En la 28 versión del Concurso de Arte Eduardo León Jimenes, una obra ha desbordado las paredes del Centro León y ha concitado el interés de los diletantes de la comunidad Santiaguera. El proyecto creativo de Raúl Morilla “Agonía de la memoria”, desarrollado entre las ruinosas estructuras del paradigmático Hotel Mercedes, parece contener efectos catárticos que concilian la rigurosidad selectiva de la modalidad reciente con el fervor democrático de las versiones del siglo pasado. La atrevida intervención artística más que original (que lo es en nuestros predios), deviene oportuna, masiva y conceptualmente certera. Su provocación arquitectónica, escultórica, monumental y multimedia, recoge el espíritu de lo que al arte público debiera ser: una llamada urgente de atención, una denuncia contundente, un aguerrido atentado contra la indiferencia en torno a una problemática humanística, de interés social generalizado.
En la misma aspiración desaforada de Jean Claude y Christo, la efímera instalación de Morillo procura un efecto inverso al recubrimiento o empaquetamiento de estructuras monumentales, edificios áreas públicas preferentemente urbanas, con el que los esposos artistas franceses procuraban silenciar la tridimensionalidad. El artista vegano ha procurado iluminar y sonorizar el edificio ya invisibilizado por la indiferencia de propietarios y organismos gubernamentales llamados a preservarlo. Hay un apropiado reciclamiento material y conceptual, en tanto el artista ha recuperado para ojos y espíritus, las estructuras en ruinas de la obra arquitectónica otrora magistral, reconvirtiéndola en un arriesgado discurso contestatario.
El mayor acierto de Morilla ha sido descubrir un punto de inflexión latente en el entorno histórico del primer Santiago de América; esa estructura mágica, solemne, que se resiste a la muerte. La mecánica del artista luce vinculadas a las aspiraciones seductoras de los jardines verticales, como el de la fachada del edificio Caixaforum de Madrid, y la iniciativa del Museo del Prado que durante el 2018, año del bicentenario, realizó un replanteamiento visual con la construcción de un gigantescos motivos textiles de Velázquez, El Greco, Goya o Ribera que hacían mirar, desde las calles y los jardines, el interior del santuario del arte, mientras la fachada real de museo era sometida a un proceso de cura de la licuación de su capa exterior de granito. Los técnicos del Prado vistieron de arte aquellas paredes que precisaban urgentemente una restauración, en tanto Morilla ha creado una ilusión de glamour recuperado audiovisualmente para llamar a la atención hacia el hermoso edificio agonizante.
Con audacia Morilla, cónsono con el Borges del poema “Casi juicio final”, ha visto con asombro lo que otros con costumbre. La ejecución de su proyecto acaso valida las bondades de las estrategias preconcebidas y direccionadas de las nuevas bases de la bienal, pero también alerta sobre la necesidad de que estos reflejen válidamente la necesidad de representación de la sociedad y sus circunstancias.
En ese sentido, celebro que el certamen más importante de iniciativa privada en América Latina, haya recuperado su eco en la comunidad que la genera. El paso siguiente, al que aspiran la mayoría de los creadores dominicanos, es lograr que las convocatorias se liberen, como el caso del famoso cetáceo hollywoodense, y se recupere el amplio portafolio abandonado en el que se permitan, además de los proyectos creativos, la competencia en los diversos géneros de las artes; que se apueste al albedrío creativo, de modo que los artistas puedan participar con sus obras características como antes, con las que cotidianamente producen en sus talleres, sin supervisión de curadores ni terceras personas ajenas a sus sensibilidades.