I
Pronostican que se acerca una nueva ola de infectados a causa de la nueva variante del Sars-Cov-2. Así como las demás variantes han tocado a todos los países, se espera que irrumpa en la cotidianidad dominicana, esa es la realidad de una pandemia. Mientras tanto, el país sigue su curso y la economía debe continuar en su ritmo de crecimiento. Si algunos países endurecen las medidas a tomar y la OMS advierte que es “mejor cancelar que lamentar después”, nos acercamos con toda la naturalidad del mundo a las festividades. Parece que basta con presentar la tarjeta con las dos dosis, usar mascarillas y exhortar al distanciamiento social.
Lo cierto es que nos sentimos en más confianza frente al covid-19, como hemos preferido llamarle en Latinoamérica. ¿Qué hemos aprendido de este calvario? Se nos han ido conocidos, amigos, personas que admirábamos. Hay dolor por todos aquellos que nos han dejado por causa del virus, pero la vida debe seguir y hemos, como en otras ocasiones, apostado a ello. Digamos que estamos aprendiendo a vivir con la realidad impuesta y que, a lo poco, sonreímos y recordamos con agrado lo vivido.
En estos días me ha llamado la atención la ausencia de sonrisas en las mañanas. Incluso, gente que comienza a ser cercana a uno y que jamás le he visto el rostro completo. Los saludos de siempre ya se fueron, apenas queda el leve roce de nudillos, el chiste con pretensión de ser gracioso e imaginar la posible sonrisa de un rostro que solo vemos parcialmente. Los barbijos/mascarillas han impedido esa lectura amena y simpática del otro a través del rostro. ¿Será la hora de valorizar los pequeños gestos perdidos? ¿Habrá una ruptura en la primacía del rostro para el encuentro de las personas? ¿Será la hora de repensar el rostro del otro como significante de la persona? ¿Qué de mi propio rostro que se oculta a la mirada de los demás? ¿De qué manera mi representación del cuerpo, como entidad material que se presenta al mundo, se ha agrietado?
II
Entre una y otra pregunta fútil hay una realidad imperante: el marketing y la publicidad han tenido más éxito que el discurso filosófico en la construcción de un imaginario social sobre la felicidad. Ver la gente en las calles, las tiendas repletas de compradores, las ferias de automóviles nuevos y usados que cada año rompen el récord en préstamos, respecto a años anteriores. Fruto: la ciudad de Santo Domingo colapsada y con la debida promesa de convertirse en un infierno de soluciones individuales para el tránsito. El hartazgo de la virtualidad demanda mayor presencialidad. Para ejecutar esta última hay que trasladar el cuerpo, se exige desplazamiento en una materialidad que ocupa espacio. Entonces, hay que repensar el espacio y su distribución.
Ganar espacio hacia el cielo no resuelve el problema del tránsito, sino que lo empeora.
III
Docencia, espacio, movilidad, distanciamiento social, higiene, aprendizajes, virtualidad. ¿Qué hemos aprendido los docentes a partir de estos conceptos frente a la realidad? Creo que muy poco. La escuela como institución no ha cambiado en nada. Apenas se desplazan las miradas y las exigencias. Los espacios de reflexiones docentes se han volcado hacia la salud mental y hacia la complejidad de una actividad tan elemental como que alguien debe aprender a aprender. Hoy se exige al docente ser un amigo, un colaborador, un consejero gratis y a la carta, un manantial de comprensión frente al “tiempo de entregas”; en fin, todo menos lo elemental: saber lo que enseña.
Incluso, he escuchado respetables investigadores que prefieren un docente-amigo, en el mejor de los casos un líder y colaborador de los jóvenes, que un docente-docto; esto es, un docente sabio en su área. ¡Vaya perla! Agradezco, al final del año, a aquellos docentes doctos que tuve y que luego, por la simpatía hacia el conocimiento y la justicia social, me dieron el honor de su amistad cauta. Aprendí más de ellos que de aquellos profes “bacanos” o “jevis”.
IV
Si la enseñanza no es un espacio, sino una actividad compartida a través de la acción pedagógica, ¿por qué no pensamos en nuevas formas de educar fuera del confinamiento? ¿Somos guardería?