Luego del hecho consumado, dos procesos electorales, en marzo y julio, uno para las municipales y la otra para congresuales y presidenciales, sus resultados han producido las lamentaciones de Jeremías, sobre todo en el PLD, organización afectada grandemente en su primacía y liderazgo partidario nacional.

En ambos procesos se produjeron acontecimientos desfavorables hacia la organización que por 16 años retuvo el poder del estado de forma continua, se amparó en una maquinaria electoral y acciones no muy democráticas para quedarse al frente del estado, sin embargo, esta vez se dieron varios casos adversos que imposibilitaron todo movimiento, que impidiera lo que parece era inevitable, un cambio de mando en las estructuras de gobierno y un hastío del mando político representado por el PLD, que ha llevado a muchos a creer, que más bien se votó en contra de, se asumió como contagio un voto de castigo contra todo lo que oliera a PLD, incluyendo buenos candidatos de esa organización que el rechazo a la marca PLD, se los llevó de encuentro.

El reto del PLD es cambiar desde su esencia, mutarse de tal manera que se niegue a sí mismo o extinguirse como una luz solar, lenta pero inevitable

Precisamente los dirigentes de esa organización, sobre todo su cúpula del CP, son los más responsables del desgaste, traición para muchos de los principios enarbolados por su fundador profesor Juan Bosch y del compromiso con una militancia que creía lograr el desarrollo pleno del país a través de ese instrumento político, ideas se desvanecieron cuando llega al poder de esa organización de cuadros, se hizo prisionera del pragmatismo político que lo alejó de sus esencias fundacionales, su mística y sus principios.

El costo que se pagó fue muy alto, convertirse en un partido más del sistema, olvidar su compromiso social y con la gente. La corrupción y la arrogancia se hicieron dueñas de su práctica al frente del estado. Como organización, el PLD actuó como una corporación: usar el estado para beneficio y enriquecimiento de sus dirigentes apoyados en sus mecanismos legales, sus instituciones y del poder político.

El resultado de esa mala práctica se dirigía hacia un abismo en cualquier momento. El estado reflejaba el desorden institucional y el desapego con los principios de adecentar la vida pública, practicado por muchos de sus dirigentes y el abandono de viejos principios que hizo que la gente los ridiculizara como los más corruptos habiendo venidos de pregonar la anticorrupción y la lucha por liberar el país de sus males, cosa que no se logró en 20 años de ejercicio del poder político del estado. Ya ese modelo de partido único caducó y así deberían entenderlo sus renovadores.

En el 2020, se producen los hechos que derrumba un modelo político, un modelo de desarrollo y un modelo de corrupción institucionalizado manipulado por un control social mediático y de lisonjas hacia grupos de poder que se pensó invencible. La división partidaria con Leonel Fernández crea un nuevo escenario en que la omnipresencia del PLD como gobierno, comenzaba a debilitarse, pues el cáncer había hecho metástasis.

En las elecciones presidenciales de julio del 2020 se produce el hecho consumado, el PLD termina de derrumbarse perdiendo estamentos de poder importantes en el congreso y las presidenciales y quedando como segunda organización en el mercado electoral del país.

Luego de estos últimos resultados, se han iniciado vocerías internas que reclaman cambio de ruta y de dirección, otros desde el poder partidario, le responden con renovación, ningunos de los sectores han hablado de autocrítica que como ciudadano es lo que esperamos y que es lo único que evitaría el desmoronamiento del partido y su conversión a futuro en bisagra del otrora poderoso PLD, como en su momento lo fuera el PRD.

El reto es cambiar desde su esencia, mutarse de tal manera que se niegue a sí mismo o extinguirse como una luz solar, lenta pero inevitable. Los jóvenes no expresan ruptura con el pasado, por tanto, no ofrecen nada nuevo, sino cambio de cara, los viejos se aferran al poder sin criticidad y los intermedios, o las alitas cortas, que ya le fueron cortadas sus alas en la convención interna, no generan entusiasmo. Desde la base no hay rebelión como dice el título el libro famoso, pues terminó adocenada por el clientelismo más servil que las apagó en su criticidad y mística.

Por tanto, no se trata de renovación, ni de cambio de caras, sino de autocrítica interna y hacia la sociedad a la que le sirvieron como funcionarios públicos y que terminó divorciada de ella: ¿cuáles factores influyeron en ese divorcio? ¿Por qué el rechazo visceral de la gente? ¿Por qué el abandono de su base social original, la clase media? ¿Por qué se enriquecieron usando el poder como mancuerna? ¿Por qué la arrogancia, si eran funcionarios pagados con el eraria? ¿Por qué dividir las organizaciones partidarias que dan sanidad a la democracia para quedarse solos, para hacer qué solos? ¿Por qué se obnubilaron? ¿Por qué negaron los principios de su líder? ¿Por qué monopolizar sin oposición el poder, para lograr cuáles objetivos de espaldas al país? ¿Por qué lavar la ropa hacia adentro por tanto tiempo, si los partidos son instituciones públicas y no privadas?

Cuando la dirección política del PLD, el CP, Los dirigentes medios, las alitas cortas y mucha gente acólita con esa organización, a la que tiene todo su derecho, respondan a esas interrogantes precedentes, entonces sí vale la reestructuración y podría recomponerse el PLD, el que fuera un día del profesor Juan Bosch, pero que también se lo robaron; de lo contrario, estos cambios partidarios, son cantos de sirena.