conversaciones sinceras, sin ambigüedades. Colocar sobre la mesa los problemas o incomprensión de los fenómenos para buscarle solución y extraer el mejor provecho posible.
Ahora que la época ha cambiado, se ha comprendido que la unidad, en todos los frentes, es indispensable para poder avanzar. Enfrentarnos para alcanzar espacio dirigencial es un error. Cualquier paso de avance que se pueda lograr lo garantiza la unificación de diversas fuerzas políticas.
Nadie actuando por su cuenta puede alcanzar peldaños significativos. Caminar juntos para golpear con contundencia es la urgencia del momento. Solo así se logra sacar lecciones positivas de un pasado glorioso que es levando en forma superficial para recordar a nuestros mártires y conmemorar fechas.
Hay que dejar los discursos que nos distancien. Aquellas expresiones o gestos despectivos contra los compañeros y camaradas. Eso de “yo no me siento donde este fulano” es un disparate que debe ser rechazado porque la nueva generación, con ausencia de pensamiento crítico, la copia fácilmente.
Los muchachos se ganaron el corazón de nuestro pueblo por su sencillez y humildad. No utilizaban un lenguaje agresivo y conducta prepotente. Convivían en un ambiente de alta peligrosidad, sin embargo sacaban tiempo para conservar una amistad sincera y solidaria. ¡Dejémonos de vacuencias!