En los últimos años me he incorporado a la participación en las redes sociales con fines profesionales.
A inicio de la pandemia, leía sobre la preocupación de algunas personas sobre lo que significaría estar en casa a tiempo completo con las parejas.
Un grupo hacía comentarios irónicos y degradantes respecto a la convivencia familiar. Otras personas expresaban sus expectativas en cuanto a las vivencias y momentos especiales y a la recuperación del tiempo perdido con sus parientes más próximos.
No podemos perder de vista que esta situación expuso a algunas familias en situaciones de adversidad extrema, como son los casos de violencia intrafamiliar (maltrato infantil, padres violadores o abusadores sexuales) y la violencia contra la pareja. La victimización se agravó y el sufrimiento se hizo más patente.
Por otro lado, otras parejas han expresado que evidenciaron el deterioro y desgaste de la relación conyugal. Reencontrarse físicamente por un periodo significativo los expuso a observar con mayor claridad la calidad del vínculo, las desavenencias, las dificultades para comunicarse con autenticidad y tener relaciones sexuales como una respuesta biológica placentera, pero sin intercambios afectivos e interacciones eróticas.
Es probable que nos encontremos con parejas en crisis profundas ante estas distintas realidades dolorosas, con una fuerte sensación de impotencia y desesperanza para afrontarlas y superarlas.
Sin embargo, otras valoran cómo superar la crisis y plantearse una vida conyugal y familiar renovada, fortalecida y comprometida.
Están decididas a cambiar el curso de sus vidas, replantearse relaciones más gratificantes y dar lo mejor de sí. Además, muestran la capacidad de autoevaluarse, mirar con detenimiento sus actitudes, sus creencias distorsionadas, sus prejuicios frente a la pareja y la familia, con la finalidad de superarlos.
Si los cónyuges se muestran dispuestos a sincerarse, superar los conflictos y reciprocar con gestos de gratitud lo recibido, aumenta la percepción del mérito ganado de uno hacia el otro, lo que contribuye con la sensación de bienestar y fortalecimiento de los vínculos.
Encarar un diálogo genuino en el que ambos puedan expresarse sin temor a ser enjuiciados, criticados e incomprendidos, bajará los niveles de tensión.
Dialogar implica escuchar con detenimiento y evitar interpretaciones prejuiciadas. Generalmente, se crea un diálogo paralelo, se recurre a ideas distorsionadas de lo que supuestamente la pareja quiere decir, incluso se prepara una respuesta defensiva antes de que el otro termine de expresarse. Se corre el riesgo de no interpretar adecuadamente, un proceso que impide que la pareja observe con claridad lo que les ocurre y quedan atrapados en el mundo de las ideas distorsionadas.
En sentido contrario, nos encontramos con las parejas resilientes, quienes no cierran la posibilidad de cambios, todo lo contrario, mantienen la firme decisión de mejorar y se muestran coherentes. Esperan pacientemente hasta que el otro se dé cuenta de que sus respuestas y su estilo de afrontamiento son distintos.
Además, muestran evidencias de sus cambios, incrementan el intercambio afectivo, se expresan con gestos afectivos en búsqueda de la proximidad emocional. Si se presenta algún conflicto estarán prestos a resolverlo. Si entienden que existe alguna confusión, no tardarán en aclarar y solicitar a las parejas que les afirme si entendieron lo que quisieron decir.
En la medida en que el diálogo se hace más fluido y abierto, con actitud de comprensión y empatía, los otros temas de desavenencias serán abordados con mayor tranquilidad.
¿Por qué hablar de resiliencia? Muchas familias, parejas e individuos nos han enseñado que tienen la capacidad para recuperarse de la adversidad de manera fortalecida. Como sistema, se autocorrigen con la intención de madurar, crecer y desarrollarse. Reconocen que tienen que aceptar los retos que les presenta la vida y salir fortalecidos de los ciclos por los que atraviesan.
Son personas que se aferran a la fe, a creer incondicionalmente que lo superarán; mantienen la esperanza y la actitud positiva frente a la vida, además, movilizan todos los recursos para la recuperación y lograr una nueva adaptación y equilibrio en el contexto familiar.