(Geopolítica y Política Exterior insular)

Los individuos por sí mismos, las sociedades que estos forman, y la humanidad en su conjunto; tienen la perentoria necesidad de conocer y entender su propia razón de ser. Con mayor razón se hacen los Estados la exigencia de comprender su razón de Estado (en el mejor sentido del término), para llevar a cabo las acciones indispensables, y elegir los medios más idóneos de alcanzar y asegurar sus metas y subsistencia. Aquí entra en juego la puesta en práctica de una saludable política exterior como efecto de un acertado análisis del juego geopolítico internacional para mover las fichas tras el logro del interés nacional.

Las manifestaciones teóricas de la Geopolítica comienzan a aparecer en los inicios del siglo XX concomitantemente con la interconexión e interdependencia entre Estados, lo que hoy conocemos como Globalización, contrario a lo que muchos piensan (que es un fenómeno moderno).

La Geopolítica ha sido objeto de muchas definiciones, entre las que podemos señalar la que la entiende como “Una ciencia que se ocupa del estudio de la causalidad espacial de los sucesos políticos y de los próximos o futuros efectos de los mismos”. Otra definición la reseña como “la disciplina que estudia y aborda la situación política de un lugar, asociándola con los factores geográficos, económicos, raciales, culturales y religiosos que están implicados”.

En otras palabras, podemos decir que lo esencial de la Geopolítica es que analiza exhaustivamente las situaciones políticas de los distintos momentos que viven los Estados, y la relación de tal coyuntura con la influencia geográfica, histórica y de sus condiciones de Independencia, Soberanía, Poder Nacional, Integridad Territorial, Estabilidad política y social, economía, prestigio y seguridad; poniéndolos en el plano internacional como escenario de principalía. Por lo tanto el principal elemento a poner en práctica por los Estados en su relación geopolítica con otros es su política exterior, entendiendo esta como un instrumento para el entendimiento y cooperación entre los miembros de la Comunidad Internacional, en la armonización y defensa de sus intereses.

En el caso de las relaciones entre los dos países que pueblan nuestra isla hay que admitir que la diplomacia haitiana, debido a su necesidad de buscar un mejor futuro para su depauperado pueblo, ha sido mucho más proactiva que la dominicana, que no termina de establecer una verdadera política exterior, que no sea pasiva y como reacción defensiva a las coyunturas momentáneas, tal cual ha sido en la mayor parte del tiempo.

Los dos pueblos habitantes de la isla han llevado en toda su historia unas relaciones acentuadas por el conflicto y la confrontación. Haití siempre ha practicado una política exterior proactiva pero plagada de denuncias mendaces ante la Comunidad Internacional; y tanto ha dado la gota en la piedra, que la ha horadado de manera que han sido oídas sus acusaciones. Mientras, la República Dominicana sólo ha actuado con argumentos defensivos y mal encaminados ante los foros internacionales, o sea, ha llevado a cabo una política exterior reactiva.

Históricamente Haití se ha encausado por un determinismo geográfico que trata de asegurar su existencia mediante la adquisición y consolidación de espacio suficiente para atender sus necesidades. Es lo que se conoce en geopolítica con el término alemán “Lebensraum”, que significa espacio vital.

Este vocablo es acuñado por el geógrafo alemán Friedrich Ratzel (1844-1904), con el cual establecía una relación necesaria entre espacio y población, y sostenía que sólo la disposición de suficiente espacio para suplir sus necesidades asegura a los Estados su existencia. Al principio, el vocablo sólo tenía implicaciones geográficas, pero más adelante confluyó con la política, de la mano del politólogo Rudolf Kjellen (1864-1922) quien lo utiliza para indicar la influencia de la geografía y sus factores en las relaciones de poder en la política internacional.

Para el pensamiento haitiano su Lebensraum se completa con el territorio al Este de la frontera, y desde 1822 – año en que ocuparan el territorio oriental – los dirigentes del país del Oeste han accionado con el propósito de hacerse de toda la isla.

Veintidós años duró la ocupación haitiana de nuestro territorio, de la que en 1844 los Dominicanos nos separáramos de Haití. Ahí comienzan 12 años de invasiones armadas empleando grandes ejércitos, en las que los dominicanos les inflingieron sucesivas derrotas logrando consolidar nuestra independencia. Más adelante siguieron los repetidos reclamos de territorios en el área fronteriza, que han mantenido vivas las confrontaciones políticas entre los dos países. Haití siempre ha llevado sus infundadas demandas al plano internacional, y la República Dominicana sólo ha reaccionado defensivamente, pero nunca ha diseñado una política proactiva frente a la política exterior haitiana.

Desde hace ya un buen tiempo, los líderes haitianos han dado un giro a sus primigenias pretensiones. Sigue siendo el espacio vital lo que persiguen, pero ya no exigiendo territorios de este lado de la frontera para anexárselos, sino que la política de estado que ponen en práctica es la de la exportación de sus nacionales en extrema pobreza, hacia la República Dominicana, incluso a sus mujeres en una modalidad que se ha llegado a conocer como “Invasión del vientre”, o sea, sus mujeres pariendo profusamente en nuestro territorio buscando superar nuestra población, lo que lograrían en no muchos años.

Es tiempo de que la República Dominicana se decida a llevar a cabo una política exterior proactiva ante el asedio de que es objeto por algunos países poderosos de la Comunidad Internacional, innúmeras ONGs, y Organismos Internacionales. Para esto, por medio de capacitados profesionales diplomáticos deben diseñarse y ejecutarse las maniobras geopolíticas y geoestratégicas necesarias para contrarrestar los embates contra nuestro país. No se puede cejar en tratar de convencer a la Comunidad Internacional de la necesidad de que esta se vuelque en cooperación para con Haití, incluso mostrando la República Dominicana su sana intención de ser un ente de principalía en tal contribución; pero poniendo como premisa que debe ser un compromiso internacional de todos, pues los dominicanos solos no podemos.