Hace unos meses leí de un conocido en relación a un gran amigo mío que este era un resentido social. Dejé pasar esa declaración, primero que todo, porque en el contexto en que lo dijo no resultaba de importancia para mí, y segundo, esta persona no conoce a mi amigo, por tanto, habló desde su ignorancia sobre él y no me hacía sentido discutir su parecer. Sin embargo, la frase quedó en mi cabeza, porque desde ese día y en varias ocasiones, la palabra resentido ha venido a mi mente en diversos contextos. Explico apenas uno de ellos.
Sentada frente al televisor da inicio el comercial de un banco muy popular del país. Habla sobre la propuesta a sus clientes de ayudarles a lograr aquello que siempre quisieron hacer, algo así como lograr un sueño. Una señora viaja al extranjero a ver una ópera en vivo, una joven recorre toda la región sur del país –porque resulta que siempre quiso conocer el Sur-; otra persona anda los tres cuartos de isla en moto Harley Davidson. Solo me dije: –¡vaya sueños los de alguna gente! yo quisiera…- (y aqui pensé en el mío.) No pude evitar recordar que en una de las emisiones del programa radial para el que colaboro, hablamos sobre los damnificados del ciclón David, que precisamente hace apenas días se conmemoraron 38 años de su paso por la isla. Resulta que ya van dos generaciones que viven en condición de damnificados por David sin haber vivido la tragedia. Nacieron en los refugios y ahí han permanecido. Se estima que cerca de doscientas familias se encuentran en esta situación desde el nefasto evento.
En un trabajo realizado con estas personas, se les preguntó a un grupo de niños sobre sus sueños, sobre algo grande que desearan realizar. Algunos contaron de poder tener un baño, otros anhelaban un colchón para dormir ellos solos. Un niño en especial, que había visitado una casa grande y bonita, a la cual pudo llegar subiendo una escalera, pidió poder tener una alguna vez. En su escasa cosmovisión asumió la escalera como algo que le permitiría tener un mejor lugar dónde vivir.
El anuncio me desagradó profundamente, lo rechacé con todo mi ser. La desigualdad de estas dos realidades me pareció tan grosera y espantosa que me pregunté si lo que sentí fue resentimiento social. Entonces, indagando, me encuentro con estas declaraciones del sociólogo César Cuello Nieto, director de FLACSO, en relación a la figura del resentido social. César nos dice que “El resentimiento social se da en una sociedad en que hay injusticia y desigualdad por un golpeo del Estado y de los poderes públicos. Cuando es por esta causa, el individuo la supera más fácil. Solo se necesita cambiar las condiciones y abrirle espacios de crecimiento y de humanización”. Sin duda nuestra sociedad padece de una inequidad y desigualdad profunda, tremenda, y el Estado no pone en practica políticas públicas orientadas a enfrentarla, corregirla ni eliminarla. Así las cosas, nuestra sociedad es una fábrica natural de resentidos sociales, los de verdad.
Según leí, las personas resentidas se identifican por su falta de estímulo, de metas propias en la vida, tienen una actitud de negar, de estigmatizar, condenar, rechazar todo lo relacionado con su estatus actual, cualidades que para nada tienen que ver conmigo ni con mi amigo. Sin embargo, parece que para algunos, el hecho de que se denuncien injusticias, inequidades, insistir en ellas, obstinarse en su análisis y comprensión, persistir en nombrarlas y señalarlas con el dedo, con su nombre y apellido, es señal de ser resentido social.
Como hubo de publicar mi estimado José Luis Taveras en su página de Facebook: "es duro aceptar que solo un 29% de los dominicanos tiene un techo de dignidad. La vivienda en República Dominicana es puro eufemismo (…). El techo es descanso, intimidad, calor, seguridad, futuro y dignidad. Esos derechos, en la mejor expectativa, son sueños que penden de una mohosa promesa electoral… " ¿Es acaso José Luis un resentido por hacerse eco de este drama y decidir gritarlo con dolor y sensibilidad? ¿Puedo yo resistirme ante una realidad tan espantosa, cuando un reducido sector en mi país sueña con andar el país en moto, o ver La Traviata en vivo, o visitar una región de su país que le parece exótica? No, no puedo. Y no porque estos sueños no valgan, que sí valen, todo sueño importa para su soñador, pero cuando te lo muestran con tanta sonrisa y alegría en la TV, en medio del caldo de desigualdades en el que se guisa el día a día de una gran mayoría en mi país, cuando una necesidad tan básica como un techo o un colchón dónde dormir termina convertida en anhelo de dignidad y vida y es el sueño de tantos y tantos, los sueños de la TV terminan siendo casi un insulto.
Es más fácil tildar al otro de resentido, bajo el entendido de que ese otro se amarga la vida y se concentra solo en lo malo que ocurre; es más cómodo eso que fijar la vista hacia donde esa persona señala y asumir una postura de entendimiento y comprensión. Más valdría para muchos que las cosas se asuman como están y ya, sin mucho ruido. Que mientras el mal olor de la pobreza, el hambre y la carencia no nos toque, todo estará bien y podremos seguir con nuestras vidas sin mayor distracción. Mejor asumir como normal que muchos tengan tanto y tantos tengan poquísimo. Hay quien piensa que la pobreza es normal, solo porque existe desde hace siglos, y en todo lugar.
Como ocurre con cada huracán, ciclón, tormenta, Irma ha sido mucho más que un fenómeno natural que estuvo bien cerca de visitarnos, es una excusa que pone blanco sobre negro en las diferencias abismales que separan a un dominicano y domincana de otro. ¡Qué realidades tan opuestas nos separan! ¡Abismales, absolutas, gigantes, espantosas!
¿Y qué se hace con una verdad así de grande? ¿Mirar hacia otro lado? ¿Hacerse el pendejo? ¿Pedir a nuestro Señor Dios? ¿Vamos a negar el derrotero que como sociedad estamos recorriendo? ¿Podríamos rogar, pero también hacer?
Cierro mis letras con lo dicho por José Luis, letras tan sencillas pero de significado tan hondo: " Lo que sigue es ayudar a vivir." Empecemos, digo yo.