Si reviviera Montesinos, el valeroso fraile dominico que en los albores de la colonia tronó en contra del maltrato de los indígenas, se sentiría escandalizado con algunas cosas que están sucediendo en la Ciudad Colonial. No es que la vorágine de la comercialización la arrope inmisericordemente, tampoco que haya un abuso grosero de los espacios públicos, ni que el parqueo de vehículos se torne infernal, ni que la seguridad continúa deficiente. En su parcela misionera, lo que al fraile le provocaría ira e indignación es la violación flagrante de los derechos de los más débiles que pululan en su seno.
El peor abuso atañe a la niñez desamparada que acude al recinto para intentar extraer de sus visitantes un ovulo de solidaridad. Contra ella se ensañan los ¨agentes del orden¨ que los excluyen sin miramientos de los entornos más propicios. No solo se les conmina a largarse de manera destemplada e irrespetuosa, sino que con frecuencia los apresan y los maltratan en los destacamentos policiales. Si como han señalado grandes pensadores, el grado de civilización de un pueblo se mide por el tratamiento que le da a su niñez, quedaríamos muy mal parados. La ¨voz del que clama en el desierto¨ respingaría por la ¨la crueldad y la tiranía¨ a que son sometidas estas inocentes criaturas.
La intolerancia policial se extiende también a pedigüeños y limpiabotas harapientos que luchan denodadamente por la supervivencia. Aunque mayormente son expulsados de la Ciudad de Ovando, la expulsión se torna más lacerante porque es en estos entornos donde más posibilidades existen de que ellos puedan arrancarle un mendrugo de pan a la caridad de transeúntes y visitantes. La policía parece tener órdenes de mantener ¨socialmente asépticos¨ los ambientes de esa parte de la Ciudad Colonial porque ahí se concentran los restaurantes más caros y las principales tiendas de regalos. ¨¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos?¨
El favoritismo de las autoridades por los ricos empresarios se ha manifestado también en la expulsión del recinto de los buhoneros que adornaban con su presencia algunas de las más populosas calles. Es decir, a los ¨empresarios¨ más débiles se les prohíbe sobrevivir con tal de que los empresarios ricos se hagan más ricos. Pero los agentes del orden dan la espalda al desorden que crean esos ricos empresarios cuando se adueñan de los espacios públicos para reservarse parqueos, plantar en la calle mesas y sillas para sus clientes y ocupar esquinas con servicios de valet parking para sus negocios. ¨¿Esto no entendéis, esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad, de sueno tan letárgico, dormidos?¨.
Tanto en el caso de los niños desamparados, como en el de los pedigüeños, los limpiabotas harapientos como en el de los buhoneros se vulneran desfachatadamente derechos constitucionales como son el del libre tránsito y la libertad de empresa. Pero hay otra estirpe entre los desheredados de la fortuna que también es víctima del favoritismo rampante por los empresarios ricos. Ahora han prohibido que los coches tirados por caballos puedan deambular por las calles, alegando que causan entaponamientos y desechos sólidos. A los humildes cocheros, todos ¨padres de familia¨, se les impide ganarse la vida, pero al trencito de los empresarios ricos se le permite circular libremente. ¨¿Con que autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido?¨.
Hay otra categoría de ciudadano que, en el contexto colonial, podría pronto encontrarse en peligro de extinción. Se trata de sus residentes, quienes están siendo desplazados por las fuerzas del mercado (y de los ricos). De acuerdo al MITUR, en el 2014, ¨la mayoría de sus habitantes (de los cuales hay 298 que han nacido en otros países) viven en viviendas unipersonales y los hogares tienen un ingreso promedio inferior a los RD$10,000 mensuales. Un 55% de las viviendas son apartamentos, un 21% casas independientes, un 10% en hilera o bloque y un 9% son piezas en cuarterías. Un 56% de las viviendas son alquiladas y un 28% son propias.¨
El proceso de ¨gentrificacion¨ empuja a la Ciudad Colonial todavía más al redil de los ricos. La mayoría de los 8,000 habitantes son pobres y están migrando fuera del recinto. Ya solo Santa Bárbara, San Antón, San Miguel y Ciudad Nueva concentran las familias; en el resto del recinto las familias han sido diezmadas. No son solo los extranjeros pudientes que compran sus viviendas sino que también afloran proyectos de viviendas de lujo que terminaran ¨expulsando¨ del sitio a las familias de clase media baja que lo habitan. Seria alarmante que solo gente rica sea la que viva en la Ciudad Colonial. Ser rico no descalifica a nadie, pero lo último que debe ser nuestra Ciudad Colonial es un barrio exclusivo. Las ¨detestables guerras¨ que se les hace a esta gente causara ¨muertes y estragos nunca oídos¨ porque la amenaza es de que se quede vacía.
En función de lo anterior, cualquier ciudadano consciente se percatará de que la política de intervención oficial de la Ciudad Colonial acusa un sesgo imperdonable que favorece a los empresarios ricos. Esto ha estado sucediendo porque una cáfila empresarial –que se viste de mansos corderitos cuando son fieras mercuriales de rampante voracidad—presiona incesantemente para que el recinto se convierta en un refugio de las elites económicas. Y lo están logrando porque el ambiente de ¨resort turístico¨ creado por el Programa de Fomento al Turismo es contrario "a la ley divina, natural y humana". Los fondos públicos no se están asignando con ningún criterio de equidad social.
Pero los iconos de la identidad nacional que contiene la Ciudad Colonial no son patrimonio de la casta más rica de la sociedad. ¨Son también –y tal vez más- patrimonio del pueblo llano. Y no venga nadie a decir que debemos poner a la Ciudad Colonial como una tacita de plata para que solo las elites y los extranjeros la disfruten. Eso equivaldría a añadir insulto a la herida. ¿Es un enclave de ricos lo que queremos? ¿Se mezclarían los ricos con los turistas? ¿No tendría más sentido y sería una experiencia más auténtica mezclar al turista con el pueblo llano?¨
Las exclusiones aquí tratadas constituyen un serio problema para el estado de derecho que supuestamente garantiza nuestra Constitución. La solución debe ser fruto de un esfuerzo deliberado de las autoridades, en consulta con los empresarios, para que no se violen los derechos de los ciudadanos más pobres. Deberá contemplarse, entre las opciones, un impuesto a los establecimientos comerciales para beneficio de los excluidos. También una línea del metro que permita que los habitantes de la parte alta de la ciudad puedan visitar masivamente y mantener a la Ciudad Colonial como una ¨ciudad viva¨. Mientras, el lánguido Defensor del Pueblo debería incoar un recurso de amparo ante el Tribunal Superior Administrativo para parar en seco las prácticas de la intolerancia policial y elevar una instancia al Tribunal Constitucional para que establezca la normativa correspondiente.
Cuando los encomenderos exigieron de Montesinos una retractación de su sermón, a la semana siguiente subió de nuevo al pulpito y, lejos de desdecirse, ratificó su denuncia. ¨Afirmó que los encomenderos no podían salvarse si no dejaban libres a los indios y que irían todos al infierno si persistían en su actitud explotadora.¨ La expoliación de esa gente inspiró también a Jose Martí a escribir: ¨Si mi pluma tuviese don de lágrimas, escribiría una obra titulada El indio, y haría llorar al universo.¨
Hoy día el abuso es, en la Cuna de América, contra los más pobres de la sociedad dominicana y solo los empresarios ¨orcopolitas¨, un vocablo acuñado por Juan Pablo Duarte para referirse a los ciudadanos del infierno, podrían seguir defecando sobre la dignidad de los pobres y hacer caso omiso a la noble causa de su redención.