Francis Herbert Bradley ha dicho, muy equivocadamente,: “en el caso de los hombres, la resignación acumula tesoros en el cielo, en el caso de otro, no hace más que almacenar explosivos en el corazón”.
La resignación es el otro nombre de la cobardía que el poder de la iglesia oficial ha formulado para anestesiar, acobardar, desmovilizar.
En la tiranía que sufrió la Republica Dominicana de 1930 a 1961, la palabra resignación se recitaba en los templos como el cuerpo ideológico de la anuencia a los actos criminales del Estado.
Iba acompañada de: “ver, oír, callar”, uno de los dispositivos más importantes del terror de Estado que cubrió a aquella era nefasta.
El de la resignación es uno de los mejores aliados del ultraje y la violación a la dignidad humana.
Resignarse es lo más parecido a rendirse ante la adversidad, ante la furia de las bestias del poder.
No resignarse es unirse a los valientes aun cuando nadie se halla obligado a la temeridad y a meterse al infierno desnudo.
Toda resignación es una entrega extemporánea, un riesgo de traición.
Nunca la cobardía ha probado la gloria.
Nunca ha visto una victoria en las batallas que presenta la vida, el mundo, la sociedad.
¿De dónde saca Bradley que los cobardes acumulan tesoros en el cielo y de donde se le ocurre que lo opuesto almacena explosivos en el corazón?