Poeta, ¿de qué manera te decimos adiós, diciendo un hasta luego, hasta siempre, hasta unos cuantos días, hasta mañana, hasta cualquier día de la semana? No es justo que sea hasta nunca. La poesía de la pos guerra no me lo perdonaría. Dime, tú que sabías tanto de almibarar las cosas, de recordar promesas, tú que creaste un coro irreverente a tu alrededor, tú que supiste desprenderte de la diáspora para convertirte en otra diáspora, tan mundana como esta y que vadeaste tantos ríos profundos y que legitimaste la palabra poeta, con tanta pasión como un Torquemada; tú que a finales de octubre del 2019 ya eras la sombra de ti mismo.
Por fortuna, volviste a tus raíces y te veías más negro, más delgado, menos alegre que en el pasado, recorrías tu isla colonial como un sepulturero del recuerdo. Pasar por tu calle era para mí como recordar una pieza carnavalesca en la calle Barahona donde había vivido otra negritud cocola, a nombre de Norberto James o ver que pasa un gran poeta por la Calle Salcedo, y no estoy seguro de si se llamaba Miguel Alfonseca, hacia el segundo piso de una panadería, cuyo olor siempre vuelve con los invasores norteamericanos de 1965.
Todo este preámbulo es para preguntarte ¿cómo te recordaremos? ¿Qué atmósfera hace falta para verte reír de tus últimas ocurrencias políticas? Se te recordará como un poeta, como hoy recordamos a Borges o a Lezama Lima. Tú ingresaste en una época de moral ambigua. Fuiste un poeta maldito de corazón. Lograste despertar enemigos en las gangas literarias del presente.
Tus dolientes lloran en las cavernas de cualquier Altamira complaciente y promiscua. Los cocodrilos te lloran con más piedad que yo. Tal vez haya una sombra de Federico García Lorca esperando tu vuelta en el cementerio invertebrado del olvido. ¿O aceptarás, otra vez, ser el vice cónsul de un nuevo aburrimiento en el sur más profundo de tus metáforas o de tus mentiras?
Nadie está seguro de que fuiste un patriota auténtico. Tu nacionalismo nunca dialogó públicamente con Jacques Viau ni dejó de entenderse con I am not your negro ( James Baldwin). Pregúntale a Senghor o a Cesaire, si fuiste aceptado en esa tribu sagrada. Fuiste de los más heroicos sepultureros de ti mismo. Leíste muy bien la bola de cristal de un nuevo patriotismo del deber y violaste los últimos mandamientos de la rondita negra de la pre Trumpilandia como un poeta hereje.
Fuiste coherente en la vida poética, aunque en la muerte no sepamos si desearas la mujer de tu prójimo o encontraras a Francis Drake para vender al mejor postor una Isla que no tiene una Tortuga dorada que le sirva de cabeza de playa a los últimos traidores del Reino Unido de la mentira más contemporánea.
Fuiste fiel al juego de dados de Mallarme. La taberna la tenías en la sangre. Te veo en una feria del libro infantil jugando al malo. Estabas atacando el carrito chocón de Roque Dalton, tarareando una canción de 4-40 o un jazz de Duke Ellington. Luego te vi rodando sobre la Guernica de la hispanofilia con los ojos llorosos, como la suma gloriosa de un lumpen proletario que supo ondear la bandera de un genocidio que te salvaría de una gloria inescrutable.
Buen viaje, hermano. Nuestra Casa Verde ha muerto. Nadie se puede esconder donde Herminia para salvar el panteón de la poesía vanguardista. Lograste entrar con honores en tu Lapidaria vida, ondeando los laureles de una derrota extraordinaria. Fuiste el último poeta moderno de nuestra última desolación.