De la serie cuentos y crónicas en rotación y traslación.

El pasado lunes, el emblemático actor sueco Max Von Sydow falleció a los noventa y un años. Su partida, luego de una vida dedicada a la actuación, ocurre cuando la pandemia del COVID-19 recuerda la icónica escena de El Séptimo Sello (1957), del director Ingmar Bergman. En el año 2020 jugamos una indeseada partida de ajedrez. El encapuchado vestido de negro, se presenta sin avisar a cada vez más playas como la peste negra medieval de la trama de la mencionada película. Estamos en la incómoda situación del guerrero cruzado Antonius Block, interpretado por Sydow, frente a un tablero sin matices. No sabemos cuáles fichas avanzarán, si las blancas de la vida o las negras de la muerte.

Izq. Elena Poniatowska. Der. Max Von Sydow

La actual probabilidad de contagio y muerte no es tan metafórica como en la película y su inolvidable escena frente al mar Báltico. Nuestra familia, nuestros amigos, en fin, buena parte de la humanidad, es pasible de recibir una convocatoria aleatoria del ajedrecista invicto. Son tiempos difíciles, y concentrarnos en cuidar a nuestra familia y comunidades se impone. Sin embargo, la vida colectiva siempre le ha ganado a la muerte, que ha podido vencer a cada jugador de manera individual, pero no ha impedido el renacer de la vida humana en otras almas y anatomías. La supervivencia es un juego de competencia de uno contra otro a la vez. En conjunto, no hemos ganado, pero tampoco hemos sido erradicados y vencidos por La Muerte con la cara burlona de Bengt Ekerot, actor que la interpreta en el filme sueco. La vida humana, per secula seculorum se ha mantenido hidalga como Antonius, en carne y espíritu.

Con la llegada de la primavera, Artes y Oficios se transforma en flor. Se abre al uso de nuevos lenguajes, imágenes y otros formatos de comunicación informativa y creativa, en adición a la palabra escrita. Junto a mi hijo, Simón Ramírez Noboa, diseñador multimedia; Ian Felipe Rodríguez y Fernando Gress cineastas; Blanca Venegas, foto-fija; Ana Valdez, directora de arte e investigadora histórica; Tony García, curador; Guillermina Pereyra, correctora de estilo; Ricardo Tejeda, productor ejecutivo y una servidora en la realización (dirección y escritura), siete años después, Poncho Morado Films, vuelve a producir audiovisuales de interés cultural.

La partida de Sydow y la marcha de las mujeres el pasado domingo en Ciudad de México, vestidas del mismo morado de las jacarandas que florecen en sus parques, resultan señales recordatorias. Si ha de venir el contagio, que nos encuentre unidos, protegidos y haciendo lo que nos importa. En mi caso, tratando de dejarle a mi hijo y a quien pueda interesar, el mejor legado: el gozo por la vida y el intento de ofrecer algo útil.

La anécdota del Poncho Morado, que evoca el nombre comercial, justamente involucra a Suecia, a México, a Santo Domingo, así como a otra plaga mortal, y a la relación entre padres e hijos. Pensaba que había completado el ciclo emotivo al bautizar con ese nombre, nuestra pequeña productora. Recién descubro que apenas empiezo a recorrer la capacidad de asombro heredada. Pues como dijo la madrina de este emprendimiento, Alejandra Rodríguez Soñé, cuando al leer las notas de cine que de manera casual publicaba en Facebook y me estimuló a hacerlo de manera profesional: – “…lo que se hereda no se hurta”. Desde entonces, la frase de mi amiga de infancia, que conoció bien a mi causante, se convirtió en un propósito. Descubrir voces internas en el arte y los oficios de las personas es un camino que intento recorrer con el poncho morado. Forma parte de esa búsqueda, reconstruir las voces de los que ya no están y nos quisieron dejar dicho tanto. Por eso escogimos visitar a alguien que entiende el valor de las historias sociales escondidas, perdidas y en algunos casos ocultadas, para relanzar desde México nuevos trabajos. No obstante, la epifanía ocurrió al otro lado del mundo, hace veinte años, en una historia que no me canso de contar.

Foto de Santiago Arau – Marcha de Mujeres en Cd. México el 8 de marzo de 2020.

Pasé el mes de mayo de los años 1999 y 2000 en uno de los pueblos más antiguos de Suecia: Kalmar, una ciudad costera de la provincia de Småland al sureste del país. En ella hay hallazgos y monumentos de interés prehistóricos, del asentamiento vikingo, la Edad Media, la Era Industrial y la Segunda Guerra Mundial. Kalmar aparece incluso en la trama de la trilogía Millenium. Sus personajes se cruzan por mis paseos y justamente Stieg Larsson narra en la primera novela de su trilogía, un cambio importante en la industria de las telecomunicaciones ocurrida en el año 2000 en que estuve por esos lares. En sentido figurado, compartí con Lisbeth Salander las escenas de Estolcomo, Kalmar, Upsala, Täby, Linköping, Jönköping, ciudades que visité por tren durante ese mismo año; mientras en la novela, ella persigue a un asesino en serie por similares caminos.

Max Von Sydow y Liv Ullmann en Los Emigrantes

Viajé sola hasta el lejano país. Desde la travesía que involucró un vuelo por el Círculo Polar Ártico de Chicago a Estocolmo, moverme de mi isla tropical al extremo superior de la Tierra dejó huellas inolvidables. Estuve en Estocolmo y Kalmar haciendo dos entrenamientos: Telecomunicaciones y la Sociedad; el segundo, Administración Eficiente de las Telecomunicaciones en Telia Academy AB. El primero, gracias a una beca del gobierno sueco; ser mujer en esa industria ayudó en el criterio de selección. Para el segundo, recibí apoyo de mi empresa empleadora y en particular, de Fabiola Medina mi supervisora inmediata, a quien no me canso de agradecerle por incluir ese entrenamiento en mi plan de desarrollo de carrera. La maternidad me había alejado de la posibilidad de hacer un posgrado o maestría, así que la estancia académica fue un parteaguas en mi carrera profesional, pero en adición, me dejó otras lecciones.

Suecia, una de las economías más desarrolladas del mundo, no es una sociedad arrodillada al culto de la riqueza material. La naturaleza, la educación, el arte, la solidaridad, la salud física y mental, así como, la innovación constante, son bienes jurídicos superiores de la variante sueca del estado bienestar. Gracias al fetichismo de Bergman, Liv Ullmann y Max Von Sydow, son para los cinéfilos la mujer y el hombre sueco por definición. La noche de la muerte de Von Sydow el pasado lunes, repasé la primera película que vi de ellos. Sin embargo, no fue una de las legendarias de Bergman. Se trató de una cinta de otro director sueco. Desde mi segundo viaje a Suecia en el año 2000, la llevo bien presente.

Kalmar es una ciudad pequeña, no más grande que San Francisco de Macorís o Cuernavaca. En las tardes de primavera, que duran hasta que quieras porque las noches son blancas y claras como el día, solía pasear en bicicleta facilitada por la academia a los alumnos. Eran hermosos paseos por sus calles y bosques. Llegaba hasta el extremo del pueblo costero, donde un castillo medieval domina la escena a la vera del mar Báltico. Además de pasear en bicicleta, lo hice en tren por varios pueblos.

Un día, estando en Jönköping de visita, otra ciudad del centro de Suecia, pregunté cuál era la gran novela sueca. Un nacional de ese país, me respondió sin titubear que Utvandrarna. En el idioma sueco solo aprendí algunas palabras: Hej, Hej då!, ut y skol. (Hola, adiós, salida y salud) y el hecho de que tiene nueve vocales aeiouyåä y ö, dato que me fascinó, como su dulce acento. Al ponerle cara de extrañeza me aclaró que hablaba de la trilogía de Vilhelm Moberg. Yo seguía en blanco, por tanto, le pedí que me contara de qué trataba, y mientras la persona me describía el argumento de las tres novelas, las imágenes de unos afligidos Sydow y Ullmann, pero además el recuerdo de un inmenso frío y una terrible desolación, se apoderaron de mí.

Castillo medieval de Kalmar, Suecia, frente al mar Báltico.

Una noche, creo que, en 1973, mi papá nos obligó a sus hijos ir a ver una película. Era un día de semana, calculo que tendría unos nueve años, no más. La película era Los Emigrantes (1971) del director sueco Jan Troell. Tuvo una segunda parte, La Nueva Tierra (1972) y mi papá nos hizo ir a verla también. Creo que son las películas más duras que he enfrentado en una sala de cine. Casi parecía una tortura de parte de mi papá ponernos a ver aquello; éramos niños. Recuerdo que la sala de cine, a pesar de no ser fin de semana, estaba llena de espectadores. He visto otras acaso más crudas, pero con más edad para manejar la información en ellas. Sentía el frío, la peste y la atmósfera de muerte salirse de la pantalla; sentada en la butaca del cine, el desamparo de los emigrantes me agobiaba. No entendía mucho de la película, ni por qué me sacaron de mi casa para verla y llegar soñolienta al otro día a mi colegio. Me aferré asustada al regazo de mi mamá, y al poncho morado que llevaba puesto. Mientras el guía sueco en el paseo por Jönköping me describía en inglés la trilogía de Moberg, lo interrumpí para decirle que conocía perfectamente lo que me contaba.

El pasado lunes, me dispuse a ver resúmenes del cine sueco. Encontré en YouTube la entrevista a Liv Ullman mencionada, quien decía que pesar de las grandes películas que hizo con Ingmar Bergman, las dos películas que hizo con Troell -las mismas que mi papa nos obligó a ver y hasta ese día en Suecia en la primavera del año 2000 había olvidado por completo-  fueron las más significativas de su carrera de actriz. Ullmann considera que Troell supo entender el predicamento del emigrante. (Liv Ullmann comenta su experiencia en Los Emigrantes y La Nueva Tierra de Jan Troell).  Veintisiete años después de fallecido, mi papá me sigue comunicando ideas.

La saga de los emigrantes suecos viajando desde Escandinavia hasta Minnesota, Estados Unidos, fue una aclamada trilogía novelística en los años cincuenta del pasado siglo, antes que cine de autor en los años setenta. La persona que me aclaraba eso en el año 2000, andaba más interesado en enseñarme su escuela. A ese mismo centro de estudios, había asistido Agnetha Fältskog, del grupo musical ABBA. Ambos, mi guía y la cantante, habían tenido el mismo maestro de música. No obstante, mi mente se había quedado en la sala del cine con mi poncho morado. Mi psiquis no solo veía, también sentía el frío invierno escandinavo de la película de Troell, donde en medio de la nieve, luego la furia del océano, los emigrantes viajan de Suecia hasta Estados Unidos por mar, enfrentando las adversidades propias del siglo XIX, incluida una terrible peste que azotó a los viajeros. Al morir, eran lanzados al mar, entre ellos, un hijo de la pareja protagonista.

Kalmar, Suecia

Como buena baby boomer soy amante ABBA y me agradó descubrir en la música folclórica sueca sus raíces. Benno Engström, mi maestro de Telecomunicaciones en la Sociedad en Telia Academy, un hombre muy alto, de carácter sobrio y voz grave parecido a Max Von Sydow, nos sorprendió el último día de clases, al sentarse en el piano del instituto, para tocar y cantarnos Thank you for the music. Sin embargo, el guía sueco notó que le preguntaba más sobre la trilogía de Wilhelm Moberg que sobre el cuarteto musical cuya cantante había estado en el coro del colegio como él. Por tanto, me preguntó: ¿Sabes de dónde salieron los emigrantes de la novela y la película? Ni idea, respondí. Salieron de Kalmar, el pueblo donde estás estudiando. Justo en el puerto que está a la vera del castillo medieval. En el siguiente paseo en bicicleta, me detuve en ese lugar y me senté a pensar mirando el mar Báltico, ¿Por qué mi papá, fallecido en años previos, quería que viéramos esas películas cuando éramos niños?

Trece años después, en 2013, bauticé una pequeña productora de contenidos audiovisuales como Poncho Morado Films, en recuerdo a ese relato, sin saber que, a la vuelta de la esquina, en 2015, emigraría al país donde mi papá compró tres ponchos, la única vez que visitó México en 1973. Trajo desde esta ciudad donde ahora resido y escribo estas líneas, uno rosado para mi hermana Leticia, uno azul para mi hermana Amanda y un poncho morado para mí. Será que además mandó otro mensaje en clave. El de ser mezcla y pupila eterna de las dos primeras. A mi hermano le tocó un juguete de madera que solo entendimos cómo funcionaba cuando vimos a El Chavo del 8, un tiempo después, manejarlo con habilidad.

El pasado miércoles, luego de siete años de pausa, el Poncho Morado reinició con un trabajo sobre Elena Poniatowska. En extrema gentileza, la escritora y periodista mexicana de ochenta y ocho años -edad que proclama con alegría- nos recibió en su casa como si fuéramos asiduos visitantes. Ella, amable y riéndose de mí, pues no me atreví a darle un beso o la mano, en estos tiempos de prevención. En realidad, se me antojaba hacerle la reverencia como el saludo ideal. Poniatowska respondió a nuestras inquietudes con lujo de detalles y calidez. Fue como la soñamos, una mujer llena de sabiduría y enfrascada en proyectos renovadores. De nuestra entrevista, salía a otra actividad profesional. Elena no para. Ella merece lo mejor de Poncho Morado Films, y por eso, más que una columna de cobertura, uniré mi lenguaje al del resto del equipo dominico-mexicano de la producción, para envolver el entregable Poniatowska y Dominicana Conversan, un corto documental con el que renacerá la plataforma digital.

Las preguntas de un grupo de dominicanos que accedieron cursar a Poniatowska, vía WhatsApp y por mi conducto, evocan el tiempo en que los emigrantes mandaban cartas a sus familiares desde la nueva tierra. Con ella conversé, entre otros temas, sobre un dominicano que emigró a Ciudad México, a Minnesota y a otras ciudades: Pedro Henríquez Ureña. Retrasaré el jaque mate lo más que pueda, pero sigo jugando como Sydow y Ullmann en la película que mi papá nos obligó a ver y de cuyo horror me defendía con el poncho morado como si fuere un escudo de cruzada medieval. Apenas empiezo a entender qué quería comunicarme. Me llena de emoción, entremezclar mis interpretaciones del mensaje de Elena para la República Dominicana, con las de mi hijo en su lenguaje profesional.

Sentido agradecimiento para las personas que enriquecieron el cuestionario formulado a Poniatowska. Un honor hablarle a la escritora en nombre de: Fausto Rosario, Miguel D. Mena, Aurora Arias, José Israel Cuello, Federico Cuello, José Carlos Nazario, Lenin Paulino, Sandra Nogue, Wanda Perdomo, Ysidro García, Alexandra Sánchez, Jarouska Cocco, Andrea Tejeda, Maridic Ramírez, Aracelis, y el crew de Poncho Morado Films. “…cómo siento mías las jacarandas que cada año cubren las aceras de México con una alfombra morada…” (Elena Poniatowska)

Poniatowska y Dominicana Conversan (vistazo o sneak peak)