El capitalismo es muy criticado, aunque sus más connotados críticos se diluyen en populismos fracasados. De hecho, su expansión, hasta en sistemas políticos totalitarios, está a la vista. Incluso compuertas que impiden la salida del comunismo son empujadas por poblaciones donde las limitaciones económicas, sociales y políticas son atroces.
Pero, el sistema capitalista hay que repensarlo. Los niveles de desigualdad que deja en el camino ponen a mucha gente en ebullición, con el riesgo que conlleva esto para el sistema económico-político que lo sustenta.
El orden mundial, liderado por las grandes multinacionales puede enfrentarse a poblaciones que, conscientes la superación del colonialismo, son presa de una política empresarial global excluyente y discriminatoria. Si desean estabilidad, los gigantes de la industria y el comercio deben saber que se lucha por la sobrevivencia.
Se precisa, como lo advierte Hans Küng en su obra “una economía decente en la era de la globalización”, pues se puede participar decentemente en la vida económica y ser exitoso. Con esta teoría da continuidad a su idea de una ética común de la humanidad, propuesta en su proyecto de una ética mundial (1990), pues el mundo debe perseguir la actividad económica justa.
Sin vestirse de santurrón y sin cuestionar la libertad humana, la economía, la política y el derecho, a su juicio hay que redescubrir y revalorizar la ética en la economía y tener una visión de futuro realista, con un propósito práctico-político.
La que fue la mayor crisis del sistema capitalista (1929), es atribuida al liberalismo por su confianza en la capacidad de los mecanismos de mercado para superar las crisis económicas y la asistencia pasiva de los gobiernos. Además, el sistema de producción con los procesos de acumulación capitalista fue la causa de la revolución científico tecnológica que reorganiza el sistema productivo en multinacionales globalizadoras.
Ello pone al Estado en jaque: se agota el modelo de desarrollo, con la consecuente profunda crisis fiscal y el Estado es entonces un obstáculo para el cambio y transformación que quieren los agentes económicos, actores políticos y sociales.
Para pensar en esta realidad y decidir, los ciudadanos comprometidos deben participar en la gestión pública, desmontando con ello la idea de que en la actualidad vivimos una democracia sin ciudadanos.