La inmigración ilegal desde el oeste hacia esta parte de la isla, que desborda desde hace años nuestra capacidad para asimilarla, no es la única amenaza que enfrentamos. Hay otra migración que ha dejado desprotegida nuestra frontera. Es el abandono de sus habitantes hacia la zona céntrica y el este del país, en busca de mejores condiciones de vida.
Esa migración terminará dejando una amplia zona territorial despoblada. Y seguirá generando consecuencias de la más diversa índole que, de hecho, se han estado viendo desde hace años. Es menester, para evitar que ese fenómeno siga creciendo, que el Gobierno, como parte de su política migratoria, emprenda en comunión con inversiones privadas grandes proyectos para promover el regreso de la gente a las provincias fronterizas.
De ignorar esa realidad, los territorios fronterizos se poblarán con el paso de los años en destino de masas haitianas que encontrarán allí oportunidades que les niega su país y que irán cambiando las tradiciones locales y que, a fuerza de su expansión, se convertirán en minorías étnicas que reclamarán derechos y agravarán los vínculos con nuestro vecino.
La repoblación dominicana de nuestra frontera será el más fuerte de los muros que podríamos construir para detener el colapso de la nacionalidad, que hoy muchos consideran amenazada por la creciente e incontrolable inmigración ilegal haitiana.
El rescate fronterizo requiere de una fuerte y sostenida inversión de recursos que provea empleos y oportunidades a sus habitantes. Hablamos de escuelas, hospitales, centros universitarios y programas de superación para los jóvenes.
Tal vez haga falta un muro. Pero no siempre las estructuras físicas en situación similar son suficientes. Necesitamos allí un gigantesco muro de oportunidades para salvar del olvido la zona más importante de nuestro territorio.