La solemnidad que debió matizar la ceremonia de rendición de cuentas del presidente de la República ante el Congreso Nacional el pasado 27 de febrero, fue mutilada con un discurso eminentemente proselitista, electorero, de campaña y reeleccionista.
El irrespeto a la patria, a nuestros símbolos, a nuestros independentistas y a la dignidad del pueblo dominicano, no podía ser más grosero y vergonzoso por parte del primer mandatario de la nación al mentir de manera reiterada, ofreciendo cifras, estadísticas e índices irreales y distorsionantes.
Ni siquiera se ajustó a lo que reza el artículo 114 de la Constitución Dominicana: “Es responsabilidad del presidente de la República rendir cuentas anualmente, ante el Congreso Nacional, de la administración presupuestaria, financiera y de gestión ocurrida en el año anterior…”; según lo establece el artículo 128, numeral 2, literal F “depositar ante el Congreso Nacional al iniciarse la primera legislatura ordinaria el 27 de febrero de cada año, las memorias de los Ministerios y rendir cuenta de su administración del año anterior”.
El jefe de Estado dominicano no se ciñó a estos preceptos constitucionales, porque su rendición de cuentas abarcó desde el año 2012 e hizo proyecciones hasta el año 2020. La constitución es clara cuando plantea que esa rendición de cuentas y memorias se hacen sobre la gestión ocurrida el año anterior.
Lo hizo de esa manera para confundir, abultar datos y números. Cómo hablar que en su gobierno se han creado 100,000 empleos cada año y que en el 2017 ascendieron a 120,237 empleos, cuando la taza de desempleo ronda en la actualidad el 18% y el empleo informal alcanza la preocupante cifra de un 57%.
Cómo querer encantar fantasiosamente a la población dominicana de que el país goza de un asombroso crecimiento y estabilidad macroeconómica, cuando la firma encuestadora Barómetro de las Américas arroja en una investigación, también reciente, el dato de que el 42.1% de los dominicanos tienen serias intenciones de irse del país, pero entre los que tienen de 18 a 25 años el porcentaje sube a un alarmante 60.5%, o sea, más de la mitad de los jóvenes que quieren marcharse del país.
La aparatosidad mediática de ese acto de rendición de cuentas fue tan monstruosa que su difusión contó con más de 400 medios de comunicación: televisión, radio, prensa y una cantidad indeterminable de medios digitales. La ceremonia comenzó desde la casa del primer mandatario de la nación con un mitin caravana de corte reeleccionista hasta culminar en el Congreso Nacional con un discurso que pareciera dirigido a “Alicia en el País de las Maravillas”.
Es una pena que el presidente de la República, por su obsesión de retener el poder político y del gobierno más allá del 2020 pretenda en su disertación descalificar los preocupantes y desalentadores índices que ofrecen los más importantes evaluadores internacionales: como Índice de Desarrollo Humano, o IDH, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), OXFAM Internacional, Barómetro de las Américas, Índice Global de Competitividad del Foro Económico Mundial, Gallup, entre otros, sobre empleo, salarios, competitividad, pobreza, criminalidad, corrupción, impunidad, deserción escolar, contrabando, nepotismo, clientelismo, abuso de poder, endeudamiento público y déficit fiscal.
No es extraño que el presidente en su pobre, deslucida e insustancial alocución haya dejado de lado temas como la corrupción, impunidad, Odebrecht, pacto fiscal, pacto eléctrico, crisis del sector salud y educativo, endeudamiento público, el proyecto minero de San Juan de la Maguana y las serias falencias de la ley de contrataciones públicas. Esos temas no fueron abordados por el jefe de Estado por las profundas implicaciones negativas que le acarrearía a su gobierno; alguno de ellos lo incriminaría en casos como Odebrecht, Punta Catalina y los interminables casos de corrupción; lo mínimo que podría, en la mayoría de esos problemas, es hacerse un mea culpa por la irresponsabilidad y falta de ética y moral en el tratamiento que se le ha dado en su gestión.
Con medidas de parches y cortoplacistas, sin argumentos, sin acciones y sin un plan permanente para regular y ordenar la frontera, el presidente trató de mover las fibras y despertar pasión de la audiencia y de la nación, sabiendo que el pueblo está consciente de la invasión “pacifica” de haitianos y promovida por su gobierno, acompañada de la trata de personas, contrabando, extorsión, soborno, chantaje y la manipulación del sentimiento de la población con el tema haitiano, que se ha convertido en un jugoso negocio.